Escuela para señoritas Al Rawabi: No todo es color de rosa
Por Agostina Gieco
La “escuela para señoritas Al Rawabi”, ubicada en Jordania, habla por sí sola. No sólo por el nombre, que da cuenta de quiénes asisten y quiénes quedan fuera; sino además por la imagen que muestra. Las estudiantes deben vestirse con camisas rosas y cerradas hasta el cuello, junto con una falda que les llega hasta las rodillas; las paredes de los baños y aulas también son de ese color, que hace tiempo se decía que “era para niñas”, y todos los días en la formación sus uñas son inspeccionadas meticulosamente por parte de una profesora que siempre lleva una vara larga con ella. La paradoja de toda la situación descripta, es que el himno escolar, que cantan con orgullo cada mañana, en una de sus frases menciona que las alumnas son “precursoras e innovadoras”, pero eso no es lo que la institución pregona.
Esta producción jordana se centra en Mariam (Andria Tayeh), protagonista que sufre acoso escolar por parte de varias de sus compañeras de clase. Layan (Noor Taher), Rania (Joanna Arida) y Ruqayya (Salsabiela) son las típicas “chicas populares” que se llevan el mundo por delante y a las que todas las demás alaban y temen por igual. Layan, su líder, es la hija mimada de un hombre tan poderoso que con sólo una llamada podría hacer que clausuren el colegio. Por esta razón, la directora del establecimiento avala por omisión la mayoría de sus conductas.
Pero Escuela para señoritas Al Rawabi, estrenada a través de Netflix, no es sólo una miniserie que aborda la problemática del acoso escolar, incorporada ya en muchas otras producciones. Hay imbricaciones culturales que también salen a la luz y develan una mirada que propone determinado rol de la mujer en la sociedad.
La cultura jordana es, en varios sentidos, radicalmente opuesta a la nuestra. Si bien las mujeres pueden, por ejemplo, conducir autos y estudiar una carrera universitaria, inconcebible en otros países de Medio Oriente, no se les permite moverse libremente sin autorización de la “autoridad masculina” a su cargo. A su vez, la sociedad es muy estricta en cuanto al código de vestimenta y quienes deciden no seguirlo a rajatabla son juzgadas.
En ese aspecto, la miniserie replica procesos de revictimización de la mujer en cuestiones de diversos acosos que no escapan tampoco a nuestra cultura, en especial cuando se opina sobre largos o cortos de polleras o si de mostrar el cuerpo se trata. A su vez, los capítulos abordan, desde una perspectiva crítica, cuestiones relacionadas con la falta de derechos de las mujeres. Como complemento, en el guión hay frases que dan cuenta del nivel de cosificación al que están expuestas y de los roles que les son asignados como inmutables.
Al mismo tiempo, es importante tener en cuenta que tanto la directora Tima Shomali como la guionista Shirin Kamal, son mujeres jordanas. El punto de partida del análisis es que las representaciones de la producción no son creadas desde una perspectiva occidental, sino desde el seno de la propia problemática. Este elemento aumenta mucho más su valor porque da cuenta del anhelo de muchas de ellas de poder hacer con su vida lo que les plazca.