Simone de Beauvoir: el segundo sexo en el Río de la Plata
El segundo sexo en el Río de La Plata es una compilación de Mabel Bellucci y Mariana Smaldone. El libro fue editado por Marea y refiere al emblemático ensayo de la escritora y filósofa francesa Simone de Beauvoir, a partir de distintos trabajos presentados desde fines de la década de 1990 hasta este presente en jornadas académicas y feministas por periodistas, escritoras, militantes de las minorías sexuales, del feminismo y académicas, tanto en Buenos Aires, Argentina, como en Montevideo, Uruguay.
A continuación, AGENCIA PACO URONDO anticipa un extracto del texto presentado originalmente en 1999 por la investigadora mexicana María Ileana García Gossio durante las Jornadas en Homenaje a Simone de Beauvoir en el Cincuentenario de El segundo sexo, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Por María Ileana García Gossio*
A lo largo de la obra de Simone de Beauvoir está presente la diferencia entre biología y cultura, señalando a esta como fundamental para comprender que la mujer no es biología. Es de una gran importancia metodológica, nos dirá, diferenciar al sexo biológico de los aspectos psicológicos, sociales y culturales para la comprensión de lo que es una mujer. En los términos de la filósofa francesa: “No se nace mujer: llega uno a serlo”.
Tiempo después, la aseveración de Simone de Beauvoir, sentará las bases para el surgimiento del concepto género. De hecho, los estudios de género podrán distinguir al género simbólico del género imaginario. Lo femenino y lo masculino serán analizados a la luz del género simbólico: femenino y masculino no constituyen esencias naturales, sino son producto de construcciones culturales que cobran una materialidad a través de lo simbólico de una sociedad. El Yo se estructura gracias a la existencia de un orden simbólico, hombre o mujer y la construcción de cada género formarán parte de un referente simbólico primario.
Las construcciones en torno a los cuerpos instauran diferencias que se traducen en desigualdad. El tema que nos ocupa en este trabajo se encuentra en relación directa con el cuerpo y cómo el de las mujeres es traducido en diversas desigualdades sociales. Algunas desigualdades cobran forma cuando las mujeres utilizan su cuerpo como mercancías, Simone de Beauvoir aborda ello y algo más, en el capítulo “Prostitutas y Hetairas” de su obra clásica El segundo sexo.
La prostitución es una vieja institución de orden social pero también política, económica y cultural. Su debate no es nuevo dentro del feminismo: ha sido abordada desde el surgimiento de la modernidad. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, el feminismo ilustrado con Olympe de Gouges y posteriormente con Mary Wollstonecraft, señalarían las desventajas de las mujeres frente al mundo capitalista, urbanizado y con un discurso de igualdad, pero solo para los hombres. Las mujeres sufrirían aún más de los efectos de la acumulación del capital y de manera sobresaliente, las mujeres pobres.
En el siglo XIX en Londres, Flora Tristán a través de su escrito “Mujeres públicas”, observó el funcionamiento de las redes de proxenetas y burdeles en la ciudad, así como también los mecanismos para incorporar a las mujeres a la prostitución y las situaciones por las que cursarían durante su vida como prostitutas. Lo anterior en el contexto de una doble moral producto del nuevo modelo económico liberal.
En el contexto sufragista, Emmeline Pankhurst y otras feministas, se pronunciaron por la abolición de la prostitución. En la década de los veinte del siglo XX Alejandra Kollontai describió a la prostitución como una herencia capitalista que no podía tener cabida en una sociedad igualitaria tanto económica como social.
A mediados del siglo XX, Simone de Beauvoir analizó la situación de las mujeres con respecto a los diversos roles sociales asignados: madre, esposa, prostituta y más. En el capítulo sobre prostitutas y hetairas revisa constantemente cómo el cuerpo de la mujer es utilizado para fines de enriquecimiento de quiénes la controlan.
El cuerpo es la primera evidencia incontrovertible de la diferencia humana. Nuestra imagen del mundo se da en contraposición con “el otro” y lo representamos simbólicamente, realizamos construcciones sociales y culturales en torno a la diferencia biológica. Pero al realizar dichas construcciones socio-culturales sobre la diferencia biológica entre hombre y mujer estas se tornan en desigualdad social, dando lugar a su vez, a relaciones de poder.
La diferencia/desigualdad se vive en todos los espacios sociales, pero es justamente en el espacio doméstico, la institución familia, donde se crea y recrea con mayor énfasis a través de los roles sexuales en la vida cotidiana.
La diferencia/desigualdad se va marcando conforme a la niña-mujer y al niño-hombre se les van asignando sus roles respectivos, a una se le asociará más con la naturaleza, el cuerpo y la biología y al otro con la razón. De hecho, la mujer ha sido constante sujeto de explotación y opresión a través de la utilización de su cuerpo para los fines de la reproducción, haciendo de su función biológica una opresión social.
A partir de la modernidad, que dibujará espacios sociales claramente diferenciados, se orientará a la niña-mujer hacia los roles de madre, esposa y ama de casa: actividades que generan valores de uso, es decir, orientadas al consumo doméstico, a la satisfacción de “los otros”. Actividades que no serán reconocidas socialmente como productivas ni como trabajo, por ende, no remuneradas y devaluadas. Estas actividades serán legítimas para la sociedad cuando se den al interior de la institución del matrimonio.
Es aquí y ya para su tiempo, donde brillantemente Beauvoir observa el correlativo inmediato al matrimonio: la prostitución. Si bien su actividad no formará parte de lo doméstico sino de lo público remunerado: su trabajo no le permitirá ejercer rasgos de autonomía, ya que se enfrentará al sometimiento de las personas que controlan el negocio.
Cuando los victorianos hablaban de sexo se referían sobre todo al peligro sexual, a la proliferación de prácticas sexuales fuera de la santidad del hogar, sin compromiso con el acto de la reproducción biológica. La prostituta se vuelve un peligro para las buenas conciencias de la moral burguesa. Además de la prostitución, otras tres prácticas cobraron relevancia como transgresoras sociales al permitir la elección libre de las mujeres con respecto a su cuerpo. Estas cuatro prácticas son anteriores al siglo XIX, pero es en este periodo histórico que en un contexto moderno y urbano ocupan una nueva posición con respecto al imaginario social de las mujeres que acababan de surgir.
Los roles sexuales de la modernidad ya estaban claramente definidos y echados a andar. Así como la niña-mujer se irá socializando hacia los espacios privados, el niño-hombre se irá socializando hacia los distintos espacios públicos: en donde el trabajo y la productividad irán de la mano con el valor de cambio, la mercancía, la remuneración económica y el prestigio. En el espacio doméstico reinará el poder de los afectos, en los espacios públicos, el poder racional.
Si bien en nuestra sociedad actual, el grueso de las mujeres está lejos de permanecer recluida en la domesticidad y su participación en el trabajo asalariado y la vida pública goza de un reconocimiento progresivo “la asociación imaginaria mujer-domesticidad sigue siendo eficaz incluso para construir la autopercepción de las mujeres”.
* Licenciada en Sociología y Maestra en Estudios México-Estados Unidos, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctora en Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad Iberoamericana (UIA).