Compañero Francisco
“Soy un pecador, pero acepto”, dijo Francisco cuando lo eligieron Papa en ese lejano marzo de 2013. Con el tiempo, y ya con tono maradoniano, era aún más profundo: “La iglesia de santos no sé dónde está, acá somos todos pecadores”. Y otra, aún más jugosa y posible por los tiempos que corren, tanto en redes sociales como en la vida misma, donde le hacían decir que había devorado un choripan, vía Grabois, un Viernes Santo. Esto último fue falso, por supuesto, pero muchos lo creyeron verdadero. Y ese es el dato. Ese era nuestro Santo Padre. Esa humanidad, esa sencillez. Esa humildad a la hora de no dejar de ser humano. “Es humano. Al otro le tuve que besar el anillo”, contó Diego Maradona tras fundirse en un abrazo con Francisco, hablar de fútbol y debatir sobre un proyecto por el hambre de los niños en Äfrica.
En los primeros minutos de su papado sorprendió con un par de movimientos. Cómo buen jesuita aplicó el ascetismo: sin autos, sin lujos, y durmiendo en una habitación - de las tantísimas del Vaticano- que frecuentemente se utilizaba como dormitorio de huéspedes. Todos los días, como uno más, almorzaba con los laburantes. Quedará en el recuerdo, también, cuando personalmente fue a reparar sus anteojos a una óptica de Roma o cuando intentó cambiar la correa de su reloj CASIO. Lo mismo había sucedió acá en Buenos Aires cuando fue Arzobispo: viajes en subte, un solo par de mocasines y miles que cuentan que se lo cruzaron en la calle y charlaron con él, tantos cómo para llenar su querido Gasómetro.
Francisco era, ante todo, un tipo muy sensible. De aquellos que sienten como propias las injusticias contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Y, por eso en estos últimos meses, por ejemplo, llamaba todos los días a la Parroquia de la Sagrada Familia para hablar con el padre Gabriel Romanelli, aún cuando estaba muy enfermo. “Esa bendita llamada”, la describió el sacerdote, también argentino, de una iglesia donde viven 500 personas, entre ellos 50 niños, en Gaza. Casi todos musulmanes. Sí, también llamó durante Semana Santa.
En esa dirección, desde el inicio, saltó todo tipo de muros, pero principalmente los del Vaticano. Y fue al encuentro de los desangelados del mundo, de los migrantes, de los explotados, del descarte, de los que revuelven la basura. Surcó los mares y los cielos para abrazarse: desde un vendedor callejero de relojes en Nairobi, Kenia, hasta un cartonero en Fiorito.
Quienes lo conocieron ya después de Bergoglio, en verdad perdieron parte del camino que atravesó el jesuita hasta convertirse en Sumo Pontífice. Antes de ser la cabeza de Roma recorría los barrios y las villas de Buenos Aires para ayudar y acompañar a las familias más humildes, eran asiduas sus misas cartoneras o podía mirar partidos de fútbol con los músicos de Callejeros en el patio de la mismísima Catedral de Buenos Aires luego del infierno de Cromagnon. “Siempre que íbamos, él abría la puerta. Se ponía con nosotros a correr los bancos para armar una ronda”, recordaría años más tarde Pato Fontanet.
Ya cómo Francisco quizás no era necesario tanto esfuerzo, tanta dedicación para iniciar procesos, para buscar la unidad, para enfrentar los poderes, y no lo era por el simple hecho de ser ya líder de unos 1.400 millones de católicos del mundo, un privilegio claramente mayor al de Jefe de Estado. Pero bien saben aquellos, cómo Francisco, acostumbrados a construir desde los cimientos la legitimidad, que el poder te lo brinda la gente cuando te quiere. Por eso es necesario la paciencia artesana y el trabajo duro, y la presencia aunque no toque hablar ante los fieles. Eso hizo hasta el final, rompiendo todo protocolo, mezclándose entre la gente, y comunicándose tan perfectamente bien con solo elevar un pulgar arriba.

El desafío será que esos lazos que se tendieron entre trabajadores y trabajadoras de distintos puntos del globo puedan continuar más allá de la desaparición, sólo física, de quien inició un proceso. Francisco, siempre lo decía: “Lo importante es iniciar procesos”.
En Julio de 2015 con varios compañeros y compañeras viajamos a Bolivia para asistir a un encuentro de Movimientos Populares. Fue el primero de este tipo en Latinoamérica, y estaban convocadas organizaciones de la incipiente Economía Popular de todo el mundo. El cierre sería de Francisco. Más allá de alguna somera idea de su apoyo a los cartoneros de CABA, no teníamos datos alguno. Es más, ni siquiera su presencia como Papá conmovió el continente, ni que hablar de la Argentina. Distinto ya fue Paraguay.
Recuerdo que días posteriores ya en Argentina, conmovidos por el discurso elaborado al detalle donde como nunca la Iglesia reclamaba por esas tan mencionadas 3T Tierra, Techo y Trabajo y fustigaba al “Dios Dinero”, entendimos que esos días que cambiaron nuestra mirada del mundo solo había sido para ese puñado de asistentes, y que acá no había pasado nada. Desde Bolivia, también repasamos las tapas de diarios, y la sorpresa fue aún mayor: siquiera un recuadro de un discurso histórico. Aún deben resonar en Santa Cruz de la Sierra esas palabras del Santo Padre sobre el mar para los bolivianos y el perdón por el genocidio indigena.
Cuando le tocó hablar pidió dos cosas: un vaso de agua, citando un precepto bíblico para hacer reír a carcajadas al público, y sobre las demandas que acababa de escuchar por parte de los Movimientos Populares, gritó: "¡Pidan más!"
En eso de armar, también las hizo todas: Movimientos Populares (“Tierra, Techo y Trabajo”), Académicos del Derecho y Juristas ("se pone en juego el alma de nuestros pueblos"), Sindicatos (“No existen trabajadores libres sin sindicatos”), activistas ecológicos (“Defensa de la Casa Común”), Jóvenes (“Hagan Lío”), y así haciendo entrar, como nunca en su historia, pueblo al Vaticano. El desafío será que esos lazos que se tendieron entre trabajadores y trabajadoras de distintos puntos del globo puedan continuar más allá de la desaparición, sólo física, de quien inició un proceso. Porque Francisco, siempre decía: “Lo importante es iniciar procesos”.
Y fue en este marco que bramó como nunca nadie en siglos de historia: “Este sistema ya no se aguanta”. ¿Qué significaba una frase de tamaño calibre dicha por el Jefe máximo de los católicos? ¿Cómo de una de las instituciones más antiguas y más conservadoras de la humanidad podía reclamar por un cambio tan profundo del mundo que habitamos? Tampoco fue una mera frase, una cita para los periódicos, a la forma de Trump, sino que ya estaba en imprenta la poderosa Laudato Si de 2015, con un desarrollo conceptual contundente sobre los males de un sistema basado en la renta financiera. Las cuatro encíclicas -Lumen Fidei (2013) · Laudato Si' (2015) · Fratelli Tutti (2020) · Dilexit Nos (2024)- son un corpus poderosísimo que, seguramente, se conviertan en una guía para la liberación de los pueblos del mundo.
El desafío será que esos lazos que se tendieron entre trabajadores y trabajadoras de distintos puntos del globo puedan continuar más allá de la desaparición, sólo física, de quien inició un proceso. Porque Francisco, siempre decía: “Lo importante es iniciar procesos”.
Compañeros, etimológicamente, significa “compartir el pan”. Su significado está por encima del adoptado por la militancia, y de aquel denostado por las derechas de la Argentina, para englobarlas de alguna forma. Este 22 de abril la tapa del diario Clarín arrastra al Santo Padre a la "política argentina", así como la clase política de nuestro país lo envolvió en las luchas intestinas que atravesamos. Eso estuvo mal e impidió el regreso de Francisco a la Patria. Nos olvidamos de ese "Todo" que fue suprimido por la "Parte", tomando otro de los principios universales que aplicaba el Papa en su labor cotidiana desde Roma.
El Santo Padre logró sentarse a la mesa a compartir el pan, como uno más. Con una humanidad que conmovía, desprendiéndose de las ataduras que, frecuentemente, nos vuelven torpes. De eso, al menos, deberemos aprender.
