Crónica: las cacerolas también resisten
Por Darío Martelotti
Lunes 18 de diciembre, ocho y media de la noche, Villa Crespo. La habitual normalidad del barrio porteño es interrumpida por el golpe de una cacerola, que baja desde lo alto de un edificio y se une a un bocinazo como un estornudo. No hay convocatoria alguna, pero la práctica se multiplica y en pocos minutos un grupo de no más de veinte personas se congrega en Acoyte y Díaz Vélez, corta momentáneamente el tránsito y se manifiesta contra la “locura” de la represión y el ajuste a los jubilados.
Horas antes, durante una nueva “jornada de furia”, fueron detenidas más de 70 personas por protestar frente al Congreso, donde se debate –como un eufemismo– la Reforma Previsional del Gobierno, y hay más de 100 heridos, entre manifestantes y policías. Como el jueves pasado, el Parlamento fue militarizado, esta vez por la Policía de Horacio Rodríguez Larreta, y la Plaza del Congreso se transformó en una batalla campal.
“¡Por nuestros jubilados!”, grita una señora que golpea con un largo cucharón una jarra de metal deformada por los impactos. La muchedumbre reunida en Acoyte conforma ya una batucada y algunos deciden emprender la marcha a Corrientes y Ángel Gallardo, donde a más de una cuadra se percibe la multitud. No hay banderas ni insignias, solo familias y vecinos; ruido.
Un patrullero, ubicado a escasos metros del corte, es rodeado por los manifestantes. Los cuatro policías están fuera del vehículo y reciben la desaprobación popular. “¡Que se vayan!”, pide uno y enseguida el pedido se hace cántico. Algunos filman con el celular, otros se acercan desafiantes y repudian: “¡Asesinos!”. En la última semana, las fuerzas policiales y militares tuvieron que reprimir tres movilizaciones multitudinarias contra la Reforma, que el Gobierno entiende indispensable para llevar a cabo su ajuste fiscal, y las imágenes de una violencia desproporcionada e indiscriminada contra manifestantes pacíficos, personas mayores y diputados electos de todos los colores saltaron los muros mediáticos. En medio de un ambiente cargado de tensión, la movilización popular libera un corredor para que el auto pueda arrancar, los policías se suben y se van. Aplausos, festejos, abrazos. Se siguen sumando trabajadores.
La última vez que un cacerolazo sacudió la escena pública fue en julio del año pasado, cuando sectores medios de las principales ciudades del país protestaron en las calles contra los tarifazos del macrismo. Científicos sociales, analistas y académicos se preguntaron en ese entonces por el fenómeno, sus actores y potencialidades. ¿Cuántos eran militantes? ¿Cuántos votantes arrepentidos? Son “cacerolas inorgánicas”, definió el sociólogo Guido Giorgi en un ensayo en Anfibia. Lo cierto es que el cacerolazo como método de protesta volvía a resignificarse luego de doce años de gobierno nacional y popular.
“Ole-lé, ola-lá, si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, se canta cada vez con más fuerza en una Corrientes donde ya no pasan autos. Tanto de un lado como del otro, las calles están ocupadas por caminantes en una noche fresca e incierta que todavía está en pañales. “¡Unidad, de los trabajadores, y al que no le gusta se jode, se jode!”, es el hit 2017. Son las diez de la noche y es lunes 18 de diciembre. Mañana se cumplen 16 años de la rebelión popular que derribó al Gobierno de la Alianza, continuidad del menemismo, y abrió un nuevo ciclo histórico en Argentina.
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Congreso de La Nación. El Gobierno logró el quórum que el pasado jueves no pudo, en lo que significó su primer traspié parlamentario, y la aprobación de la Reforma es solo cuestión de tiempo. Los ánimos están caldeados. La sesión transcurre entre acusaciones cruzadas y los diputados denuncian aprietes contra gobernadores para aprobar la Ley.
En la memoria reciente están frescas las grandes batallas legislativas de la última década: la Resolución 125 de retenciones móviles al “campo” impulsada en 2008 por Cristina Fernández de Kirchner a poco tiempo de asumir y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, un año después. La primera terminó con el famoso voto “no positivo” del radical Julio Cobos, entonces vicepresidente de CFK, a las 4:25 de la mañana, mientras que la segunda fue aprobada por abrumadora mayoría tanto en diputados como en senadores. Ambas, sin embargo, tuvieron en común que llegaron a la última sesión definitoria luego de largos recorridos, acalorados debates y también modificaciones. No es el caso de esta Reforma.
Presentada dentro de un paquete junto a las Reformas Laboral y Tributaria, la Reforma Jubilatoria implica un “ahorro” fiscal para el Gobierno de aproximadamente 100.000 millones de pesos el próximo año al modificar la Ley de Movilidad Jubilatoria que rige desde el 2008 y que desde entonces permitió aumentar por encima de la inflación (real, no la del INDEC) las jubilaciones y otras asignaciones familiares, como la Asignación Universal por Hijo. La nueva fórmula reduciría los aumentos, y es por eso que los sindicatos y movimientos sociales la consideran simple y llanamente un ajuste y los abogados previsionales alegan su inconstitucionalidad.
“Estos tipos nos prometieron el 82% móvil y ahora nos quieren meter las manos en los bolsillos. Son impresentables, son unos estafadores”, denuncia un hombre barbudo que sostiene junto a su pareja un improvisado cartel con letras de fibra negra en cartón corrugado: “Con los jubilados y los pibes no se jode”.
La inesperada convocatoria suma cientos de personas. A través del Twitter y de WhatsApp, rápidamente corre la voz de que en otros puntos de la Ciudad muchos otros están saliendo a la calle y un vecino enciende la mecha: “¡Vamos al Congreso! ¡Hay que ir al Congreso!”. Tras unos instantes de calma y miradas cruzadas, la proclama se expande como un reguero de pólvora: “Por los jubilados, ¡vamos al Congreso!”, y la multitud enfila hacia Callao en una escena digna de El Eternauta. Vendrán otros contingentes atrás. “Es la toma del Congreso”, se ilusiona un joven despeinado, trosco. El clima es de fiesta y liberación. Vuelve a sonar el hit: “¡Unidad, de los trabajadores…!”. En una mirada a los ojos, la gente se reconoce y se une a la lucha.
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Corrientes y Mario Bravo. Un señor pasea a su perro y ante la sorpresa de la multitud que avanza a paso decidido lo alza en sus brazos. De lejos, parece molesto y hasta indignado, sin embargo al intercambiar unas palabras la realidad es otra: “Hoy fui a la Plaza. Nunca vi lo que vi hoy. Era un desastre, una guerra. No se puede creer lo que están haciendo”, lamenta con sincera tristeza y ante la invitación y el pedido de los manifestantes decide sumarse: “Dejo al perro y voy”. Desde las veredas, trabajadores de comercios, porteros, vagabundos se detienen; algunos miran con indiferencia, otros aprueban con un gesto, una mirada o una mano levantada. La mayoría filma silenciosa.
Metros más adelante, un joven veinteañero intenta derribar uno de los cestos negros de basura, símbolo de la Ciudad Verde del macrismo y recibe el reproche de los que pasan a su lado: “Sigamos, sigamos, ¡vamos al Congreso! No sirve de nada”, le grita uno y aquel abandona la tarea. En unas cuadras aparece, imponente e iluminado, el Abasto. Por primera vez, suena y prende el himno 2001: “Ohhhh, que se vayan todos, que no quede, ¡ni uno solo!”. El himno como bandera recupera nuestra mejor tradición de lucha y memoria, pero también ignora que algo aprendimos en estos 12 años: la clase política cipaya y corrupta, sí, pero también el poder económico, el poder mediático, el poder judicial… Luchamos contra un bloque. Macri es solo una marioneta.
Entre los grupos se dan charlas y discusiones, se habla del confuso paro general que lanzó la CGT y circula una de las últimas noticias: la UTA se bajó del paro y mañana va a haber colectivos, lo que pone en duda la medida o al menos su eficacia. “Lo importante es esto que está pasando ahora”, sostiene al respecto un muchacho que destaca la pureza y la autenticidad del reclamo popular y subestima la potencia del movimiento obrero organizado. En las calles no se exige el paro general como en otras veces, acaso por el descrédito de su actual conducción, acaso por la distancia de sectores medios con el mundo sindical.
Pero en la marcha confluyen tribus urbanas de todos los colores y un profesional que milita en el sindicalismo combativo resalta los movimientos al interior de la central obrera y más allá: “El proceso de unidad entre sindicatos, partidos políticos y movimientos sociales es la clave para ponerle un freno al neoliberalismo”. Comenta además la paradoja de que “ahora las organizaciones populares tengamos que instruirnos militarmente para asistir a una movilización”. Por la tarde, fue al Congreso y debió replegarse y reagruparse con su columnas varias veces por la represión.
Llega un mensaje al celular: “Cambiemos quiere votar a las 2 am, pero si sigue todo ‘normal’ se vota a las 6. Donda la está rompiendo”. La diputada de Libres de Sur Victoria Donda sorprende con un cacerolazo en el recinto, dándole visibilidad a la protesta: “Los que están afuera no son desestabilizadores, es la sociedad que se hace escuchar. ¡Y les decimos no! Con los jubilados y con los pibes no se metan”.
Después de casi una hora de marcha, el malón alcanza Callao y, escoltado por otros cientos de personas que vienen desde el norte, dobla hacia la derecha. La sensación es que la Ciudad está tomada. No hay autos ni policías en las calles, solo ambulancias que los manifestantes se organizan para facilitarles el paso.
En la esquina de Sarmiento y Callao, un hombre mayor entra en paro y es atendido por los propios manifestantes que piden a gritos un médico. Llega la ambulancia, lo suben a la camilla boca arriba con un médico encima que intenta con ambos puños que su corazón reaccione. Su camisa está desabrochada, la imagen es desesperante. Cierran la puerta y la sirena se pierde a toda velocidad. Solo faltan dos cuadras para el Congreso. ¿Hay vallas? ¿Hay policías? ¿Están reprimiendo?
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Martes 19 de diciembre. La multitud, finalmente, se ve obligada a detener su marcha. Sobre Rivadavia, unas vallas de aproximadamente dos metros se alzan de esquina a esquina. Detrás, sobresale amenazante un camión hidrante con la pistola apuntando a los manifestantes y dos filas de infantería acechan. “Macri, basura, vos sos la dictadura. Macri, cagón, vos sos la represión”, se funden y descargan los presentes en un grito de bronca.
A la vuelta, en la esquina de Sáenz Peña y Rivadavia, otras miles de personas cantan, gritan, bailan, putean y se amontonan frente al vallado policial. Aparecen las primeras banderas políticas: rojas del PTS, que flamean entre la multitud, y una celeste y blanca. Minutos después, se abre paso el trapo de La Garganta Poderosa, que se estampa sobre el metal. Es la una de la mañana y trabajadores y estudiantes siguen llegando de a miles de todos los puntos de la Ciudad y el conurbano. La misma escena se reproduce en las distintas entradas al Congreso: Entre Ríos, Rivadavia, Solís.
“El palacio defendido por la guardia pretoriana, con la corte oculta y la muchedumbre de excluidos pugnando por entrar. Esos momentos en los cuales el amo se encierra para jugar a que es el esclavo, cuando todos sabemos que es todo lo contrario", describe la escena el Indio Solari. Otro contraste: las últimas grandes batallas en el Parlamento pudieron seguirse en las calles a través de pantallas gigantes, aplaudidas, festejadas o repudiadas. Esta vez, esa posibilidad democrática fue coartada.
Entrada la madrugada, el público cambia y predominan grupos de amigos, jóvenes de clase media que se acercaron en moto o bicicleta, aunque no son los únicos. Alicia, jubilada de 80 años, descansa en un banco en medio de la plaza, sola, de espaldas al Congreso. Vino caminando desde La Boca con un grupo de jubilados para repudiar la reforma y ahora descansa: “No sé a qué hora voy a llegar a mi casa, pero hay que estar acá. No pueden aprobar esto, es una estafa”.
¿La inesperada y espontánea movilización popular puede dar vuelta la votación? La esperanza es lo último que se pierde y alguien pregunta por qué no puede haber un Cobos entre las filas neoliberales.
En el aire flota el recuerdo de aquellas jornadas de lucha del 2001, cuando el pueblo en las calles puso fin al Gobierno de la Alianza y provocó la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, tras una década de neoliberalismo y de recetas de ajuste y endeudamiento del Fondo Monetario Internacional, las mismas a las que se somete hoy Cambiemos con la promesa de un siempre inminente futuro mejor.
“La Reforma va a salir, pero esto es como el 19 y el 20 de diciembre: cambian las relaciones de fuerza y la gente empieza a ser opositora”, explica un viejo militante con aires de docente a un grupo de jóvenes y a escasos metros del vallado, en medio de la multitud, cita al comunista y líder vietnamita Ho Chi Minh: “Podemos equivocarnos tácticamente varias veces, pero si la estrategia es la adecuada, finalmente vamos a vencer”. También les advierte: “Necesitamos militantes, no mártires”.
Las protestas callejeras no logran inmpedir el recorte a los jubilados, pero desbaratan las operaciones de los medios hegemónicos de reducir la multitudinaria y pacífica marcha a un puñado de violentos y marginales que arrojan piedras sobre la policía. El repudio es generalizado. La construcción de la realidad encuentra su límite y el Gobierno, aunque logre aprobar la Reforma, se habrá mostrado desnudo en su esencia: ajuste y represión. El colectivo editorial de la Revista Crisis sorprenderá con una hipótesis: los hechos no se parecen tanto a 2001, como al “piñazo ruralista” de 2008, “cuando el kirchnerismo se quedó sin aire y comenzaron a galvanizar las fuerzas sociales que lo desalojarían del poder”. La nueva derecha, desde diciembre de 2017, tiene fecha de vencimiento.
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Con el pasar de las horas, las cacerolas dejan su lugar a bombos, trompetas y redoblantes, aparecen más banderas y la concentración pierde masividad. Pasadas las tres de la mañana, la policía emprende una nueva represión con gases y motos y logra el objetivo: despejar la Plaza. Esta vez, son cuatro las personas detenidas durante la cacería nocturna.
Las columnas se dispersan por Avenida de Mayo hacia 9 de Julio y por las calles laterales. Son las tres y media de la madrugada del 19 de diciembre de 2017 y en pocas horas el Congreso de La Nación de la República aprueba por 127 votos a 117 la Reforma Previsional.