Esteban Rodríguez Alzueta: "Los reclamos punitivos surgen de la incapacidad de la justicia"
Agencia Paco Urondo dialogó con Esteban Rodríguez Alzueta, docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, sobre el juicio a los rugbiers responsables del homicidio de Fernando Báez Sosa.
Agencia Paco Urondo: ¿Hay una condena social a la justicia y al poder judicial reflejado en el crimen de Fernando Báez Sosa y la adhesión popular que tiene?
Esteban Alzueta: Gran parte de la presión social sobre la justicia que administran los tribunales se explica en la desconfianza. El juicio llega en un contexto donde la crisis judicial de larga duración es cada vez más evidente. La ciudadanía desconfía de los tribunales. Esa desconfianza tiene muchas razones: por un lado, porque gran parte de la sociedad no puede acceder a la justicia, no se siente protegida por la justicia. Los jueces no toman sus conflictos, no procesan sus problemas y cuando lo hacen, la sentencia no solo llega demasiado tarde, sino que está escrita en un idioma que no se entiende y, generalmente, contra el sentido común. Porque la desconfianza se explica además en la jerga llena de tics que utiliza la justicia.
La ininteligibilidad y la poca o nula predisposición para contar lo que tramita y resuelve, no contribuye a la gestión de justicia. Cualquiera que haya tenido un problema que llegó hasta los tribunales entendía de qué se trataba, pero desde el momento que consultaron a un abogado, dejaron de comprenderlo, empezaron a vivir el problema con extrañamiento. Antes tenían un problema y ahora tienen dos o tres problemas extras que, encima, no entienden. Si a eso le sumamos que los operadores judiciales no sienten que tengan que rendir cuentas a nadie, que están en sus puestos hasta que la muerte se los lleve; tienen sueldos millonarios y no pagan ganancias, cuentan con mucha gente a disposición que escribe para ellos, lo cual les permite tener unas cuantas vacaciones en el año, jugar al golf casi todos los días, irse de pesca en cualquier momento.
Todos estos privilegios convierten a los jueces en actores separados y distantes del resto de la sociedad. Una distancia que le agrega más desconfianza todavía. Todos sabemos que si tu papá es juez, tenés muchas chances para que vos o tus amigos o parientes terminen trabajando en algún lugar del poder judicial. Habría que hacer el árbol genealógico de la justicia y la procuración argentina para darnos cuenta de que la justicia es un saber muy promiscuo, que se transmite entre la parentela. La justicia no solo es el poder menos democrático de todos, sino un poder muy poco republicano. No está para cuidar a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos sino para velar por los privilegios de los actores que garantizan sus salarios altos y el acceso a las costumbres de las elites.
De modo que un juicio es mucho más que un juicio, un juicio que se ha espectacularizado, que se ha ganado la atención de la televisión, es la oportunidad que tiene la ciudadanía para expresar la desconfianza y pasarle facturas a la justicia. Y se lo hace de la mano del periodismo. Porque también hay que decir que la justicia ha perdido el monopolio de la verdad. La verdad que antes administraban los tribunales en exclusiva hoy día se dirime también en los medios, con otras reglas, otros principios, otras pasiones y otra velocidad. Se lo hace en alianza con la justicia mediática. La gente sabe que los jueces y fiscales también miran televisión, y no será lo mismo que un caso esté o no esté en la tapa de los diarios.
APU: ¿Que refleja el punitivismo social hacia los rugbiers desde sectores amplios de la sociedad?
E.A: Gran parte de los reclamos punitivos son la consecuencia de la incapacidad de la justicia para tramitar los problemas de la ciudadanía. Si la justicia no toma sus problemas, entonces los ciudadanos o sectores de la sociedad empiezan a tomar las cosas por mano propia.
Ahora bien, la repugnancia social hacia estos jóvenes blancos de clases media es la expresión del resentimiento social. En ese resentimiento se amontonan y mezclan montones de cosas muy contradictorias. Es un resentimiento hecho con muchos resentimientos. Cada sector social utiliza al crimen de los rugbiers para expresar lo suyo, cosas muy distintas. No creo que todos estén diciendo lo mismo cuando manifiestan su indignación. Pasa que los consensos anímicos que se vertebran a través de los transmedias invitan a pensar que nos encontramos con un veredicto unánime. Más aún cuando el periodismo televisivo es el testaferro de la víctima. El periodismo encontró en la figura de la víctima una tarima para ponerse a sermonear, haciendo pasar su punto de vista particular como el punto de vista de todos, y llamaron a este punto de vista universal “la gente”. Por eso se la pasan diciendo “la gente tal cosa”, “la gente tal otra”, “eso no es lo que piensa la gente”. Los periodistas son los encargados de sincronizar las emociones y reclutar las adhesiones que necesitan los punitivismos de abajo y arriba para desplegarse.
El resentimiento está convirtiendo a los rugboys en chivos expiatorios, son la oportunidad que tienen algunos sectores de tomarse revancha contra otros sectores sociales, como si las peleas interpersonales fueran patrimonio de las clases medias. Cualquiera que haya visto los programas Policías en Acción o Cámaras de seguridad es testigo de peleas violentas a la salida de los boliches y bailantas, que tienen lugar todos los fines de semana. La violencia interpersonal no es dominio de los pibes de clase media. Porque hay que decir, dicho sea de paso, que estos chicos no pertenecen a ninguna elite. Las elites no veranean en Villa Gessel y tampoco se dedican a usar la violencia por mano propia. No se van a ensuciar las manos, siempre han tenido a otros actores a disposición para hacer las tareas sucias. De hecho, el rugby, hasta no hace mucho tiempo, fue un deporte de elite, que las elites usaban como un laboratorio para saber lo que podía un cuerpo, para averiguar la violencia de la que eran capaces los cuerpos. Pero era una violencia reglada, que seguía determinados rituales, que se quedaba en la cancha.
Cuando el rugby se “democratizó”, y lo tomaron las clases medias para expresar otras aspiraciones de estatus, hicieron macanas: porque empezaron a usar la violencia fuera de la cancha, lo convirtieron en un vector que canalizaba otros resentimientos, odios de clase, prácticas misóginas, racismos, etc. El deporte se volvió patotero, una manera de entrenar y demostrar el desprecio de sus padres, de las comunidades escolares y los valores que se incuban en los espacios de sociabilidad por afinidad, del medio pelo argentino.
APU: ¿Considera que el progresismo también adhiere a ese punitivismo social y de clase?
E.A: El punitivismo no es patrimonio de las derechas. Gran parte de los sectores progresistas invierten mucho tiempo y energía en realizar escraches, en tramitar los problemas a través de la cultura de la cancelación y la exclusión social, apelando a una pirotecnia verbal que pone las cosas en lugares cada vez más difíciles, haciendo declaraciones demagógicas que lejos de reponer la paciencia terminan enloqueciéndonos a todos.
Tampoco el punitivismo es patrimonio de las clases medias, los sectores populares derivan también hacia formas de protesta disruptivas y punitivas. No es casual que en las últimas décadas se hayan expandido los casos de justicia por mano propia, los linchamientos o tentativas de linchamientos, los escraches, las quemas o destrozamientos intencionados de viviendas con la posterior deportación de grupos familiares enteros de los barrios, los incendios de patrulleros o intentos de toma de comisarías. Cualquiera que vea Crónica TV puede ser testigo de las estrategias punitivas que desarrollan los sectores populares para tramitar sus problemas en vivo y en directo con la participación exclusiva de las cámaras de televisión.
Pero cualquiera que siga las redes sociales sabe que allí se canaliza gran parte del descontento social. No son precisamente espacios hechos con paciencia para intercambiar argumentos, sino espacios anímicos organizados en función de consignas efectivas, imágenes fuerza y memes que tienen la capacidad de clausurar los debates. En 280 caracteres no se puede debatir nada, más aún, cuando los espacios se distribuyen según los algoritmos acumulados. Es decir, nos la pasamos hablando para la hinchada que festeja cada una de los exabruptos que propalamos sin pensar de manera ampliada, sin ponernos en el lugar del otro. Y lo mismo sucede en los noticieros de televisión: gente indignadísima todo el tiempo, llena de adjetivos, que se dedican a leer las placas que escriben sus productores, o sermonear arriba de las imágenes puestas en loop.
APU: ¿Es imperiosa una Reforma en el Poder Judicial?
E.A: Claro que sí, pero a esta altura, la desconfianza judicial no se va a desandar con una reforma judicial, más aún si esta llega por decreto o se impone a través de las mayorías parlamentarias. El problema sigue siendo la grieta, la polarización política. Hasta que no haya un amplio acuerdo político, que sirva de apoyo de un acuerdo social, será muy difícil revertir la desconfianza social hacia la justicia.