Fotografiar genocidas sueltos para devolverlos a la cárcel común
Por Eliana Verón. Fotos: Gustavo Molfino
Nacido y criado en Resistencia, Chaco, Gustavo Molfino tiene una historia familiar atravesada por la dictadura cívico militar. “Mi hermana Alejandra, militante docente de CTERA y adherente al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fue detenida y tuvo la posibilidad de salir del país. Una hermana y un cuñado militantes de Montoneros, secuestrados y aún hoy permanecen desaparecidos. Mi hermano mayor, militante del PRT, periodista, fue detenido y salvajemente torturado. Estuvo desaparecido, pero logramos que lo legalicen y tenemos la suerte de tenerlo con vida. Mi vieja, secuestrada en el marco del Plan Cóndor, en Lima (Perú), trasladada a Campo de Mayo y asesinada en Madrid. Mi sobrino Guillermo Amarilla Molfino, es el nieto recuperado número 98”, contó en una entrevista con Radio Sur en 2017. En diálogo con AGENCIA PACO URONDO, cuenta cómo es su trabajo militante de fotografiar genocidas que violan sistemáticamente la prisión domiciliaria.
Agencia Paco Urondo: ¿Quién fue el primer genocida que fotografió violando la prisión domiciliaria?
Gustavo Molfino: Yo vivía en Palermo y en un momento me hablaron de un genocida que vivía por la calle Sánchez de Bustamante. Entonces consulté al portero de mi edificio: ¿Conocés a éste? Le mostré una fotito y le conté quién era. Él me respondió que no, pero que había otro, conocido en la zona que vivía a media cuadra. Me confirmó que salía a caminar todos los días, que una vez por semana iba un patrullero o que lo buscaba cuando iba a un hospital o sanatorio. Y ahí me dice “venite mañana a las 11 y te lo muestro, porque como buen militar sale todos los días a la misma hora”. Entonces, al otro día estuve ahí con el equipo de fotos. Consigo la primera imagen, lo sigo durante todo el trayecto y logro llegar al domicilio de este represor. Después me conecté con el periodista Franco Mizrahi de Tiempo Argentino, le comenté e iniciamos una investigación. Supimos enseguida que en ese edificio existía un tal Jorge Gerónimo Capitán, con prisión domiciliaria, imputado en delitos de lesa humanidad en Tucumán por el operativo Independencia, condenado a 18 años.
APU: ¿Cuánto tiempo llevó la investigación?
GM: Fueron seis meses de hacerle fotos y hasta grabamos un video. Pero antes de presentarnos a la justicia teníamos que asegurarnos de que fuera Jorge Capitán. Entonces, recurrimos a la única alternativa que teníamos. Franco caminó detrás de él, lo llamó por su nombre y éste se dio vuelta. Así chequeamos. Y logramos que el hombre vuelva a cárcel común. Pero las cosas de la justicia y la vuelta de la vida, después de ser condenado por la causa de Tucumán, ahora volvió a prisión domiciliaria en Buenos Aires a pesar de haberla violado sistemáticamente, con la diferencia de que tiene una pulsera, según lo que nos informó el fiscal Pablo Camuña. Ahora bien, acá es importante que se diga: una foto sola en estos casos no sirve judicialmente, porque los genocidas presentan un certificado médico y todo queda en nada. Necesitamos varias fotos en distintos momentos. Y ni hablar si se sienta a tomar un café.
APU: ¿Se arma una rutina para seguirlos?
GM: Esto arrancó con Capitán y fue relativamente fácil porque tenía algo que ver con “permisos judiciales”. A él, siendo genocida e imputado por delitos de lesa humanidad, le daban permiso por problemas de salud para que caminara alrededor de la manzana acompañado de su mujer, entre las 11 y las 12 del mediodía. Lo único que cumplió era la hora, porque en realidad iba solo y se extralimitaba en el circuito: caminaba a casi diez cuadras de diferencia. Eso nos sirvió a nosotros. En cuanto al resto, sí, me armo una rutina siempre. Un sábado o un domingo elijo al azar uno, de los que ya tengo bastante localizado.
APU: ¿Por qué y cuándo nace la idea de fotografiar genocidas?
GM: Arranqué en el 2011-2012, en uno de los juicios del TOF de la calle Villate, cerca de la zona de la Quinta Presidencial, cuando fui a acompañar a unos familiares de desaparecidos. Era una causa chiquita de lesa humanidad. Entro a la sala y vi cómo los genocidas miraban a los familiares en tono burlón, se le sonreían. Estaban siendo juzgados, y de hecho fueron condenados. Ahí me dije, primero, estos rostros son rostros desconocidos de la represión. Nosotros reconocemos a un Astiz, un Videla, pero estos tipos, que fueron esos que salieron en libertad con las leyes de Obediencia de vida y Punto Final, son esa capa media. Fueron la mano de obra directa de los secuestros, los asesinatos y las violaciones de derechos humanos. Y pensé en ese momento que a estos tipos había que mostrarlos. Así se me ocurrió y empecé a acompañar algunos juicios de lesa humanidad. Esto, independientemente de mi trabajo como fotógrafo, me pareció interesante. Ahí arranco, con los juicios de Campo de Mayo que son la zona que a mí me acontece en cuanto a lo familiar. Comencé a acercarme, a hacer las fotos en los juicios, pero no ya las fotos de un familiar ni un plano general de los genocidas, sino retratar su cara, su expresión.
APU: ¿Y cómo se acerca a las causas judiciales de lesa humanidad?
G.M.: Empecé a trabajar con Pablo Llonto a partir de la causa nuestra “Contraofensiva Montonera” que ocurrió entre el ´79 y el ´80, por los 85 compañeros y compañeras detenidos desaparecidos, entre los que está mi mamá, mi hermana y mi cuñado. Ahí tomo relación con Pablo, que empieza a contarme cosas de las causas y, de hecho, empieza a avisarme “mañana indagan a un represor”, que me sirve para fotografiarlos previo a un juicio. A veces entran caminando y salen detenidos.
APU: Además de las causas en sí, ¿recibe información por otro lado?
G.M.: Cuando empecé a mostrar lo que fotografiaba en los juicios, me empezó a llegar información. A veces es vía texto privado o redes sociales. Por ejemplo, un día me llegó un mensaje que decía: “yo trabajo en una clínica privada y vienen muchos de estos viejitos a buscar certificados médicos”. Y ahora estoy trabajando en ese caso. Siempre digo: nunca dejo de mirarlos. Tengo una lista larga y me muevo sólo en Capital y provincia de Buenos Aires.
APU: ¿Qué significa para usted tanto en lo personal como colectivo esto de retratar esos rostros genocidas?
G.M.: Para mí es justicia. No hablo ni se trata de una venganza, pero sí es justicia porque el objetivo final es otro. Primero la cara en un juicio, cuando son imputados, para que la gente vea cómo se burlan. Por ejemplo, hay una foto mía muy conocida en la que Pascual Muñoz me saca la lengua, porque estos tipos se sienten como violados en su intimidad. Qué paradójico ¿no? No saben qué hacer. Están impotentes. Entonces es una satisfacción personal. Intento que se conozcan sus caras porque han cometido crímenes atroces. ¿Cuál es el límite? El límite fue el 2x1, una marcha masiva. Creo que el pueblo puede aceptar alguna que otra cosa, pero eso no. Para mí es visibilizarlos y esta cosa personal que sepan que un hijo, un hermano de desaparecidos, un militante de su época les hace fotos. Mi único objetivo es que un genocida vuelva a la cárcel común.
APU.: ¿Lo amenazaron alguna vez?
G.M.: Nunca hasta ahora. Y espero que no suceda. Miedos existen muchos. Mi trabajo es muy solitario, pero siempre estoy en comunicación con compañeros con los que tenemos una red de control y están atentos a que si pasa determinado tiempo deben comunicarse. La rutina está hecha, y yo elijo esto. Es mi militancia.
APU.: ¿Y este trabajo que define como solitario, cuándo se convierte en colectivo?
G.M.: Primero es solitario porque cualquier información se puede filtrar y ahí se cae la operación de militancia que venís llevando. Así que se convierte en colectivo cuando podés compartir; cuando podés decir esto está y sí o sí hay que presentarlo a la justicia. Y desde ese momento se convierte en colectivo, porque eso empuja a logar que esas personas vuelvan a donde tienen que estar y de donde nunca debieron salir.
Red de reporteros gráficos de lesa humanidad
APU: ¿Se puede revertir una situación judicial con las fotografías de genocidas violando la prisión domiciliaria?
G.M.: Es muy difícil. Una sola foto no sirve, tengo que lograr diez. Tampoco sirve darlas a conocer o publicarlas a la primera de una, porque los represores después presentan certificados médicos o se excusan en que sus guardas - que suelen ser sus mujeres -, estaban enfermas y no les quedó otra que salir ellos. Por eso cuantas más fotos hagamos, la peleamos en la justicia. Cuanto más los escrachemos fotográficamente violando la domiciliaria, más podemos ganar la batalla para que de uno vuelvan a la cárcel común.
APU: ¿Es el único haciendo este tipo de trabajo?
G.M.: Hay algunos casos de reporteros gráficos que hicieron fotos similares, pero o fueron pocas o se anticiparon a publicarlas y después no sirvieron como prueba judicial. Ahora estamos trabajando con ARGRA (Asociación Argentina de Reporteros Gráficos) para coordinar una red con fotógrafos del interior que realicen este tipo de fotografías a genocidas, pero con esta visión de que no importa la primera foto, importan diez fotos en distintos momentos y con distintas ropas. Y que eso sirva para que los arrestos domiciliarios dejen de existir y vuelvan a cárcel común.
La red se tiene que armar porque es importante, no soy yo solamente. A mí me une a esto una historia familiar y personal. Cuando surgió lo de las fotos me preguntaron “¿cómo vas a publicar las fotos y poner tus créditos?”. Y dije sí, porque para mí es importante que cuando estos tipos vean la foto en el diario y lean la historia de quién les hizo digan “ah, no es un fotógrafo cualquiera”. Para mí es importante que vean que soy un hijo que decide hacer fotos, que quiere visibilizarlos, que se les vea la cara.