Herido barrio: un impulso para animarse a todo lo que vendrá
Foto: Agustín Manoukian. Espectáculo: Zumba la risa.
Por Edith Scher*
Matemurga, el grupo que dirijo desde hace casi 16 años, está integrado por 80 vecinos. Es un espacio en el que conviven personas de todas las edades, un lugar en el que es posible soñar y construir. Un teatro de la comunidad y para la comunidad. Un lugar que piensa el arte como un fenomenal ensanchador del horizonte humano, como una práctica central, un derecho, y no un adorno o una mera herramienta.
Pero mejor es hablar en primera persona plural, porque si hay algo en lo que pusimos especial énfasis desde 2002 hasta este momento es en la construcción de un “nosotros”.
Desde nuestro nacimiento hasta hoy creamos tres espectáculos, obras que amamos intensamente. Y vamos hacia una cuarta producción teatral. Tenemos también una orquesta y un grupo de titiriteros en formación. Lo colectivo nos permite un crecimiento que sería imposible en soledad. Todo, absolutamente todo en Matemurga es desmesura. Nuestras dos primeras obras fueron La caravana (2004) y Zumba la risa (2009).
Herido barrio es nuestro espectáculo más nuevo. Lo estrenamos en marzo de 2016 y desde entonces no paró de crecer. Me gusta mucho porque es bien diferente a los anteriores: una anécdota muy simple que dispara emoción y hondura, que cuenta mucho con poco. Hacerlo implicó un gran desafío estético. Transitar su proceso creativo fue algo así como arrojarse al abismo. Nunca tenemos escritas previamente las obras. Hacemos los espectáculos para descubrir qué queremos decir. Sí, claro: hay intuiciones y, sobre todo, hay imágenes, muchas imágenes que traen los vecinos actores en sus historias, en sus improvisaciones y en sus cuerpos que juegan.
Me gustan todos nuestros espectáculos, pero creo que en éste logramos movernos de lo que hasta ese momento creíamos posible hacer. Siempre que arrancamos con una obra nueva aparece el enamoramiento de la anterior, casi como un aferrarse a lo logrado. Cuesta mucho confiar en el nuevo universo que asoma. Herido barrio no fue la excepción. Al contrario: fue difícil que los compañeros confiaran en su potencia. No siempre hay que decir cosas grandilocuentes para hacer un espectáculo bello y, a pesar de los años de trabajo, hay creencias que permanecen con relación a lo que significa “el compromiso”, “el mensaje”, “la conclusión”. También para mí es angustiante a veces, ya que cada vez pesa más “lo hecho”, y nunca sé muy bien hasta el final cómo va a ser y hacia dónde vamos. Pero me lanzo, me arrojo e invito a mis compañeros a hacer lo mismo. Es tremendamente satisfactorio caminar en la incertidumbre, a tientas, intuir de qué se trata la ficción que asoma, pero no saberlo con certeza y luego, un día, unos días, en algún momento sentir que ese universo nuevo que es el espectáculo ya vive y dice, ya tiene leyes que le son propias, ya mira el mundo y opina sobre él. Es como parir entre todos.
En este espectáculo me resulta particularmente placentero ver a mis compañeros mover sus personajes por el espacio escénico. Veo que todos (algunos de manera más audaz que otros, pero todos, sin excepción) construyeron criaturas que no responden a su comportamiento en la vida cotidiana. Jugaron. Desafiaron la quietud de lo que parecía imposible. Siempre hay mucho por crecer, pero Herido barrio constituye un punto de inflexión en nuestra historia y lo celebro.
Me emociona. Me atraviesa. Herido barrio es una luz de alarma acerca de cómo podría ser la vida si reparáramos aquello que está roto. Porque algo está roto, eso está claro. Algo está lastimado. Este espectáculo no pretende volver al pasado, sino que lo mira para hablar de cómo vivimos hoy en esta sociedad desconfiada, quebrada, dolorosa.
Herido barrio es de todos nosotros, pero, si mis compañeros me permiten, quiero dedicarlo a mi papá, que me enseñó a regar la calle de tierra, a conversar con mis vecinos, a salir a la puerta en las noches de verano y que aún hoy me enseña tantas cosas.
Todos tenemos en el corazón la foto de la casa de la infancia, aquella cuyo jardín aún visitan los zorzales y los horneros, aquella en la que todo estaba por hacerse y todo era posible. Siento que Herido barrio es eso: es mirar para atrás para saber quiénes somos, es pararse en el presente, en sus heridas, sus posibilidades, y es, desde ese lugar, un impulso para animarse a todo lo que vendrá.
* Directora del grupo de teatro comunitario Matemurga de Villa Crespo