No es fácil volver
Por Estela Díaz
Las transformaciones sociales, políticas y culturales producidas a partir de la irrupción de las mujeres en el espacio público, han provocado una redefinición del contrato social de la modernidad, en una revisión radicalizada del concepto de ciudadanía. Los derechos conquistados por ellas a lo largo de la historia fueron posibles gracias a la existencia de un movimiento social como el de las mujeres y los feminismos, que lograron interpelar a la política. Las mujeres y las identidades disidentes del hegemónico dominante patriarcal han construido un sujeto plural, heterogéneo, movimientista con capacidad de recrearse en cada etapa y en cada región.
Está claro que no es lo mismo la problemática de las mujeres en Italia o Alemania, que la cuestión de género pensada desde una trabajadora rural en Bolivia, una afro lesbiana habitante de una favela en Brasil o una trabajadora de casa particular migrante en la ciudad de Buenos Aires; incluso las experiencias de la gestación y las maternidades, recorren otros anclajes y significaciones. En nuestro Continente este movimiento ha podido constituirse desde la identidad y características propias de países coloniales y dependientes.
Las resistencias al neoliberalismo se coronaron en nuestra América con la emergencia de gobiernos populares sobre finales de Siglo XX e inicios del XXI. Estas experiencias políticas no sólo demostraron que había alternativas a la globalización hegemónica, sino también que se proponían la necesidad de la producción de teoría política emancipatoria: pensando la dominación en los aspectos económicos, pero también en el reconocimiento de las formas de neo-colonialidad y la recreación de los modos de la dominación patriarcal. Por esto los cruces de las luchas sociales, de clase, con las étnico-raciales y las de género han marcado el surgimiento de alternativas populares, propias de países dependientes como los nuestros. Países que han sabido radicalizar la agenda contra la dependencia, incluso a pesar de encontrarnos en una fase de repliegue como está aconteciendo en muchos de nuestros países. A tal punto ha crecido el movimiento popular y las resistencias, que la derecha no logran todavía consolidarse en una larga fase de retroceso. Valen como ejemplos los triunfos electorales de Maduro en Venezuela y López Obrador en México. El pensamiento crítico –emancipador- latinoamericano, viene vertebrando sus reflexiones desde la noción de un pensamiento des-colonial y des-patriarcal. Un proceso para el que han aportado en teoría y acción política los feminismos latinoamericanos, produciendo un cruce con las nociones de clase, género y étnico-raciales, como estructurantes de la dependencia y la dominación. Por lo tanto, también como nociones fundamentales para des-construir desde una perspectiva de la emancipación económica, política, social y cultural.
En los últimos años ha cobrado especial visibilidad un feminismo popular latinoamericano que tiene historia, acción política y pensamiento propio. Que en algunos casos ha tenido puntos de contacto con el occidente central, como las luchas por derechos civiles y políticos, pero que discurre desde una lógica política diferenciada: con una historia de emergencia y desarrollo con identidad propia. Para las mujeres de nuestra América la interseccionalidad en las luchas fue y es un imperativo de la vida cotidiana. El agua, la tierra, el techo, el trabajo, el ambiente, las semillas, las luchas de identidades étnicas, raciales, culturales, la pelea contra las dictaduras, entre otros temas, fueron batallas que se dieron juntas en el proceso de emancipación de las mujeres, aún en disputa.
Si bien la capacidad inmensa de movilización de masas hace que se pueda pensar cuantitativamente las transformaciones sociales, éstas fueron sobre todo cualitativas. Los feminismos populares de Argentina y la Región están interpelando al patriarcado y al neoliberalismo, en sus formas de neo-colonialidad. La sostenida y creciente violencia contra las mujeres, hoy es comprendida no sólo como producto del machismo milenario, algo a lo que sería políticamente correcto sumarnos sin distinciones; sino también como parte del entramado de las formas de dominación, que impone la actual fase de acumulación del capital, en su etapa neoliberal – de financiarización.
La visibilidad de la violencia creciente contra las mujeres y especialmente del feminismo como un movimiento contra-cultural y de rebeldía, pone de manifiesto cómo la violencia de género es un mecanismo que se expresa super-estructuralmente, a la vez que permea el entramado de las relaciones sociales y familiares. Desde esta perspectiva, la irrupción del movimiento Ni Una Menos logra articular rápidamente la denuncia de la violencia femicida junto a las formas de la dominación neocolonial y patriarcal. Por esto se cuenta con una enorme potencia anti-neoliberal. Aunque en debates como el aborto una parte del oficialismo acompañe con los votos, las y los cientos de miles de jóvenes que se vistieron de verde y salieron a celebrarlo en la vigilia de la noche más fría del año lograron poner calor, voces y color a un reclamo que hizo posible la media sanción de la ley IVE. Esto no se quedará allí y avanzará en revisar las formas de las violencias, injusticias y discriminaciones actuales e históricas. Esa juventud está politizada y aprendió que en las calles, siendo multitud, con identidad, convicción y alegría es la mejor forma para soñar y vivir la realidad. De eso no es fácil volver. Esa es una potencia de transformación social de la que se debe tomar nota cabal.