River-Boca: ni barras ni inadaptados (el aguante y la pasión como explicación ausente)
Por Horacio Bustingorry
La final trunca de la Copa Libertadores reflotó viejas explicaciones. Desde la ya clásica de los inadaptados de siempre, pasando por la culpa de las barras, hasta el reflejo de la sociedad. El gran ausente del debate: la cultura del aguante.
Las simplificaciones sobre lo ocurrido fueron revestidas de viejas fórmulas. Tanto los medios de comunicación como los presidentes de River y de Boca plantearon que la culpa fue de unos pocos, los famosos inadaptados. El comportamiento de estos indescifrables seres contrastaría con los correctos modales del resto de los hinchas, siendo solo responsabilidad de una minoría arruinar la fiesta del futbol. Otros, como el jefe de gobierno porteño, cargaron todas sus tintas sobre los barras, en este caso “Los Borrachos del Tablón”. Con el consabido afán por buscar conspiradores que atentan contra el macrismo, Horacio Rodríguez Larreta argumentó que el hecho tenía directa conexión con el allanamiento que se había producido en la casa del barra de River, Héctor “Caverna” Godoy. Finalmente, también circularon los eslóganes de la típica sociología de fácil digestión planteando que todo lo ocurrido es un fiel reflejo de la sociedad.
Ninguna de estas explicaciones reparó en el concepto del aguante que desde hace muchos años vienen trabajando el sociólogo Pablo Alabarces y su equipo de investigación. Desde la Agencia Paco Urondo hemos tenido una recepción crítica de sus aportes, pero siguen siendo el mejor punto de partida para entender el problema de la violencia en el fútbol. Desde esta perspectiva, quienes arrojaron piedras al colectivo de Boca no son inadaptados, sino por el contrario, personas que están adaptadas a una cultura que considera legítimo el uso de la violencia contra hinchas y jugadores del equipo rival. Esta lógica se manifiesta, por ejemplo, en muchos de los cantos de las hinchadas y la gran mayoría de los hinchas la reproducen a la hora de alentar a sus equipos.
Acusar de barras a quienes apedrearon al micro de Boca puede ser válido desde la comodidad del lenguaje pero no corresponde a una máxima autoridad si carece de pruebas. Quien suscribe considera improbable la participación de la barra de River, opinión solo modificable si aparecen elementos que demuestren lo contrario. Algo dudoso que vaya a ocurrir si se considera la vaguedad con que se refirió al tema Rodríguez Larreta al momento de anunciar la renuncia de su ministro de Seguridad, Martín Ocampo. Con su habitual falta de seriedad hasta el presidente Mauricio Macri vinculó el hecho con los barras y los sindicó “como los organizadores de la agresión” dejando de lado cualquier otra explicación. De esta manera, se oculta la inoperancia corriendo el eje y se cae en el ridículo de que los hinchas de River no querían perjudicar a Boca sino al gobierno de la ciudad. Por arte de prestidigitador, la incapacidad organizativa se trastoca en virtud y la improvisación de un operativo es transformada en lucha contra las mafias.
¿Fiel reflejo de la sociedad? Con esta sentencia algunos intentan englobar no solo la emboscada al micro de Boca sino también los desmanes y enfrentamientos con la policía alrededor del Monumental. La misma sociedad que no irrumpe desaforadamente en un cine, en un teatro o en cualquier otro espectáculo con entradas agotadas es capaz de arriesgar su integridad, derribar vallas y enfrentar a la policía con tal de estar en un partido de tanta trascendencia. Pensar en energúmenos y violentos o en una sociedad enferma y no en la desesperación que produce quedar afuera de este tipo de partidos es no entender nada de la cultura futbolera. La necesidad de la presencia in situ para brindar apoyo al equipo no tiene sustituto, ni siquiera con la posibilidad de la televisación en vivo.
¿Qué hacer frente a esto? Por lo pronto realizar un buen diagnóstico y no dar explicaciones equivocadas. Es falso lo de los inadaptados, es falso lo de la sociedad y probablemente sea falso lo de la barra de River. Hace muchos años que Alabarces y su equipo vienen dando pistas para pensar el problema. A diferencia de su enfoque, que contrapone fiesta y aguante, el autor de esta nota considera que terminar con el aguante acabaría con el colorido y sonido de nuestras tribunas. Es uno de los aspectos negativos de la experiencia inglesa del que poco se habla cuando se la presenta como modelo para nuestro país. El desafío entonces es lograr algo ya dicho en la revista N° 3 de la Agencia Paco Urondo: "Morigerar los rasgos más violentos de la cultura del aguante perdiendo lo menos posible la cuota de pasión que caracteriza al hincha argentino”.