El otro aniversario de la Revolución Cubana: cuando Cuba derrotó al apartheid
Por Andrés Ruggeri (*)
El 1 de enero la Revolución Cubana cumplió 60 años. Ese día de 1959 el Ejército Rebelde comandado por Fidel Castro tomó Santiago de Cuba y proclamó el triunfo del Movimiento 26 de Julio y la caída de la cruel dictadura de Fulgencio Batista. En la zona central del país, la columna del Che Guevara había dado un golpe decisivo en la estratégica batalla de Santa Clara. Batista comprendió que la derrota era irreversible y huyó a Miami y, poco después, La Habana también sería ocupada por las fuerzas guerrilleras y un pueblo eufórico. Comenzaba una nueva etapa, que ya lleva seis décadas, de enorme lucha y dignidad por establecer la independencia política y económica y edificar una nueva sociedad. Como sabemos, con la furiosa oposición del imperialismo norteamericano y del poder económico y político internacional.
En la exacta mitad de ese recorrido temporal, Cuba nos brindó una de las páginas más gloriosas de su historia y de la historia de las luchas por la liberación de los pueblos contra la opresión colonial y neocolonial y que, sin embargo, parece haber sido relegada al olvido. Hace 30 años, en el sur de África, era derrotado el oprobioso régimen del apartheid sudafricano, con la participación decisiva del contingente de tropas internacionalistas cubanas. En el 2018 que acabamos de dejar, esas tres décadas que parten al medio la historia reciente de Cuba también tuvieron su aniversario redondo: el 23 de marzo de 1988, las fuerzas de la Sudáfrica racista y sus aliados de la UNITA (Unión Nacional por la Independencia Total de Angola, grupo guerrillero de derecha angolano liderado por el criminal de guerra Jonas Savimbi), intentaron por última vez tomar el poblado de Cuito Cuanavale, en el extremo sudeste de Angola, y fueron rechazadas por las FAPLA (Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola) y los combatientes cubanos.
Esa victoria abrió camino a las negociaciones entre Angola, Sudáfrica, Estados Unidos y Cuba que culminaron, el 22 de diciembre del mismo año, en los acuerdos de paz que llevaron a la independencia de Namibia y, a la postre, a la liberación de Nelson Mandela y el fin del apartheid. Llamativamente, cuando se habla de este tema o cuando se glorifica a Mandela, esta relación rara vez aparece, antes que eso, se borra cuidadosamente de la historia. Mandela fue liberado de la cárcel en la que pasó 27 años en febrero de 1990, las negociaciones para dar fin al régimen racista se prolongaron hasta 1993, y el nuevo gobierno de mayoría negra asumió en 1994. Esa fue, en realidad, la verdadera independencia de Sudáfrica.
La guerra en Angola, sin embargo, no paró: los acuerdos de paz no fueron respetados por la UNITA y el conflicto, si bien dejó de ser internacional, continuó hasta el año 2002, en que finalmente Savimbi es abatido. Como sucedió también con el genocida camboyano Pol Pot, su muerte acabó con décadas de violencia en ese sufrido rincón de África.
Namibia, por su parte, obtuvo su ansiada independencia después de un siglo de genocidio y ocupación, primero en manos de los alemanes (que allí comenzaron con las prácticas de exterminio que unas décadas más tarde extenderían a una dimensión aterradora con los nazis) y después de los sudafricanos blancos que escamotearon un mandato de la ONU y usaron el país como colonia hasta que la derrota los obligó a retirarse. Lo que querían evitar sucedió: el movimiento guerrillero que combatieron con crueles métodos en una guerra sin cuartel, la SWAPO (Organización del Pueblo del África Sudoccidental, por sus siglas en inglés) se convirtió en gobierno.
Los últimos soldados cubanos se retiraron de Angola en 1991. La URSS ya se había desplomado y la isla empezaba a transitar el “período especial”. El pueblo cubano tuvo que pasar del heroísmo militar a una resistencia de toda la sociedad al bloqueo y el ahogo económico. Posiblemente, una página de heroísmo aún mayor.
Cuba y la liberación de África
La participación del Che Guevara en el Congo es conocida, así como el fracaso de este intento. No fue, sin embargo, el comienzo de la relación de la Revolución Cubana con las luchas por la liberación de los pueblos africanos que continuaban sometidos al colonialismo en los años ‘60. Ya en 1960, Cuba había enviado ayuda a los rebeldes del Frente de Liberación Nacional de Argelia, y la gira del Che en 1964 por varios países africanos había sentado las bases de lo que sería una intensa relación de solidaridad con los movimientos de liberación africanos. Entre ellos, el Congreso Nacional Africano (CNA o ANC por sus siglas en inglés) liderado por Mandela (que ese mismo año, después de una gira por varios países del continente, fue capturado y condenado a prisión) y el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), presidido por Agostinho Neto. Paralelo a la guerrilla del Che, un segundo frente comandado por Jorge Risquet se instalaba en el otro Congo, conocido como Congo Brazzavillle, listo para avanzar para auxiliar al Che, que preveía avanzar desde el otro lado del continente. Esto finalmente no se dio, pero el grupo comenzó a entrenar al MPLA, que desde allí hostigaba el enclave de Cabinda, la zona petrolera del norte de Angola.
A medida que las luchas anticoloniales se intensificaban, en especial en las colonias portuguesas de Angola, Mozambique y Guinea Bissau, la participación del internacionalismo cubano se hacía más importante. Finalmente, la Revolución de los Claveles en Portugal (el 25 de abril de 1974) hizo caer junto a la dictadura salazarista al último viejo imperio colonial. Guinea Bissau y Cabo Verde, por un lado, y Mozambique, llegaron a la independencia, pero en Angola existían tres movimientos que aspiraban al poder, el mencionado MPLA y dos grupos de derecha financiados y entrenados por la CIA y el apartheid sudafricano, el Frente Nacional de Liberación de Angola de Holden Roberto y la UNITA de Savimbi. La retirada de los portugueses llevó a la guerra por el poder entre las facciones. Si bien el MPLA era el más representativo y popular, debió enfrentar el apoyo extranjero a sus oponentes: los ejércitos del Zaire y de Sudáfrica entraron a territorio angolano en apoyo del FNLA y la UNITA respectivamente.
Es ahí cuando Agostinho Neto recurre a Fidel y comienza la Operación Carlota, el mayor esfuerzo internacionalista de las últimas décadas en el mundo, en que miles de combatientes cubanos acuden en ayuda del MPLA y derrotan sucesivamente al FNLA y los zaireños y a las columnas blindadas de la SADF (South African Defense Force, las fuerzas armadas del apartheid). La derrota del ejército blanco por las fuerzas cubano-angolanas fue especialmente simbólica y operó como una demostración de que los blancos no eran invencibles. En la propia Sudáfrica, tuvo un efecto crítico, y fue un incentivo más para la nueva oleada de rebelión de las mayorías negras, el levantamiento de Soweto, a mediados de 1976. Una nueva generación se sumaba a la lucha, y contaba con bases de apoyo cercanas en los países recién liberados.
Nada de esto se entiende si se lo piensa solo como uno más de los episodios de la Guerra Fría, la lucha entre el mundo capitalista y el bloque soviético, como se lo ha querido mostrar y como se lo entendía mayoritariamente en ese entonces en la prensa internacional. Ese contexto, por supuesto, existió y explica tanto la presencia soviética, que proveía asesores militares pero, especialmente, armamento y logística, como la ayuda encubierta o abierta de los Estados Unidos a la UNITA y a Sudáfrica, violando el boicot internacional al régimen del apartheid. Sin embargo, el análisis queda trunco sin tener en cuenta que la verdadera lucha no fue entre el Este y el Oeste sino por la liberación de los pueblos del África Austral. Fue la última lucha anticolonial, enfrentando la dominación portuguesa, en primer término, y luego el intento de los regímenes de colonialismo interno, en que una minoría descendiente de europeos mantenía sometida a un régimen de segregación y de explotación laboral extrema a los pueblos originarios de la región, tanto en Sudáfrica como en Rodesia (ahora Zimbabwe).
El apartheid sudafricano hacía el papel del actual Israel en Medio Oriente: una potencia agresiva, que para mantener su sistema de castas y bantustanes (1) sometía a los países formalmente independientes de su alrededor o los hostigaba militarmente para mantener lo más lejos posible a las fuerzas que luchaban por la liberación, tratando de llevar al poder gobiernos serviles y temerosos. La caída del imperio portugués y la presencia de Cuba fueron un duro golpe para esa estrategia, pero la reacción del apartheid no fue otra que reforzar esa línea. La independencia de Angola ofreció a la SWAPO bases desde donde incursionar en el norte de Namibia y campamentos seguros para el entrenamiento de los guerrilleros del ANC sudafricano y la ZAPU de Zimbabwe. Mozambique también fue una retaguardia segura para los miembros del brazo armado del ANC (MK o Umkhonto WeSiswe, “la lanza de la nación”), hasta que fue forzado por Sudáfrica a expulsar a los guerrilleros a cambio de paz (acuerdo que Sudáfrica nunca cumplió). La respuesta del apartheid fue radicalizarse. Mediante golpes comando y bombardeos sobre las bases guerrilleras de los países vecinos (o incluso campos de refugiados, como la infame masacre de Cassinga, en 1978), sembró el terror y hostigó a sus oponentes en Angola, Mozambique, Bostwana, Zambia y, después de 1980, en el recientemente independizado Zimbabwe. Mientras, la UNITA se reforzaba y lograba dominar grandes territorios en las zonas más apartadas de Angola, recibiendo el apoyo de las SADF, que invadieron en sucesivas campañas la zona limítrofe con Namibia.
Esto obligó a Cuba a no retirar a sus combatientes y mantener un contingente que oscilaba entre los 30 y los 35 mil soldados. Las fuerzas cubanas instalaron una línea de seguridad en el sur de Angola, como contención a las incursiones sudafricanas, mientras las FAPLA con sus asesores soviéticos combatían a la cada vez más fuerte UNITA, apoyadas con armamento moderno por el agresivo gobierno norteamericano de Ronald Reagan. La comandancia cubana y la soviética diferían en la estrategia de guerra. Los cubanos sostenían que ellos se encargaban de contener a las SADF, mientras que a las FAPLA les tocaba acabar con “los bandidos” (la UNITA). Los soviéticos, en cambio, entrenaban a las FAPLA para una guerra convencional en lugar de para enfrentar a las tácticas irregulares de la UNITA.
Cuito Cuanavale
Con la situación estancada, una Sudáfrica agresiva y una crisis en la URSS que se iba acentuando, los militares soviéticos prepararon junto con el ejército angolano una operación para aniquilar el cuartel de Savimbi en el lejano extremo sudeste de Angola, muy cerca de la frontera con Namibia. La operación fue desaconsejada por los cubanos. Las cuatro mejores y más preparadas brigadas de las FAPLA iniciaron la ofensiva a mediados de 1987, con un éxito inicial, hasta que fueron frenados por la intervención de las fuerzas sudafricanas en el río Lomba, a mitad de camino hacia su objetivo. La superioridad aérea y de artillería de los racistas aniquiló a una de las brigadas y obligó a retirarse a los restos de las demás, que terminaron atrincherándose en un pequeño poblado, comunicado con una carretera con la línea defendida por el contingente cubano. Ese pueblo era Cuito Cuanavale, apenas un caserío que fue sometido inmediatamente a pesados bombardeos.
Dos Santos, el dirigente del MPLA que había asumido la presidencia a la muerte de Neto en 1979, pidió nuevamente ayuda a Fidel. Cuba decidió jugarse el todo por el todo e intentar acabar con la amenaza sudafricana. Inmediatamente reforzaron con tropas cubanas las defensas de las FAPLA y comenzaron a trasladar desde Cuba grandes fuerzas, especialmente tanques y defensa antiaérea y los mejores pilotos, corriendo el riesgo de dejar a la isla desguarnecida frente a los Estados Unidos. El plan de Fidel era claro: frenar a los sudafricanos en Cuito Cuanavale (la foto principal de esta nota muestra a combatientes cubanos en el lugar) mientras preparaban un enorme ataque hacia el sur, que amenazara las bases del régimen racista en Namibia. Junto con eso, una ofensiva diplomática para forzar la paz y la implementación de la resolución de la ONU que establecía la independencia de Namibia, en las mejores relaciones de fuerza.
Entre fines de octubre de 1987 y el 23 de marzo de 1988, cuando las SADF y la UNITA lanzaron el último gran ataque, la heroica resistencia angolana y la creciente ayuda de Cuba rechazó todos los intentos de tomar Cuito Cuanavale. Los racistas se toparon nuevamente con una fuerza que no pudieron superar en tierra, y en el aire los pilotos cubanos anularon el dominio de la fuerza aérea sudafricana. La última ofensiva fue destrozada y quedaron como testimonio los tanques Olifant del ejército del apartheid que aún hoy están en el terreno como testimonio mudo de su derrota (foto). La batalla siguió durante algún tiempo más con los sudafricanos bombardeando con artillería, pero no volvieron a intentar ocupar Cuito Cuanavale.
Paralelamente, un poderoso ejército compuesto por unos 50 mil soldados cubanos, más una fuerza similar de las FAPLA y los guerrilleros de la SWAPO como fuerza de hostigamiento, fue avanzando hacia la frontera sur de Angola. Se dieron algunos combates pero frente a la superioridad abrumadora los sudafricanos se retiraron completamente de territorio angolano, en donde habían estado años causando estragos en lo que llamaron la “guerra de frontera”, en realidad una invasión y una campaña de exterminio contra la guerrilla namibia y del ANC. El 30 de agosto los últimos soldados del apartheid cruzaron la frontera definitivamente.
La paz
Aunque la derecha blanca sudafricana sigue discutiendo la victoria (o la “no derrota”) en Cuito Cuanavale, el efecto estratégico de la batalla y de su imposibilidad de superar las defensas angolano-cubanas combinado con el avance hacia la frontera forzó a los racistas a sentarse, por primera vez, a la mesa de negociaciones y admitir la presencia cubana en ella. Los partidarios del apartheid basan su supuesta victoria en la cantidad de víctimas de ambos bandos, sin aclarar que ellos solo cuentan a los muertos blancos de su tropa, ignorando a los miles de africanos de sus propias fuerzas, la UNITA y las Fuerzas Territoriales de Namibia (reclutadas por ellos) que mandaban al frente antes de poner en riesgo a sus propios reclutas. A pesar de ello, la afluencia de cadáveres de jóvenes blancos provocó una crisis en la propia Pretoria, cuando las madres de los soldados montaron una protesta contra el gobierno, inédita en un régimen acostumbrado a la aprobación o, por lo menos, la pasividad de su población de origen europeo, y a reprimir a mansalva a la mayoría negra. Las protestas de esta, mientras tanto, iban en aumento, así como la presión internacional. El apartheid tambaleaba.
Desde principios de los ‘80, el gobierno estadounidense de Reagan había acordado con los sudafricanos el llamado linkage (vínculo) como principio negociador para resolver la situación. Esto significaba que Sudáfrica aceptaría aplicar la Resolución 435 de la ONU (la independencia de Namibia y la celebración de elecciones libres, que todo el mundo descontaba iba a ganar la SWAPO) a cambio de la retirada de las tropas cubanas de Angola. Pero, en vez de abrir el proceso para que eso sucediera, intentaban apurar la derrota del MPLA para poder expulsar a los cubanos, aniquilar también a la SWAPO y continuar con un gobierno aliado en Namibia. La situación militar adversa llevó a otro escenario: descartado el triunfo militar y con la probabilidad cada vez más cercana de una derrota catastrófica, los sudafricanos y los norteamericanos aceptaron sentarse a negociar con Cuba y el MPLA.
Finalmente, los acuerdos se firmaron en diciembre de 1988. Sudáfrica aceptó la resolución y retiró sus tropas de Namibia, mientras los internacionalistas cubanos empezaban a hacer lo mismo, en tres etapas (la última ya en 1991). Las elecciones namibias se hicieron y, como temían los racistas, triunfó en forma arrasadora la SWAPO, convirtiendo a su líder, Sam Nujoma, en su primer presidente como nación independiente. En Sudáfrica, el régimen empezó a preparar su retirada cuando De Klerk reemplazó a P.W. Botha como primer ministro y anunció la liberación de Nelson Mandela, el cese del apartheid y el levantamiento de la prohibición de los partidos de la mayoría negra. En 1994, Mandela asumió la presidencia. Su primera visita oficial fue a Cuba. Siempre reconoció el aporte cubano a la liberación de los pueblos del sur de África.
Cuba, entretanto, debió afrontar la caída de la Unión Soviética y todo el bloque socialista. Quedó en soledad frente al imperio y un brutal bloqueo. De los campos de batalla de África solo se llevó los cuerpos de sus caídos. Lo que dejó fue el testimonio de una dignidad y solidaridad que los pueblos de África no olvidan.
(1) Republiquetas dentro del territorio sudafricano donde se confinaba a un único grupo étnico autóctono y se le daba una independencia formal y totalmente sometida a la Sudáfrica blanca.
(*) Andrés Ruggeri es antropólogo por la UBA, donde dirige el programa Facultad Abierta. Es, además, director de la revista Autogestión para otra economía, órgano de difusión de empresas recuperadas y autogestionadas argentinas. El último número de la publicación incluyó un estudio suyo sobre el socialismo africano. Puede leerse, íntegro, aquí.