Brasil: Paulinho ataca a Bolsonaro, defiende diversidad y religiones de matriz africana

  • Imagen

Brasil: Paulinho ataca a Bolsonaro, defiende diversidad y religiones de matriz africana

22 Julio 2021

Que Exú ilumine Brasil.

Por Paulo Henrique Sampaio Filho*

El fútbol siempre estuvo presente dentro de mi casa. Mucho antes de estar pronto a realizar el sueño de disputar una Olimpíada, representando al pueblo brasilero y los colores de mi país. En verdad, mucho antes de nacer.

Cuando mi mamá estaba embarazada de mi hermano mayor, ella acordó con mi papá que él se llamaría Paulo Henrique. Al final, mi papá se llama Paulo Henrique, y a ella le gustaba el nombre.

Entonces, Paulo Henrique padre va hasta el registro civil y registra a Paulo Henrique hijo ¿Cierto? Nada. Mi mamá agarró la partida de nacimiento y casi se desmaya al ver el nombre: ¡Romário!

El tipo jugó con el peligro… ¡Ella es vascaína fanática! Como Romário había jugado en el Flamengo, ese nombre no estaba ni cerca de sus preferidos para bautizar al hijo. Ella se enculó, pasó un mes sin hablarle a mi papá por eso.

Pero él tuvo la chance de redimirse un año después. Cuando ella quedó embarazada de mí, decidió cobrársela. Sólo de bronca, decidió que yo me llamaría Edmundo, en homenaje a uno de los mayores ídolos del Vasco.

El año en que nací Romário y Edmundo jugaban juntos en el club. ¿Iba ser una linda dupla de hermanos, no? Presten atención...

Vuelve mi papá del registro civil y ella fue rápido a preguntarle:

- ¿Dónde está la partida de Edmundo?
- ¿Edmundo? ¿Qué Edmundo?

¡PAULO HENRIQUE! Con un hijo de atraso mi papá finalmente pasó su nombre para adelante. Otro mes sin hablar con mi mamá… ¡jajajaja!

Allá en la Vila da Penha, donde nací y crecí, la gente supo la historia y sólo me llamaban Edmundo. En mi infancia éramos conocidos como Romário y Edmundo. Desde chicos nuestro programa favorito era acompañar a mi papá a los potreros.

Y fue en una cancha de Vila da Penha que comenzamos a jugar a la pelota en serio. A partir de ahí, el futsal se transformó en mi base. Gané muchos recursos, drible en espacio corto, raciocinio rápido… Aprendí prácticamente todo en el fútbol sala.

A los ocho pasé en una prueba de futsal del Vasco. Como era final de año, me mandaron para el Madureira y me pidieron que volviera en enero.

¿Pero quién dijo que yo quería salir de Madureira?

En poco tiempo armamos una familia en aquel equipo. Yo simplemente no me quería ir nunca más de ahí. Todas las temporadas era el mismos barullo. Los cuatro clubes grandes de Río intentaban llevarme de cualquier forma. Aún sabiendo que tenían más estructura, rechacé varias invitaciones de los cuatro entre 2008 y 2011.

Durante ese período de futsal, a medida que uno crece, las personas van diciendo: tenés que jugar en cancha de once, tenés que jugar en once. Pero yo sólo quería jugar en Madureira.

Para Madureira jugaba a la pelota feliz.

Con mucho esfuerzo me convencieron de ir a jugar en cancha de once para el Vasco. Sólo que yo puse una condición: seguiría jugando futsal en Madureira – sí, puede parecer difícil de entender, pero yo amaba ese equipo.

Creamos una conexión perfecta entre jugadores, padres y la gente del club. Familia Madureira. Era así que nos referíamos a nuestro grupo. Jugábamos de igual a igual con cualquier equipo. Los adversarios nos respetaban. Pero ahí los padres del Vasco, que me conocían de once, empezaron a molestar a mi padre diciéndole que yo también debía jugar futsal para ellos.

Una vez salí campeón con el Vasco y, al día siguiente, tenía una semifinal con Madureira. ¡Contra el Vasco! Jajajaja.

Eso fue la gota que rebalsó el vaso para mi papá: “Preparate, pibe, que hoy es tu último partido con Madureira”, me dijo.

Muchas cosas pasaron por mi cabeza. Yo amaba el ambiente en Madureira, realmente adoraba el club. Pero percibí que ya no daba más para conciliar dos clubes diferentes. Aún así, yo estaba decidido a dejar mi vida por el equipo en el último partido.

Le ganamos 4 a 3 al Vasco en el tiempo normal. Hice cuatro goles. Aunque perdimos en el alargue, gasté mucho a los chicos del Vasco que eran mis compañeros en once, como Miranda y Laranjeiras. Ese fue mi partido más marcante en futsal. El partido de despedida a la Familia Madureira.

A los 11 años debuté con el Vasco en salón, metiendo el gol del título en pleno  Maracanãzinho. ¿Si sentí la presión? Naaaa, presión fue enfrentar a mi hermano.

Él jugaba en Mello Tenis Club, un equipo de nuestra zona en la Vila. Y al Vasco le tocó la misma llave que a ellos en el campeonato. O sea, por primera vez tendríamos Romário vs Edmundo en la familia. Fue el gran evento del barrio.

Mi papá era peluquero, tenía una peluquería bastante famosa en la región. ¿Qué hizo? Invitó a todos los amigos y a la clientela al partido. No conforme, mandó a pintar una bandera de esas que se cuelgan de poste a poste, enorme, diciendo que nos amaba y que hincharía por los dos hijos.

Para mí hermano eso no era sólo un partido de fútbol. Era una guerra. Él es el más competitivo de la familia. Fuimos juntos al partido, uno al lado del otro en el asiento de atrás de auto. ¿Pueden creer que cuando quise sacar conversación él no quiso hablar conmigo?

- ¿Qué pasa?
- Ahora no, estoy concentrado en el partido.

Increíble, en ese nivel de concentración… Él sólo no quiso conversar porque íbamos a jugar en contra. ¡Jajaja!

De repente, mi hermano era mi rival.

¡Qué mala suerte la de él! ¿No? Ganamos y metí dos goles. Al final del partido mis padres estaban emocionados, lloraban un montón, y mi hermano vino a felicitarme por la victoria. Fue sólo un partido.

Pero mientras jugué en las inferiores del Vasco, nunca era sólo un partido cuando mi familia estaba en la tribuna. Además de peluquero mi papá también era músico. Él agarraba los instrumentos, los metía dentro de la valija e iba para la cancha. Era el jefe de la hinchada. Mi mamá se quedaba adelante, gritando todo el tiempo en el alambrado, puteando al árbitro y armando bardo con la hinchada contraria. Cada partido era una locura.

Al principio, yo tenía hasta un poco de vergüenza. Después me acostumbré. Día que jugaba el Vasco se escuchaba “ahí viene la hinchada de Paulinho”.

Todo empezó muy rápido en mi vida. Yo ya jugaba en el sub-20, pero tenía 16 años cuando Milton Mendes llegó a dirigir a la primera del Vasco. Organizó un equipo profesional contra el sub-20. A los diez minutos me cambió de equipo y metí un gol de cabeza para los profesionales.

A la noche suena un mensaje de Whatsapp: Presentarse en el entrenamiento profesional mañana a las 8hs.

¡Vamos, estoy adentro!

Contra Vitória me transformé en el jugador más joven en jugar profesionalmente para el Vasco. El primero de la generación 2000 en disputar el Brasileirão. Entré al final, di una asistencia y gané moral con el grupo. De cualquier manera, para mí, tan chico, fue un choque estar en ese ambiente.

Un día estaba entrenando en inferiores. Al otro, entrando al campo en un partido televisado para todo el país. Necesité madurar en la convivencia con atletas consagrados. Tenía edad para ser el hijo de algunos de ellos, como Nenê, Luís Fabiano, Breno, Paulão… Con el  tiempo, me fui sintiendo más cómodo en medio de ellos. Pero es fácil ver la diferencia entre un recién llegado de las inferiores y un profesional.

Se terminaba el entrenamiento, los jugadores agarraban sus cosas e iba cada uno para su auto. Y yo me quedaba esperando en el estacionamiento, cargando mi mochilita. “Che, nene ¿Querés que te lleve?”. Los pibes me jodían porque yo estaba esperando que me pase a buscar mi papá. Ni registro tenía, qué iba a tener auto.

De cualquier manera, yo ya me daba por satisfecho de hacer parte del equipo principal. Quería estar preparado en caso de que llegase una oportunidad. Sólo que no esperaba que llegase tan rápido.

Estaba conversando con Paulo Victor en la sala de musculación y Euriquinho, hijo de Eurico Miranda, gira para nuestro lado y dice: "Che, esten atentos. Creo que ustedes van a jugar de titular mañana”.  Lo dijo así, de una.

Primera vez como titular, camiseta 7 del Vasco, contra el Atlético Mineiro de Fred y Robinho, los  tipos que yo elegía en los video juegos. Fue un viaje en el tiempo. Otro choque.

Pero el arquero Martín Silva me ayudó a controlar la ansiedad. Él se sentó conmigo en el vestuario antes del partido y me dijo que juegue suelto. Hasta hoy me acuerdo exactamente de las palabras de él.

“¡Pasá a los laterales! No le tengas miedo a los centrales. Aprovechá el momento. Si perdemos, la responsabilidad es toda nuestra, de los más grandes, no tuya”.

Carajo, esa charla me sacó un peso de la espalda. Entré a la cancha tranquilo para mostrar lo que sabía.

¿Meter dos goles en el debut como titular? Ni en mis mejores sueños lo habría imaginado. En el momento, parece que no pasa nada. No vi la pelota entrando en el segundo gol, para decir la verdad. Recién al día siguiente, cuando llegué al aeropuerto y vi aquella cantidad de periodistas queriendo hablar conmigo, toda mi familia en el zaguán para recibirme, que me cayó la ficha.

¡Carajo, chabón! ¡Le hice dos goles al Atlético en el Independencia, partido del Campeonato Brasilero, en el equipo profesional!
Fui tapa de todos los diarios. Mi papá compró todos, se los puedo garantizar. Jejeje.

Jugué menos de un año en la primera hasta que me transfirieron al Bayer Leverkusen. A pesar del poco tiempo en primera, pasé la mitad de mi vida ahí adentro. Hay muchos jugadores que van a jugar ahí y no saben lo que es el Vasco. No conocen la historia, mucho menos por qué la hinchada es tan apasionada, aún con el equipo atravesando dificultados.

En la época de juveniles en la selección, me chicaneaban porque el club estaba en la segunda división. Y yo discutía, siempre. No acepto que nadie hable mal del Vasco adelante mío. La historia del club es muy linda, necesita ser respetada.

El Colegio del Vasco da Gama, entonces, merece un capítulo a parte. Es donde aprendemos lo que hace a esa institución tan especial. El Vasco es el club que creció por acoger la diversidad y aceptar las diferencias. Yo me identifico plenamente con eses valores.

Mi familia tiene un vínculo muy fuerte con el candomblé y la umbanda. Mi abuela, mi mamá, mi tía… Es algo que pasa de generación en generación. Tengo mucho orgullo de mi religión.

La verdad que… Religión no.

Prefiero decirle filosofía de vida. Una cosa bien personal, que toca mi corazón. Soy yo conmigo mismo. ¿entienden? Practicar esa filosofía me trae mucha energía buena, mucho axé. Como miembro y practicante voy a mi padre de santo siempre que estoy en Brasil y le pido protección a los orixás, principalmente a mi Padre Oxóssi y a mi Madre Iemanjá.

Exu es el camino. Intento saludarlos antes de cada obligación, de cada partido.

¡Laroyé!

Por todo lo que nuestro país ya sufrió, tenemos no solo prejuicios con religiones de matriz africana, cuanto también de otro tipo, como de raza, género y orientación sexual.

Hoy miles de personas me siguen en las redes sociales. Algunas de ellas me tienen como ejemplo. En fin, soy una persona que tiene voz.

Justamente por eso quiero que se alargue esta corriente de lucha contra la discriminación. No importa la creencia. Cada uno puede manifestar su fe de la manera que le parezca. Lo que defiendo, como una persona que tiene voz, es que yo no me puedo dar el derecho de quedarme callado. De no posicionarme delante de prejuicios y negligencias.

Si soy crítico del actual gobierno es porque confío en la ciencia. Todo el mundo ve lo que pasó durante ese año y medio de pandemia, todo el desprecio por la salud. Aún viviendo en otro continente tengo personas queridas que viven en Brasil. Ellas necesitan seguridad, amparo, vacunas.

Después que me mudé para Alemania descubrí que nuestro país aún puede mejorar en innumerables aspectos.

“Ah, ya tiene la vida resuelta…”

Eso es lo que muchos dicen siempre que manifiesto alguna opinión sobre política.

No interesa si soy un jugador de fútbol que actúa en el exterior. No tiene nada que ver con dinero o patriotismo. Yo hago parte de la sociedad. Continúo siendo un ciudadano brasilero que se emociona al oír el himno nacional.

El deporte me enseñó que si nos unimos nos fortalecemos. Sé de la responsabilidad que es representar una nación gigante. Me siento muy honrado, desde que llegué a los juveniles, a los 14 años. Pasé por todas las categorías, sé de lo que estoy hablando. Puedo considerarme un veterano con la amarilla.

Miro al escudo y veo cinco estrellas. Son cinco Copas del Mundo. Es una camiseta pesada. Quien nunca experimentó el sentimiento de vestirla jamás podrá imaginar lo que significa disputar una Olimpíada.

Para que ustedes tengan una idea, antes de la convocatoria yo estaba entrenando en Río para mantenerme en forma física durante las vacaciones. Mi familia se juntó de nuevo (esta vez mi papá no llevó los instrumentos) sólo para compartir la emoción de la noticia más feliz que recibí.

Fue una fiesta cuando escuchamos mi nombre en la lista de convocados para los Juegos de Tokio.  ¿Adivinen de quién fue el primer abrazo felicitándome? De él: Romário. Mi hermano no fue jugador pero se transformó en mi mayor incentivador. Es la persona que analiza los partidos conmigo, me tira de las orejas, la persona que más me critica.

Dentro de casa la dupla Romário y Edmundo nunca se deshizo.

Rezo todos los días para que Exu ilumine a Brasil y nuestros caminos. Que los orixás nos den fuerzas para conseguir la medalla de oro. El brillo de ella sería un aliento para el pueblo brasilero después de tantos meses de caos en el país.

A cada nuevo desafío, yo creo aún más que nada sucede por acaso. Si estoy acá es porque fui bien guiado por mi familia, por la Familia Madureira, por la formación que tuve en el Vasco, por la receptividad que encontré en la selección… Por la filosofía de vida que escogí seguir.

Nunca fue suerte, siempre fue Exu.

Axé!

*Publicado originalmente en The Players Tribune. Traducción: Santiago Gómez