Una ética del disfrute feminista, por Sofía Guggiari
Por Sofía Guggiari | Foto: Daniela Morán
El artículo contiene lenguaje inclusivo por decisión de la autora.
Hablar de los afectos es hablar de lo político. Pensar en lo político es preguntarnos cómo vivimos este mundo con lxs otrxs. ¿Qué vida hacemos? ¿Qué hacemos con los que nos tocó? Cuando el feminismo trae consigo la consigna "lo personal es político", abre la vida a múltiples posibilidades. Y es ahí, en el hacerse feminista, en que vivir, pensar y sublevarse pasa a hacer la misma cosa.
¿Por qué se asocia el feminismo o la vida feminista con una vida de infelicidad o de displacer? ¿Cómo repensamos la experiencia del disfrute en esta época? ¿Es salud integral o privilegio? ¿Es lo mismo el ideal de felicidad que el disfrute como experiencia? ¿El disfrute es manía? ¿No es acaso el disfrute un derecho público y universal?
Felicidad heteropatriarcal y feminismos
La filósofa Sara Ahmed, piensa la promesa de felicidad, como una expectativa que implica la repetición de ciertos guiones preexistentes -por ejemplo el guión familiar heteronormativo- que brindan una imagen de futuro posible en la que organizamos nuestra vida ¿Quién no quiere un futuro? ¿Quién no quiere ser parte de una trama, tener una vida en este mundo?
Salirse de estos guiones, rebelarse frente a los pasos “a seguir” y por lo tanto desarmar ese futuro ya esperado, implica ser, estar y generar problemas. Y así relaciona directamente la desobediencia con el castigo y la infelicidad.
La felicidad, como imperativo, no solo es algo solamente que se obtiene, sino que también es algo que se entrega al otro en forma de obtención de garantías.
Pero ¿producir una vida para obtener esa felicidad como imperativo, no lleva acaso, a veces, a un estado de sumisión? ¿Y el feminismo que tiene que ver con esto?
Ahmed dice: “El feminismo implica el desarrollo de una conciencia política respecto de todo aquello a que las mujeres deben renunciar en nombre de la felicidad. Al volverse conscientes de la felicidad como pérdida, las feministas se niegan a renunciar al deseo, a la imaginación y a la curiosidad".
Ahmed opone la felicidad como imperativo a la experiencia vital del deseo, la imaginación y la curiosidad. Ahí en el pliegue, entre el mandato de género y la necesidad de garantías, ahí, la ética del disfrute.
Disfrute no es manía neoliberal
El disfrute es una experiencia sensible, del cuerpo (no del ideal). Por lo que implica una posición política y subjetiva sobre el mundo y nosotrxs. Disfrutar parece algo tan lejano y complicado que hasta se vuelve un premio que no todxs merecen tener.
Pero el disfrute no es lo opuesto a la fragilidad. Tampoco significa un rechazo a la tristeza, ni a la angustia. Hasta se podría pensar que es todo lo contrario. El disfrute es consecuencia de una posición en relación a la vida que podemos tener y producir con otrxs. No es un estado permanente, o un objetivo a cumplir. Es más bien la potencia en términos de salud, pensada como derecho universal.
Los discursos new age y neoliberales producen un imaginario de que el individuo con solo pensarlo puede tener el disfrute que se merece. Claro, como si no existiera la falta de trabajo, la violencia y el desamparo que produce el capitalismo, la feminización de la pobreza, la sobre explotación sobre las feminidades en tareas de cuidado y crianza, las violencias domésticas, los dolores psíquicos, las imposibilidades, los terrores, los mandatos de género, etc. El disfrute entonces, sería una cuestión de culpabilidad o libertad individual y de la suerte que el viento te traiga. Una suerte de manía neoliberal. Lástima que algunxs siempre están en mejores condiciones que otrxs para recibir los aires frescos de la vida plena.
Por otro lado se percibe un empuje social al rechazo de la interdependencia. La idea de creer que para vivir no necesitamos de lxs otrxs. Pero a diferencia de la dependencia, que traería cierta idea de una relación de poder o sumisión, la interdependencia convoca la idea de red y de alianza.
Entonces disfrute, alegría, interdependencia, plenitud, poder, sumisión, infelicidad o felicidad todo se mezcla y se entrelaza a la hora de pensar, producir y hacer política de los afectos en esta época tan singular que nos está tocando vivir.
Una ética del disfrute, un disfrute feminista
Una vida feliz, como a veces se nos impera, nunca es algo que depende del sujeto y nada más. Nunca puede ser algo que solo dependa de un solo acto o de un solo cuerpo. Intento pensar con la complejidad en las que nos metió el asunto. Hay que hacer el intento de huir de las dicotomías en los que a veces se plantean los problemas políticos y vitales. Y los feminismos no son una política que se pueda pensar por fuera de lo cotidiano. Porque enseña que la política está en lo más personal, vincular y privado.
La búsqueda de una vida más vivible no es una búsqueda individual, pero si se apela también a una responsabilidad vital de cada quien en oposición a la idea de culpabilidad. Y aquello por lo que hay que hacerse responsable es por lo que se pierde. ¿Qué perdemos cuando no respondemos, ni complacemos a las garantías, -no garantes de nada- que ofrecen los guiones heteronormados? Perdemos esa relación tan compleja con el ideal/mandato. Así la experiencia de desobediencia se traduce como una pérdida. Y quizás todo acto de desobediencia y de pérdida impliquen un trabajo de invención. E inventar siempre tiene una cuota de borde, de tragedia, y locura. Pero eso no nos vuelve más infelices. Claro que no, sino que volvemos a nombrar esa felicidad como imperativo y nos acercamos entonces a la experiencia sensible del disfrute como salud, un derecho universal.
Producir una ética del disfrute, un disfrute feminista.