Aguas vivas: la revolución natural en Pinamar
Por Daniel Mundo
Hace más o menos un mes publiqué en Agencia Paco Urondo una crónica que hablaba de la revolución cultural que el gobierno local de Pinamar está llevando a cabo en la localidad. Hoy me referiré a otra “revolución” que está golpeando a la zona. Una revolución natural o de la naturaleza.
La naturaleza, que es voraz e indiferente a los efectos de sus acciones, va a cambiar la fisonomía de estas playas. Antes de contar de qué se trata me gustaría aclarar que la palabra "revolución" proviene de la astronomía y que no nació indicando lo que interrumpía cualquier normalidad cíclica y mecánica sino al contrario, servía para indicar el ciclo repetitivo de la naturaleza. Por lo menos así la utilizaba Copérnico.
Otra aclaración: la presente crónica será un breve relato mitológico. Esto no significa que juguemos con el simbolismo y que le adjudiquemos a la naturaleza poderes políticos, como si el macrismo no sólo hubiera encontrado la cifra para complacer a las masas sino también la fórmula para intervenir la naturaleza, o algo por el estilo. Posiblemente esta lectura irónica sea inevitable, pero no es la que yo propongo. Digo que la naturaleza está acompañando la acción política, como tan bien lo supo retratar Grandville en el siglo XIX. Pero principalmente digo que los efectos que las revoluciones naturales producen en sus damnificados serán sacrificados en el altar de un Dios más poderoso: el egoísmo capitalista.
Me explico
Cuando yo era chico iba de vacaciones a Miramar, un enclave frecuentado en aquellos años por una facción de la clase media enamorada de los edificios de veinte pisos. Un amigo iba a Monte Hermoso. Yo no entendía por qué mi amigo iba a una ciudad marítima en la que no te podías meter al agua porque estaba infectada de aguas vivas. Nosotros llamamos aguas vivas a las medusas (Medusozoa).
Era extraño que Monte Hermoso tuviera las aguas vivas que tenía. Estaba muy al sur (Monte Hermoso también es el conurbano turístico para los adinerados de Bahía Blanca), lo que en la imaginación provocaba contradicciones: cómo puede ser que en el agua fría del Atlántico hubiera la cantidad de aguas vivas que había en Monte Hermoso. Supuestamente las aguas vivas viven en el agua templada. La razón científica que circulaba por aquellos años invocaba una corriente marítima de agua cálida que venía de África y subía hacia Brasil y que pasaba por Monte Hermoso. Burlándonos de esta hipótesis nos preguntábamos por qué no había aguas vivas en Brasil. El municipio de Monte Hermoso hasta llegó a pensar en colocar una red gigante para impedir o por lo menos frenar el arribo de las aguas vivas. Nunca lo implementaron, que yo sepa. Sería como reemplazar al cambiante cielo por la foto de sol pleno que nos anuncia el pronóstico del clima.
Cuarenta o cincuenta años más tarde nos encontramos con que todo esto cambió. Las medusas abandonaron la costa de Monte Hermoso. No hay más aguas vivas en Monte Hermoso (bah, para ser honestos debemos decir que no había aguas vivas en Monte Hermoso, pero que este año, luego de seis hermosas temporadas, volvieron de nuevo y en una cantidad desmesurada; en fin). Por un lado, esto de que Monte Hermoso fue abandonado por sus malditos visitantes es una noticia buenísima, por otro me causa cierto pesar: me imagino que sin aguas vivas sus playas son más disfrutables que antes, pero al mismo tiempo siento que es como si a un organismo le quitaran un órgano fundamental de su identidad. Igual, no era esto lo que quería plantear. Lo que quiero decir es que para bien y para mal las envenenadas medusas arribaron a las fértiles playas de Pinamar-Valeria del Mar-Cariló-Villa Gesell-Mar de las Pampas. Es verdad que Clarín, en cuanto puede, pone un titular catástrofico anunciando que Pinamar está llena de aguas vivas y tapiocas, una especie aún más dañina que las medusas porque son casi invisibles y atacan los ojos, los sobacos y los órganos genitales. En este único caso Clarín no miente: hay en la región más aguas vivas que las que nosotros mismos nos declaramos.
Tres notas sobre el tema en el diario Clarín:
https://www.clarin.com/sociedad/paso-mal-tiempo-volvieron-tapiocas-costas-pinamar_0_ktF2RNLXF.html
La localidad de Pinamar es una manera de llamar a una zona turística que tiene una multiplicidad de estilos de vida, muchos de ellos en guerra entre sí. El personaje de Pinamar no es el mismo que el de Cariló ni que el de Valeria del Mar, para no decir el de Ostende (no sé si se nota en esta aclaración todo el desprecio que quisiera expresar). Pero en general la región se imagina como un espacio verde, rebosante de naturaleza. Mar de las Pampas es una de sus sucursales, imagínense. Lo cierto es que Pinamar es el enclave de otra clase media, una clase media enamorada de lo verde y la naturaleza, en guerra con la vida alienante del cemento y los ascensores. Obviamente que la naturaleza que esta clase social desea, y que encuentra en esta zona turística, no tiene casi nada que ver con la naturaleza real: es una naturaleza híper domesticada y protegida por la policía. Llaman “bosque” a unos cuantos árboles que rodean palacetes ultramodernos y minimalistas, para tener una idea de la desproporción.
Todo esto viene a cuento de lo siguiente. Hará cinco o seis años atrás los guardavidas de la zona se ufanaban diciendo que la temperatura del agua del mar estaba a un grado de diferencia con la temperatura del agua en Brasil (Brasil suele ser un nombre genérico que abarca tan sólo los 14.000 km de playa que tiene). A mí me encantaba y todavía me encanta este dato. ¿Por qué? Bueno, porque esta clase social que viene a esta localidad tiene impreso en el frontispicio de su cerebro la siguiente consigna: nos gusta el agua cálida del mar como la que tiene Brasil y el Caribe. Esta clase social hasta puede no entrar al mar porque el agua es muy fría y soportar estoicamente bajo su sombrilla los 37 grados de calor tomando mate. Contraargumentar con el dato de que el agua local tan sólo tenía un grado de diferencia con el agua de Brasil me parecía un knockout a la impostura de esta creencia. El problema en realidad no era la temperatura del agua —amén de que para mí el frío o el calor son relativos, más un problema psíquico que de sensibilidad. El problema es que Brasil es mejor, y listo. La alegría es tan sólo brasileña y así. Lo que yo no sabía y que incluso hoy quiero creer que es una hipótesis equivocada es que esa famosa corriente de agua que inundaba de aguas vivas las playas de Monte Hermoso hoy está pasando por la costa de Pinamar. Año a año se incrementa la población de estos seres indeseables y se incrementa también la cantidad de días que estos visitantes arriban a estas playas.
Salvando las distancias, recuerdo la película Tiburón. Para resumirla diría esto: si avisamos a la prensa de que en nuestras costas hay tiburones, dejarán de venir las hordas de turistas que necesitamos que vengan. Es lógico. Una clase social puede hasta sacrificar un niño con tal de evitar el cataclismo económico. Hay que estar a la altura de los tiempos. Podemos hacernos los boludos, pero tarde o temprano todo llega.
Fotos cuerpo de nota: Andres D'Elia (Fuente: Clarín).