La literatura como memoria militante
Por Diego Kenis
La memoria de Alicia Partnoy se esforzó en retener cada detalle táctil o, con las dificultades del caso, visual. También las voces de los compañeros, los nombres o apodos de los represores, la hora en que sonaba el tren de la tarde o el lugar por donde llegaba el viento que movía la rueda atada del molino que contó Eduardo Galeano.
De ese ejercicio salió La Escuelita, el conjunto de relatos testimoniales que en 1984 mostró al mundo cómo era un Centro Clandestino de Detención (CCD) de la dictadura argentina recientemente concluida y un cuarto de siglo después se convirtió en prueba basal de los dos primeros juicios por delitos de lesa humanidad que se desarrollaron en Bahía Blanca, entre 2011 y 2013, para determinar las responsabilidades de dos decenas de militares, policías y penitenciarios que actuaron bajo la órbita del Ejército, que en el Comando bahiense de su V Cuerpo albergó a “La Escuelita”. Nombre heredado de su antecedente tucumano en Famaillá, durante el llamado “Operativo Independencia” en que se destacaron con sus crueldades Adel Vilas y su grupo de torturadores y capellanes.
Todos ellos desembarcaron en Bahía Blanca durante el crucial 1976, pero para cuando Alicia fue secuestrada, un caluroso mediodía del enero siguiente, Vilas había sido reemplazado por el general Abel Catuzzi como segundo comandante del V Cuerpo y jefe, por ende, de la represión clandestina en la delimitada “subzona 51”.
Durante los primeros meses de 1977, los padres de Partnoy no lograron tener noticias de Alicia ni de Carlos Sanabria, el padre de su hija de un año y medio. Ambos estuvieron en “La Escuelita” hasta entrado el otoño, pero el mayor Hugo Delmé –sobre cuya figura Santiago Gómez construyó una estupenda crónica- negaba cualquier conocimiento del Ejército sobre sus paraderos cada vez que era consultado por Salomón Partnoy o Raquel Schoj de Partnoy, madre de Alicia y gran poetisa y pintora, que merecerá pronto un suplemento especial de la AGENCIA PACO URONDO para su obra de arte y memoria. Como anticipo, una de sus pinturas ilustra esta nota (*).
Desde fines de abril de 1977, el cautiverio de Alicia continuó en la Unidad Penitenciaria 4 de Villa Floresta. Más tarde fue trasladada al penal de Devoto. Ya “blanqueada” y “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”, pudo reencontrarse con su hija Ruth y comenzar a escribirle cartas con poemas, frases y cuentos. Esos textos conformaron ¡Escuchá!, el libro publicado por la editorial cooperativa 7 Sellos que se presentó a comienzos de mayo último, en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires, y sirve como disparador para las notas que incluye este Suplemento de Cultura Popular.
Entre ambos libros, Partnoy publicó numerosos trabajos académicos, traducciones, artículos, documentos vinculados a su lucha por los derechos humanos y dos poemarios, Volando bajito y La venganza de la manzana, en los que también puede leerse el grito de la Memoria viva. Pocas semanas atrás visitó su ciudad natal de Bahía Blanca para participar de la presentación de una antología familiar, Las ramas hacia el mundo, publicada por Hemisferio Derecho. Tiempo antes había sido el turno de su madre Raquel, que acercó al público bahiense sus postales de la Ciudad de rojos horizontes, de la misma casa editora. “De su mano aprendí a nombrar el mundo, de su mano aprendo hoy que todo dolor ha de nombrarse, para que Nunca Más”, dice Alicia desde la contratapa de ese libro.
(*) La ilustración de esta nota es la pintura de Raquel Partnoy llamada “Envueltos en llamas”, de su serie “Paquetes” (2014).