Houseman o el fútbol como mito
Por Juan Manuel Ciucci
La salida de la cancha me lo cruzó varias veces en el camino, como perdido en la multitud huracanense, buscando recuerdos de lo que ya no es. Escuchar un "mirá, Houseman" como algo habitual, mezcla de asombro ante la gloria allí presente, el mejor de los nuestros.
Se dicen tantas cosas de su juego, como de su vida. Y ante la tragedia de la falta de buenos registros de lo que sus piernas eran capaces de inventar en el verde césped, ha crecido un mito imposible de igualar. Quizás tan sólo Garrincha sea merecedor del mismo tributo, memoria de la excelencia que eludió al marketing. Un crack, de esos que sólo pueden habitar una cancha de fútbol y enloquecer a las tribunas con la magia que despliegan. Historias de goles imposibles, de gambetas marcianas, de barriletes cósmicos. Dicen que su andar era tan desbordante como efímero, y algunas viejas grabaciones dejan apenas entrever de lo que era capaz este hombre con una pelota a sus pies.
Huracán era su destino, club trágico y tanguero, de una porteñidad arrabalera. Allí fue el mejor de todos, campeón aquella única vez del '73 soñado. ¿Y qué otro club podría en ese año imposible? Tanto así que se ganó el mote del mejor equipo de todos los tiempos, o al menos así para aquellos que tuvieron el privilegio de verlo.
Y entre todos la joya, el diamante que se empecinaba en no dejarse pulir, en no dejarse domesticar. Se dice que entró dionisíaco a un partido, que metió el gol del triunfo y enseguida lo sacaron. Tanto así podía ser/hacer, un derroche de talento sin compromisos que lo enturbien.
Campeón además del mundo con la Selección, ahí sí el registro nos lo muestra claro, imparable, excedido. Entre tanta oscuridad, un destello del Pueblo redimido, llenando de vida esa camiseta que parecía muerta. Del '74 queda su gol antológico a Italia, un relámpago que sacudió a la dividida Alemania.
Hoy se ha ido, y con él una estirpe de jugadores sin maquillaje, de cracks indomables, de sueños perdidos. Le ofrecieron todo y no quiso nada, porque ya lo tenía. Ante tanta tibieza que inunda el fútbol de hoy en día, sirva su ejemplo como aquello imposible de encontrar, y que cada domingo nos lleva una vez más a las canchas argentinas.