Por qué Putin y Obama se equivocan con Siria, Assad y el Estado Islámico
Por Ezequiel Kopel
Después de los sendos discursos de los presidentes de Estados Unidos y Rusia en la 70ª Asamblea de las Naciones Unidas, no queda más que pensar que ambos mandatarios yerran sobre la solución al conflicto sirio, que ha ocasionado la mayor catástrofe de refugiados en Medio Oriente, la alarma en todo el territorio europeo y la indignación en el mundo entero.
Barak Obama, en su reciente discurso en la ONU, manifestó que el crecimiento del Estado Islámico es responsabilidad absoluta del presidente sirio Bahser Al-Assad. Si bien las maniobras de Assad ayudaron a los fundamentalistas, y éste, a su vez, se aprovechó de la barbarie del EI, no es cierto que el presidente sirio sea su creador. Obama no reconoce que la destrucción de Irak por parte de los Estados Unidos y su posterior alianza con la mayoría chiíta, deseosa de venganza contra la minoría sunita representada en Saddam Hussein, dio origen al nacimiento del Estado Islámico.
Por su parte, Vladimir Putin, en el mismo recinto, esgrimió varias teorías conspirativas, muy de moda en los últimos años, que tarde o temprano se le pueden volver en contra (como cuando negó que Rusia había enviado soldados a Ucrania, mientras los mismos se sacaban "selfies" y las subían a Internet) y tampoco tuvo en consideración que, apoyando las políticas genocidas de Assad, sólo va a terminar por inflamar el conflicto sirio, vigorizando a la oposición a Assad y colaborando en la prolongación de una guerra civil sin final aparente. Tampoco fue casualidad que en ese estrado haya enaltecido la Conferencia de Yalta, de 1945, en la cual un poderoso y ganador Joseph Stalin se reunió con un moribundo presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y un débil primer ministro británico como Winston Churchill, para dictaminar los pasos a seguir en la reconstrucción de la Europa de posguerra.
Durante el primer día de los bombardeos aéreos rusos contra objetivos sirios, los ataques no estuvieron dirigidos contra el Estado Islámico, tal la excusa de Putin para su intervención en Siria, sino contra los rebeldes que están cerca de los dominios de su, por ahora, aliado Assad. Entre los bombardeados se encontraron posiciones del Ejército Libre Sirio, un grupo apoyado por Estados Unidos y otras naciones occidentales, sí, pero también una organización más secular (si es que existe algo parecido a la secularización en esta parte del mundo) y más efectiva, que enfrenta activamente tanto al Estado Islámico como al actual gobierno de Siria. Lo cierto es que Putin, por ahora, no atacó Raqqa -la capital del poder del EI- sus pozos petroleros, sus líneas de transporte ni tampoco sus bases de armamento. Sí concentró, en cambio, sus ataques a los rebeldes que se hallan más cerca de las posiciones del régimen sirio y de la base militar que Rusia tiene en Taurus, la única guarnición naval rusa en el mar Mediterráneo. Además, la aviación rusa bombardeó infraestructura civil clave como, por ejemplo, la distribuidora central de pan, en la localidad de Talbizeh.
Por el momento, la posición de Putin es clara a pesar de su retórica: se encuentra allí para apoyar a Assad, no para enfrentar al Estado Islámico. Sin embargo, su despliegue, a pesar de las alarmas periodísticas, ha sido parcial y se corresponde con la intención de no repetir los errores cometidos por la Unión Soviética en Afganistán, cuando una importante baja del precio del petróleo (como la actual), sumada a una intervención militar prolongada, tanto terrestre como aérea, contribuyó a la debacle del imperio soviético. Las fuerzas rusas no están en Siria para que Assad recupere territorios perdidos ante los rebeldes, situación que ni los milicianos del Hezbollah han podido revertir, como quedó de manifiesto en Zabadani luego de tres cruentos meses de lucha, sino para mantener las posiciones del régimen y evitar que otros países intervengan en Siria sin previa consulta.
En cambio, Estados Unidos no tiene una estrategia definida como la rusa; en esa indefinición se encuentra la persistente debilidad norteamericana en su enfrentamiento con el Estado Islámico en Siria. Sus planes para contenerlos, durante el último año, han fallado sistemáticamente y la única autocrítica que se escuchó en el discurso de Obama en la ONU ha sido una errada analogía con la situación de Libia luego del derrocamiento de Muammar Gadafi: según el presidente estadounidense, el error no fue derrocarlo sino abandonar a su suerte a ese país por parte de la comunidad internacional. Por lo tanto, Obama vuelve a cometer el mismo error pero con un diferente orden de los factores: concentrarse en el fin del gobierno de Assad así como en la aniquilación del Estado Islámico no traerá respuestas acerca de lo que sucederá en Siria cuando ambos actores políticos no lleven la delantera. Es decir, Estados Unidos sólo tiene la mitad de un plan y “medio plan”, en una zona como Medio Oriente, significa no tener nada.
Mientras tanto, la comunidad internacional llega a una unificada conclusión después de la intromisión rusa: la canciller de Alemania, Angela Mekel, el presidente de Turquía, Recyp Erdogan y el primer ministro inglés, David Cameron, junto a otros países de Europa, han manifestado que Assad puede ser parte de la solución al conflicto y que tolerarían que el presidente sirio mantenga el poder durante un periodo limitado, en un gobierno de transición nacional. Incluso Irak -que desde 2004 hasta el surgimiento del EI culpó a Assad por cualquier ataque contra objetivos chiítas propios-, se encuentra dispuesto a compartir inteligencia con sus contrapartes sirias. En otras palabras, luego de cuatro años de ser casi un paria internacional, Assad está ganando o, al menos, conteniendo la batalla diplomática y su deposición no está tan cercana como muchos asumían.
Hace un año y un día este cronista escribió lo siguiente en este mismo medio: "Bombardear desde el aire no alcanza para destruir al islamismo radical; es imposible atacar al extremismo desde la distancia. Cuando las bombas terminen, ¿quién se va a hacer cargo de la población? El fundamentalismo islámico se alimenta de cuatro factores: ignorancia, desesperación, división y el mayor caos posible. Y, actualmente, esta zona del planeta posee esos cuatro ingredientes listos convertirse en una combinación explosiva y desestabilizante. Sólo con estabilidad económica, desarrollo, educación, libertad religiosa e igualdad, junto con una fuerza nacional responsable que gobierne para todos sus ciudadanos y el fin del apoyo extranjero a dictadores autóctonos, las raíces del terrorismo islamita podrán ser erradicadas. Por lo tanto, vencer al Estado Islámico no parece ser una tarea nada sencilla ni inmediata.".
366 días después, para quien escribe estas líneas, el problema sigue siendo el mismo. Mientras las potencias mundiales disponen -como en la otrora Guerra Fría- de otros escenarios para continuar la disputa por el control de sus intereses territoriales y económicos, el único perjudicado sigue siendo el mismo de siempre: el pueblo; en esta ocasión, el sirio.