Una muchacha muy bella de Julián López
Por Analía Ávila
Julián López (Buenos Aires, 1965) es ante todo un poeta y esto se palpa en su primera novela Una muchacha muy bella, escrita con una prosa exquisita, repleta de metáforas, detalles y juegos de luces y sombras. El color azul recorre el relato y crea climas intensos con la piel azulina de la madre, el olor azul metálico del miedo y la luz azul del Jardín Botánico.
Narrada desde los ojos de un niño, es la historia de una madre joven y sola con su hijo, su mundo íntimo y cotidiano, durante el tiempo que compartieron hasta la desaparición de ella. El contexto es la última dictadura militar, la Argentina de mediados de los años setenta; aunque la palabra “dictadura” no se menciona en el texto, sino que se sugiere con un nombre de guerra, la referencia a la picana, una contraseña y las sirenas que escuchan por la noche.
Los protagonistas, que no tienen nombre,- tal vez para que los recordemos por sus gestos y diálogos-, están rodeados de pocos personajes, entre ellos Elvira, una entrañable vecina y Rodolfo, un tío materno que es la única referencia familiar. La época está recreada con minuciosidad por las marcas de golosinas, los juguetes y los programas de televisión.
La novela está atravesada por un sentimiento de orfandad debido a la ausencia del padre, y por la sospecha del niño de que algo malo sucede pero que todavía no lo puede comprender. “Mi casa estaba rota”, dice en la evocación del secuestro de su madre; este hecho marca el fin de su niñez y da comienzo al epílogo con el protagonista ya adulto.
“Mi madre era una muchacha muy bella” repite el narrador con insistencia a lo largo de todo el relato. Y tal vez sea este el gesto principal; recuperar a su madre desde esa mirada amorosa y fascinada de la niñez, esa mirada universal que nos transporta a nuestra propia infancia.
Editorial Eterna Cadencia, 2013, 160 páginas