"Hay que pensar la violencia policial al lado de las economías ilegales"
Por Jorge Giordano
Agencia Paco Urondo: Una parte del discurso de los vecinos que fueron a protestar a la comisaría de Flores vincula a la policía con los mercados criminales y las zonas liberadas. Los vecinos cantaban "Ustedes saben quiénes son". Al mismo tiempo también aparecen los casos de violencia institucional, protagonizados por las fuerzas de seguridad. ¿Cómo se piensa este círculo de violencias?
Esteban Rodríguez Alzueta: No hay respuestas sencillas para esta pregunta, necesita muchos rodeos. En principio te diría que es así, que la policía regula los mercados criminales. Ahora, dos tipos que afanan al boleo no son tipos profesionales, son dos tipos que afanan al boleo. Allí no hay una economía ilegal, más allá que luego el botín lo cambien por plata y con ella se compren ropa deportiva, se vayan de joda o paguen el alquiler. Esos dos tipos que afanan al boleo son un problema para la policía, porque le roban al carnicero o a la anciana de acá a la vuelta y luego tiene, el comisario, al carnicero y a la familia de la anciana en su despacho manifestando su enojo. El comisario no tiene la bola de cristal para saber dónde van a producir el próximo atraco. ¿Cómo los regula entonces? Pero para responder esta cuestión primero hay que responder esta otra: ¿De qué estamos hablando cuando decimos “regulación”? La policía regula cuando empuja a los pibes a que asocien su tiempo a una economía ilegal, por ejemplo, un transa que, dicho sea de paso, ya arreglo con la policía. Porque convengamos que el universo transa, como cualquier mercado también necesita de fuerza de trabajo. De esa manera, esos pibes que empiezan a patear con el transa dejaron de afanar al boleo. Y si el día de mañana se mandan alguna cagada, no deben rendir cuentas al comisario sino al transa. Dos pibes con una línea son dos pibes con plata en el bolsillo que no tienen necesidad de salir a afanar al boleo. En segundo lugar, hay que decir lo siguiente: la policía, la violencia policial a través de la cual la policía empuja o recluta a los pibes para las economías ilegales, es la expresión del fracaso de muchos actores. Primero del fracaso de las políticas públicas que no supieron interpelar a los pibes, pero también el fracaso de las familias, de las escuelas, de los movimientos sociales que tampoco pudieron o supieron como interpelarlos. Entonces, cuando un gobierno con sus políticas de inclusión no puede con ellos, pero también las familias se encuentran desbordadas, y la escuela los deja otra vez en la calle, y los movimientos no dan pie con bola con esos pibes, ¿qué hacemos? Le pasamos el problema a la policía. Y lo cierto es que la policía tampoco sabe qué hacer con estos pibes porque no está preparada para atajar semejante conflictividad social. Entonces hace lo que sabe hacer. Uno: a veces los gatilla, pero solo excepcionalmente. Porque no es fácil matar a alguien. Dos: les arma una causa y los manda una temporada a una cárcel. Total, para cuando salgan en dos o tres años, el comisario ya no estará en esa Comisaría y que se arregle el que venga. Tres: activa controles sociales informales, es decir, empuja a los pibes a que asocien su vida a los mercados ilegales que son economías que resuelven montones de problemas a las economías informales y a las legales también. Por eso te decía que hay que pensar la violencia policial al lado de las economías ilegales, pero también al lado de nuestras propias incapacidades para atajar esta conflictividad.
APU: En la toma de la comisaría del lunes en Flores existió un rol importante de los medios de comunicación. Los propios manifestantes se reunieron a hablar al respecto, y desde algunos medios se intentó caracterizar a algunos como infiltrados políticos o barras bravas. Incluso Canal 13 denunció la agresión a uno de sus periodistas. ¿Qué análisis hace de esta cobertura en particular y cuál cree que es una manera responsable de cubrir estos hechos?
ERA: Mira, no solo el delito callejero es un problema, también el miedo al delito. Y uno de los factores que contribuye a expandir el miedo al delito son las coberturas truculentas o sensacionalistas que el periodismo en general, pero sobre todo el periodismo televisivo en particular, ensaya sobre estos hechos. El periodismo tiene la capacidad de enloquecernos a todos. Y no solo eso, sino que cuando lo hace nos pone cada vez más lejos de cualquier solución. Las noticias sensacionalistas clausuran los debates. Cuando un movilero o un presentador estrella nos cuenta que una mujer embarazada fue asesinada en una salidera, no está informando, nos está dando manija, está cerrando filas, nos está diciendo cuál es la actitud que debemos tener ante los hechos que está presentando ante nosotros. Porque estos hechos, y los periodistas lo saben muy bien –porque viven de ellos-, tienen la capacidad de no producir divisiones. Más allá de que vos seas macrista, trosquista o kirchnerista, todos nos vamos a sorprender diciendo “¡qué barbaridad!” Entonces la prensa, a través de estas coberturas truculentas produce consensos difusos y súbitos, que son consensos químicos, es decir, afectivos. Esos afectos se averiguan en la indignación de la opinión pública. La indignación, que es una respuesta picaneada por la prensa, clausura las discusiones. Un vecino en estado de emoción, a veces violenta, no reclama debates sino acciones urgentes.
APU: En estos meses se hicieron públicas discrepancias y disputas por el traslado de los efectivos de la Policía Federal a la Metropolitana. ¿Juzga que esta situación incidió en la situación de Flores?
ERA: No lo sé. Es cierto que en determinados sectores de la Federal hay disconformidad con el traspaso, pero en otros hay expectativas también. Pero no podría decirte que el telón de fondo de estos hechos haya sido el traspaso de la PFA al gobierno de la Ciudad. No creo que las versiones conspirativas puedan explicar estos fenómenos.
APU: Varios de los manifestantes declaraban a las cámaras haber votado a este gobierno y sentirse defraudados por no resolver "el tema de la inseguridad". Inclusive le achacaban a la Ministra Bulrrich haber retirado a la Gendarmería del Bajo Flores. A pesar del creciente número de denuncias de violencia institucional a manos de fuerzas de seguridad nacionales y provinciales, ¿cree que existe un malestar dentro de las propias fuerzas, algo similar a todavía "tener las manos atadas"?
ERA: No creo que la policía tenga las manos atadas, aunque es cierto que hay coyunturas avivadas por las periódicas campañas de pánico moral que estimulan el uso de la fuerza letal o no letal de manera discrecional y abusiva. La violencia es una de las herramientas que tiene la policía, entre otras, y sabe cuándo conviene usarla y también cómo usarla para que nosotros no nos enteremos. Cuando la policía faja a un pibe de 15 años adentro de la comisaría o arriba de un patrullero, lo hace por muchas razones que no justifico pero que hay que entender. Lo hace para marcarle el territorio al pibe; lo hace porque estaba aburrido y aprendió que el hostigamiento es una forma de llenar el tiempo muerto; lo hace para demostrarse y demostrarle su autoridad; lo hace también para que el policía acumule prestigio frente a sus propios pares; lo hace porque le tiene bronca, porque ve reflejado su propio pasado en el pibe, un pasado del que reniega o quiere tomar distancia; lo hace porque sabe que el pibe podrá estar en la calle en dos meses y seguirá “haciendo ruido” y entonces lo castiga anticipadamente; y lo hace finalmente para vulnerabilizarlo más aún y reclutarlo a una economía ilegal. La policía no necesita de mayores facultades para usar la fuerza, la usa y punto. Es una fuerza con muy bajos niveles de rutinización formal.
Ese clisé que mencionas (“la policía tiene las manos atadas”) es la expresión de la imbecilidad y la indolencia argentina, de la incapacidad para ponerse en el lugar del otro, para pensar los problemas en todo su complejidad. Es la expresión de la indignación que activa pasiones punitivas. Pero también es la frase que le gusta escuchar a los comisarios para obtener más presupuesto, más patrulleros, más horas extras, mejores armas, etc.
APU: Algunos referentes del Bajos Flores están preocupados por la posibilidad de que esto desate una cacería de brujas sobre los pibes de los barrios y que la policía aumente la cantidad de casos de gatillo fácil. ¿Cómo se neutraliza este discurso, qué hay que hacer visible?
ERA: No creo que la policía salga a cazar pibes. No es fácil matar a un pibe. Hay una trama política y social, y organizaciones de derechos humanos, que siguen de cerca estos eventos, que supieron agendar estas formas de violencia. Lo que sí va a haber, y ya se está notando desde hace varios meses, es un aumento de controles territoriales sobre determinadas poblaciones: hay más policías pidiendo documentos, más policías cacheando, hay más retenes, más razias, se multiplicaron los puntos de control en las arterias que conectan las periferias con el centro o las zonas residenciales. Y el destinatario de todas estas rutinas son los jóvenes varones morochos que viven en barrios pobres y usan ropa deportiva o andan con gorrita. Esta es la brújula que la sociedad en general les dio al policía para que se mueva en la calle. Porque no me parece que se trate de un problema que haya que cargárselo a la policía con exclusividad. Si vos ves a una persona adulta con traje y corbata, no cruzás la calle. Pero si se trata de dos pibitos que tienen esos rasgos entonces vas a acelerar el tranco o pegar la vuelta o agarrar tu mochila más fuerte. Entonces, la cultura de la sospecha no es un problema policial. No hay olfato policial sin olfato social.
APU: Luego del asesinato reciente de un mecánico en Mataderos, su padre declaró: "Yo no necesito la ley, la ley soy yo: Oscar". Esto se relaciona con su afirmación corriente de que "si no hay gatillo policial, hay linchamiento vecinal". ¿Este contexto político habilita pensar otras maneras concretas de discutir estas visiones?"
ERA: Esa frase, “la ley soy yo”, hay que leerla en un contexto caracterizado por la crisis de confianza que arrastran determinadas agencias encargadas de hacer frente estas conflictividades. Si los policías no persiguen el delito, pero tampoco los fiscales o los jueces, entonces, empiezan a aparecer otras formas de justicia popular que forman parte del repertorio de los ciudadanos. Más aún cuando fracasan otras agencias sociales y no pueden interpelar a los pibes. Son formas de justicia preestatal, una justicia sin intermediarios. Acá la turba prescinde de intermediarios, es decir, no necesita de los terceros imparciales y de la ley que cuida los derechos de todos, tanto de las víctimas como de los victimarios. Es una justicia que va mucho más lejos que la vieja Ley del Talión que proponía el ojo por el ojo y el diente por el diente. Acá un ojo, es decir, un celular, una billetera o mochila, te puede costar la vida. Y cuando la vida es el objeto de la venganza, la justicia popular tiene forma de linchamiento, escrache, hoguera. La infamia es el modelo de castigo que está detrás de estas formas de justicia popular, un modelo actualizado con los procesos de estigmatización social. La estigmatización no se limita a descalificar al otro sino que aventura un juicio negativo. A través de la estigmatización se anticipa una culpabilidad que subsistirá en la cabeza de todos los emprendedores morales. Porque la infamia es un castigo que se guarda en el recuerdo de las víctimas, sean las victimas reales o potenciales. La infamia depende de la capacidad de memoria de las víctimas, de su rencor. Los piadosos no son infames, tampoco los desmemoriados. La justicia infame es una justicia que no quiere reconciliarse, que no cree en la integración social. Avergüenza, pero después de ella no hay re-encuentro, hay resentimiento para siempre.