CFK en Zárate: juega intacta, es un diamante
Por Rodrigo Lugones
Una lona, sostenida por débiles tientos, configura una carpa improvisada. La luz solar a penas baña el amanecer de Zárate. Es temprano. Una olla inmensa humea a la izquierda del tendal. La sangría de despidos, denunciada por Héctor Amichetti, asume rostros precisos. Los números de las estadísticas son personas de carne y hueso. Obreros de la construcción, maestras, ingenieros, ciudadanos y ciudadanas que se reúnen, esperan, denuncian: resisten.
Oscar, de Curtidores, prepara, junto a otros compañeros y compañeras, el operativo de seguridad. Como siempre. Llegan algunos sindicatos más: lecheros, gráficos, judiciales. Sigue siendo temprano. El objetivo es acompañarlos, estar con ellos. Son la factura, el resultado de la producción de la desigualdad; quedaron afuera, están afuera. Hay que estar. Es con ellos y con ellas.
Las caras conocidas se hacen visibles. Miguel Funes, que nunca falta, saluda a algunos compañeros y se apura.
Está llegando. Un enjambre de cámaras digitales, micrófonos, grabadores, celulares, se sacude. Todavía hay rastros de la lluvia, espejos de agua que reflejan la escena. De pronto, en ese mar turbulento, emerge. Su belleza es como un resplandor. Habla poco. Escucha mucho. Saluda. Se pierde en abrazos interminables. La atrapan… la conmueven.
Nadie se pierde de registrar el momento con las cámaras de sus celulares. Su paso es fugaz. Entra en la carpa. La espera una ronda a la que se integra naturalmente. Parte de los más de 600 despedidos de Atucha necesitan contarle qué les está pasando. Vuelve a escuchar.
“Si buscan competitividad, está aquí. En Atucha. Hemos, a través del plan nuclear que es de todos los argentinos y argentinas, transformado a nuestro país en una potencia en materia de desarrollo de reactores, ganamos licitaciones a países del primer mundo. Hoy, desgraciadamente, debemos lamentar cientos de despidos y el desmantelamiento de un programa que no es de un partido, sino de todos y todas”, dice, sintetizando, con claridad, lo que ocurre.
Le entrega el micrófono a quienes buscan dar testimonio. Vuelve a escuchar. Depositan en cada discurso cierta esperanza. Aquella que la realidad no devuelve.
Mientras recapitulo, reflexiono. Cientos de personas se agolpan para verla. Nadie insulta. Nadie agrede. Lejos está ese discurso del odio. Pienso en una frase de Walter Correa: “No hay que darle bola a la televisión, hay que darle bola a la heladera”.