El modelo exportador y un fútbol local sin figuras
Por Iván Sandler
La “normalización” institucional a partir de la elección de Claudio "Chiqui" Tapia como presidente de la AFA y la puesta en marcha de la denominada Superliga no suponen la clausura de diversos proyectos políticos que pugnan por imponer sus intereses al interior del fútbol argentino. Hubo un repliegue, una huida para no quemar soldados que serán utilizados en las próximas batallas por librar.
Mauricio Macri no será un brillante referente teórico, pero nos sirve para aprender sobre la paciencia en la praxis política: supo parar la pelota y volver a empezar la jugada cuando encaraba sólo contra todo el equipo rival. Su proyecto para la incorporación de las Sociedades Anónimas Deportivas recibió una categórica derrota 38-1 en 2001, en la que es, según sus palabras, su “fracaso político más grande”. Supo esperar y hoy es el DT del equipo.
Es imposible pensar al fútbol argentino por fuera del internacional, por la dependencia estructural del fenómeno local. El contexto en el exterior alimenta la ilusión de esos sectores agazapados a la espera del traspié de lo más tradicional de la cultura política contemporánea de AFA e instituciones para construir legitimidad para apropiarse de los clubes, esos espacios donde ser con otros, en tiempos en los que nos dicen que hay que salvarse emprendiendo solos.
Un lugar en el mundo
"La aparición del fútbol, como deporte y como espectáculo, forma parte del proceso histórico que se inicia en la Argentina hacia mediados del XIX y que abarca más estrictamente los años que van desde 1880 a 1930; y que significó la incorporación del país a la economía capitalista mundial como productor de cereales y carnes e importador de productos industriales", señala el historiador Julio Frydenberg. La gran mayoría de los clubes encuentran sus años fundacionales en aquella época y contexto.
La mirada puesta en Inglaterra no sólo se relacionaba con el carácter económico del capitalismo local, sino también con la posibilidad de una realización simbólica. De allí que las clases dominantes convirtieran al país en una “sociedad de clubes”, como explica Ariel Scher en su libro La patria deportista. Pero otros actores centrales de la época, los inmigrantes, necesitados de lazos de sociabilización, también fundaron instituciones propias. En general, la mayoría de los clubes que conocemos están ligados a ese fenómeno.
Pero los contextos globales cambiaron: si durante aquella época quienes gobernaban la Argentina decidieron incorporarse al mercado mundial a partir de un rol asignado desde afuera y consensuado adentro (entre pocos), los diversos cambios de los últimos treinta años en el fútbol internacional generaron un esquema similar. ¿Cómo se inserta el fútbol local en este esquema? Nuevamente como proveedor de “materias primas”, es decir, de jugadores para ligas extranjeras.
“Dependemos de la venta de jugadores”, explican muchos dirigentes de clubes de Primera División, mientras debaten sobre las necesidades del calendario de cada uno. La posibilidad de llamar a los torneos regulares como “Transición” va tomando gustito por la costumbre. “Necesitamos estar coordinados con el fútbol europeo”, dicen unos. “Hay que anualizarlo como los torneos Conmebol”, esgrimen otros. Está claro que no todas las instituciones cuentan con las mismas estructuras, por lo que sus necesidades se orientan de diferentes formas. Pensar al fútbol argentino como una unidad niega la diversidad de características y se corre el riesgo de aplicar la misma inyección para un resfrío que para una enfermedad terminal.
Problemas del modelo exportador
La venta constante de jugadores desvaloriza el producto local, favorece la ruptura de procesos de crecimiento, obliga a la recomposición de planteles cada seis meses, quema etapas de formación de jugadores juveniles, e impide rodearlos con otros que sean capaces de potenciarlos. Incluso amplía el margen de error en uno de los mayores pecados de las dirigencias del fútbol argentino: los mercados de pases. Muchas instituciones no tienen proyectos definidos, compran por nombre antes que por actualidad, o incluso necesidad futbolística. Tigre, por ejemplo, con Ricardo Caruso Lombardi sumó 26 incorporaciones y quemó a una camada de juveniles que venía asomando con buena proyección.
Este agujero negro de transacciones definidas por comisiones directivas tiene su correlato en las presiones de los hinchas, las construcciones de sentido de los medios de comunicación que convierten cualquier cosa en urgencia, y el rol de representantes a los que les conviene alborotar el avispero. Los clubes se desbalancean por malas políticas de contrataciones que se unen al vaciamiento de inferiores, mientras que lo que ingresa por el producto fútbol argentino es proporcional al nivel de juego que muestran semana tras semana. Acá no se genera un producto con valor agregado, sino la materia prima para las “industrias” de afuera.
En Europa se consigue…
Si revisamos las principales ligas europeas nos vamos a encontrar con que la dependencia de las ventas es moneda corriente, sobre todo para los clubes de menor estructura. Pero a la vez hay intenciones de sostener un producto local y de fortalecer el mercado interno. El incremento de los ingresos por los derechos de TV en Inglaterra en la temporada 2015/2016 hizo estallar las contradicciones internas en el Viejo Continente. Los montos eran muy superiores a los de las otras competiciones y su repartición más igualitaria. Eso significó que hasta los equipos más chicos de la Premier tuvieran presupuestos muy superiores a los de casi toda la Liga española y el Calcio italiano.
Inglaterra es la punta de lanza de los intereses privados en el fútbol internacional. Y allí donde el capital crea desigualdades aparecen ellos mismos con sus “recetas”: más inyección de capitales. Un círculo virtuoso de unos pocos. Un win-win para ellos. Entonces tenemos nuevos contratos récord de TV en España, y privatizaciones a mansalva en la Serie A.
¿Cómo impacta esto en el fútbol argentino? Cada ola que se genera allá rompe en las playas de acá: hay nuevas demandas salariales de parte de los “exportables”. Acercarse a algo parecido a los salarios europeos implica cada vez mayor esfuerzo económico y ese crecimiento se traslada a todo el sistema de sueldos de los jugadores. Mientras grupos económicos privados preparan el traje de salvadores con dos o tres ejemplos “exitosos” mientras escamotean los desaguisados de las pésimas experiencias de instituciones cuyas características se parecen más a las del fútbol local que el Manchester City o el PSG.
Global por sobre local
Si decimos que la Argentina acepta pasivamente su lugar en el esquema del fútbol internacional, además de que no cuenta con todas las herramientas posibles para decidir un cambio de rumbo sin sufrir grandes consecuencias, tenemos que entender que las disputas de proyectos también se dan a nivel Mundial.
Hay elementos concretos como para sugerir que determinados sectores tienen la intención de construir una especie de Liga Mundial que rompa con los elementos locales, similar a lo que ocurre con algunos deportes individuales como el tenis y el golf. Inclusive hace algunos años que existe el proyecto Superliga Europea para nuclear a los principales equipos de cada competencia nacional. Las hegemonías de Bayern Munich-Real Madrid-Barcelona-Juventus-PSG-Monaco, y en otras ligas menores como en Grecia, Croacia, Portugal, Rusia; funcionan como excusas perfectas para poner a competir las “potencias”, en una especie de darwinismo futbolístico que deseche los elementos locales, a los que tienden a devaluar.
En ese sentido es posible imaginar que de prosperar esta situación en las próximas décadas, exista la intención de sostener tal vez a River y a Boca en la elite, relegando al resto a una segunda clase.
¿En qué quedamos acá?
Una de las fortalezas que tiene nuestro fútbol es que todavía sigue siendo el espectáculo deportivo central en el país. Aunque también es cierto que podemos ver en los medios de comunicación desplazamientos cada vez más notorios hacia el fútbol extranjero, en detrimento de elementos locales. Mientras que las expectativas del hincha no se condicen con el rol que el fútbol argentino acepta del mercado internacional, pese a que naturaliza no tener a las figuras en sus estadios cada fin de semana.
A nivel dirigencial, el fútbol argentino está en un limbo entre las prácticas corporativas de antaño, las profesionalizaciones parciales de espacios de gestión como áreas de marketing y comunicación e inserción territorial, que obedecen a las líneas de comisiones directivas elegidas democráticamente, y las intenciones privatistas, que encuentran resquicios para colarse en algunos clubes. Un ejemplo de esto es la delegación absoluta de las decisiones de la institución en materia futbolística.
Durante los últimos años varios clubes, como River y San Lorenzo, administraron de forma más eficiente sus recursos, permitiendo achicar pasivos corrientes sin por eso realizar recortes en materia futbolística, ni tampoco social, sino todo lo contrario: engrosaron sus estructuras. Varias instituciones tienen todavía margen para crecer en ese sentido. No están agotadas las posibilidades de aumentar sus ingresos, o disminuir las pérdidas.
Quienes miran con desconfianza a las dirigencias de la AFA y sus instituciones que se enmarcan dentro del corporativismo del que hizo escuela Julio Grondona, seguramente tienen elementos para justificar sus dudas. Pero también deben entender que detrás de ellos no esperan agazapados los bolcheviques de la Revolución Rusa, sino los CEOs de la Revolución de la Alegría y sus socios.