Pasantía campesina en Palma Sola, Jujuy

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Pasantía campesina en Palma Sola, Jujuy

16 Febrero 2015

Por Laureano González

 

María

Ese día María se despedía  no solo de dos jóvenes sino de los que, para ella, habían sido un “envío Dios”. Pero esto significaba algo más. Significaba el regreso al cotidiano, a la rutina agotadora de todos los días, a las cosechas en silencio. Luego de estar acompañada  durante seis días en sus tareas habituales, la vida de María retornaba a lo que siempre fue: una lucha solitaria.

Era una mujer temperamental, acostumbrada a las embestidas de la vida. El hecho de haber perdido a su madre siendo pequeña y a un hijo a una temprana edad la había forjado como una mujer de una fortaleza inmensa. Ahora se encontraba con su esposo, que hacía poco había perdido la visión, y con la carga de tener que ponerse al hombro las labores del campo. Tal como una Madre de Plaza de Mayo, María sacaba fuerza de donde no tenía, aunque ella no tomaba dimensión de eso.

Hacía 30 años que vivía allí, en Palma Sola, con su pareja. Sus hijos desde jóvenes se habían ido a la ciudad  para terminar sus estudios  y  entrar en la policía. Pocas veces recibía visitas de ellos. Esto no era una excepción, en varias familias ocurría lo mismo, los jóvenes no tenían el mismo arraigo a la tierra y preferían irse a buscar una nueva vida a los grandes centros urbanos. Ella lo veía también en sus nietos que, repitiendo la historia de sus padres, tenían la ilusión de vivir en la ciudad y conocer en algún momento la gran Provincia de Buenos Aires.

El pibe

El pibe llegaba con la certeza de encontrarse con un contexto muy diferente al suyo y con una familia de campesinos dedicada al trabajo, pero nunca hubiera imaginado que esa experiencia iba a dejarle el compromiso de sumarse a una lucha de la que era ajeno hasta el momento.

Llegando a Alto Comedero, desde la ventana del bondi comenzaba a vislumbrarse un extenso conjunto de casas idénticas; lo único que las diferenciaba  era  las distintas siluetas estampadas en la interminable secuencia de tanques de agua: El  Hombre Nuevo,  La abanderada de los humildes y el Libertador de los Pueblos Originarios. Era el barrio de la Tupac.

Allí,  él y a sus compañeros de viaje fueron recibidos por uno de los referentes del lugar quien les comentó que cada uno de esos personajes representaba un principio que orientaba a la comunidad: la disciplina y la generosidad, la protección de los niños y ancianos, y  la defensa de la tierra y la cultura originaria. La charla se vio interrumpida por un estruendo que pareció romper el cielo, del cual brotaron grandes gotas de agua  seguidas de una granizada intensa que dispersó a los jóvenes en búsqueda de reparo.

Luego de esa visita efímera pero impactante, él y cada uno de sus compañeros, fueron distribuidos por distintas regiones y pueblos de la provincia de Jujuy donde serían recibidos por las familias del lugar.

Allí fue cuando conoció a María y a José. Ellos vivían en las afueras del pueblo de Palma Sola y trabajaban sus veinte hectáreas de tierra desde hacía 30 años.

Actualmente estaban dedicados a la siembra y cosecha de cítricos y maíz.
Don José había perdido la visión hacía un año. El pibe quedó sorprendido, no podía concebir cómo esa mujer de unos sesentitantos se encargaba diariamente del sembrado, cuidado y cosecha de todos los frutos, sumado a los quehaceres domésticos y al cuidado de su marido. Ahora él y su compañera de vivencia deberían colaborar en dichas tareas, ya no pensando en vivir una experiencia distinta al cotidiano urbano, sino para ayudar a esa mujer que era puro esfuerzo.

Al principio, le costó que María aceptara su ayuda, hasta que decidió aclararle el porqué de su visita. A partir de allí, todo fue distinto. La relación con ella se fue afianzando y comenzaron a participar de  actividades como la recolección de frutos para el consumo diario y para la venta.

Era época de cosecha, y los frutos de allí eran bastante solicitados por la gente del pueblo y de otros lugares, por eso era tarea habitual ponerse la gorra y salir, a toda hora, con los canastos a recolectar.

En su cuaderno, el pibe tomaba notas  y reflexionaba acerca de su día a día en esa finca; algo de ese material llegó a mí y, como considero que no hay relato más fiel que el de aquel que lo vivió en carne propia, ahora lo paso a transcribir:

“Los días acá son sinónimo de trabajo. No hay tiempo de sobra, no se quema el tiempo. Y no es porque los campesinos sean obligados por un capataz; tampoco porque su subsistencia dependa de esto, sino que ellos ven y sienten algo más al estar en contacto con su tierra. Este arraigo es el que les da la fortaleza necesaria para combatir en dos frentes: la tentación del consumismo promovido por los medios de comunicación urbanos, y el avance de la topadora terrateniente…”.

“Es algo impactante sentir las diferencias de dos mundos distintos que conviven en el mismo país. Hoy nos levantamos seis y media de la mañana y, luego de un abundante desayuno, salimos a recolectar choclos. Levanto la mirada y veo, no estructuras de cemento sino kilómetros de siembra, de arboles dando a luz frutos de colores variados, atravesados por el sol que poco a poco comienza a entibiar la tierra y todo el monte en su conjunto.

Toda tarea tiene una técnica específica, porque como dice María, las cosas se hacen bien o no se hacen. Por ejemplo, al momento de seleccionar el choclo, hay que tener en cuenta si el extremo superior se dobla y si apretándolo se siente tierno o carnoso, en ese caso estará listo para cosechar. Es todo un arte.”

“María me dice que “no es política” y no es porque no le interese sino por desconocimiento. Y me deja pensando, o mejor dicho, reafirmando que esta defensa de la tierra no tiene un sustento teórico, como nosotros muchas veces buscamos, sino que es netamente práctico: ella me comenta que el avance ,mediante el desmonte, de los grandes terratenientes modifica el medio ambiente, no solo por los agroquímicos que afectan los campos aledaños sino porque también altera  el hábitat de los animales, como los loros que al perder el monte como hogar se movilizan a las tierras de los pequeños productores para alimentarse  y en unos minutos arruinar el resultado de meses de trabajo. Ellos, o por lo menos María, conocen  el valor de su tierra y están dispuestos a dar la vida por ella enfrentando a quien quiera quitársela. Aunque los fundamentos de su lucha salgan directamente de su cotidiano y no haya vanguardia ni teoría iluminada que los guíe…”

“Hoy conocimos al hijo y a los nietos de María y como figurita repetida ninguno de ellos vive en el campo. Son parte de aquella juventud que elige buscar suerte en las ciudades. Uno de los nietos quiere conocer Buenos Aires y no tiene en sus planes continuar el trabajo de su abuela. En cambio el más pequeño de los nietos quiere quedarse allí; representa esa excepción a la regla que hará que esa tierra no caiga en malas manos…”

“Arranco mi viaje de vuelta con la certeza de haber entendido el propósito de mi visita.

En sí, la experiencia fue fructífera por donde se la mire pero no vale tanto si lo que nos llevamos es sólo la anécdota del campesino cantando copla, como mero hecho cultural. Creo que cada uno de los que participamos de este viaje tiene la capacidad y el compromiso de dar el debate sobre estas cuestiones que involucran a personas que hacen patria desde los lugares más recónditos de nuestro país. Si nosotros no tomamos ese compromiso la experiencia habrá sido en vano y como me dijo una compañera, citando a un comprometido con los sin voz, ‘el conocimiento nos hace responsables’.”

Ahora el pibe subía al micro que lo llevaría de regreso a la ciudad con la convicción de haber conocido a uno de esos tantos héroes anónimos que desde el cotidiano resisten, por amor y respeto a la tierra, a la avanzada de los grupos de poder y las tentaciones de lo urbano.