20 años de kirchnerismo: la necesidad de recuperar el entusiasmo
Por Diego Kenis | Foto: Víctor Bugge (Presidencia)
El almanaque manda, y a veces nos conmueve en el centro de las distracciones cotidianas. Acercarse a los 40 es ser ya más viejo que casi todos los jugadores de fútbol en actividad. Para cada quien la medida variará, los que no varían son los años y su impacto.
Otra forma de verlo es que ya voló una década desde el 54%, hegemonía fugaz o ilusoria, época de debates ausentes. Por la contundencia de las realizaciones sobre la mesa o las internas rocosas del triunfalismo win-win. Otros tiempos.
El año que viene se cumplirán veinte del surgimiento del kirchnerismo, incrementando la porción de votantes que no vivieron sin su existencia. Los, como mínimo, cincuenta años de acumulación popular que en gran medida afluyeron en él serán para esa generación una hoja en un manual de historia.
Inapelable, el paso del tiempo plantea la necesidad de re-crearse. El desafío de sostener una identidad construida desde mucho antes de 2003. La tarea de evaluar cómo pararse ante las múltiples demandas de una sociedad cambiante en un mundo vertiginoso.
Son puntos ineludibles, sobre todo cuando el kirchnerismo habrá sido gobierno en dieciséis de los veinte años por cumplir en 2023. Ser gobierno no es tener el poder, se sabe. Pero eso no exime de pensar cómo pararse ante el paso del tiempo y los cambios en la sociedad.
Se acumula desde la adversidad y se desgasta en el ejercicio, eso es invariable como el curso del almanaque mismo. Hay ya miles de jóvenes que no vivieron el estallido de 2001 o se asomaron a la política cuando había comenzado a resquebrajarse la impunidad del genocidio. La web que profundizó la globalización unipolar ya ha pasado las dos décadas desde su masificación y las redes sociales nos intoxican la vida hace por lo menos tres lustros. Sólo por señalar algunos mojones que hablan de lo mucho que han cambiado las cosas desde que el campo popular acumuló lo que en buena medida se canalizó luego en la cultura política kirchnerista.
Pero no es un problema de la juventud o del paso del tiempo. Si así fuera, estaría todo perdido o sólo quedaría escribir un tango, si se tuviera el talento. Sería, ahora sí, el fin de la Historia.
La pelota parece estar en el terreno de la política. Tras el interregno macrista, resulta imperioso satisfacer las necesidades urgentes y reencontrar alguna utopía un poco menos rudimentaria que trabajar para seguir siendo pobre o anestesiarse a diario con el toc tragamonedas de las redes sociales.
Hoy cuesta encontrar esa utopía ausente. En gran medida, seamos justos, porque muchas demandas con largo tiempo de acumulación fueron satisfechas entre 2003 y 2015. Pero es precisamente por eso que la rueda sigue girando y necesita encontrar el eje de nuevas expectativas que la movilicen en una dirección. Que sean justas e igualitarias, tendientes al bien común y no al individualismo, es una lucha no menor.
Por la Patria Grande tal vez no sea muy distinto. Los triunfos o crecimientos de coaliciones populares en varios países de la región invitan a soñar con un bis del principio de milenio. Pero las condiciones no son las mismas. En algunos casos se repetirá el argentino: un retorno tras un interregno neoliberal, breve tal vez, pero condicionante en lo económico y cultural. El tiempo de acumulación fue demasiado corto. Un liderazgo tan fuerte como el de Juan D. Perón necesitó, en tiempos menos veloces y cambiantes, de dieciocho años para el retorno.
Renovar las expectativas demanda mucho más que recuperar el piso perdido. Revitalizar una cultura política, diluir el veneno de redes y fakes news, sembrar futuros liderazgos, movilizar el entusiasmo.
Un crecimiento económico fuerte y bien distribuido, que satisfaga lo urgente, será imprescindible. De concretarse, sería un logro para nada menor. Pero podemos pensar que hará falta algo más para que la política no sea sólo la carrera de una escudería que nos representa desde lejos, en procura de recuperar lo recién perdido, hasta el próximo turno electoral.
Parafraseando a alguien: sin eso no se puede, con eso solo no alcanza.