"La potencia del feminismo es universalizar aquello que surge en su experiencia real"
Por Lucía Barrera Oro y Juan Manuel Ciucci
Foto: Lucía Barrera Oro
APU: Es interesante que en el libro plantea que aplanar el discurso es hacerle el juego a la derecha, en el sentido de que en esta vía hacia un gobierno de transición, hay respuestas que ellos están en mejores condiciones de dar.
MPL: Me acuerdo del discurso de la Alianza cuando dijeron “No vamos a tocar la convertibilidad”, eso me parece un camino muy riesgoso y esa vez terminó en desastre. La derecha que hoy nos gobierna tiene un cierto control de los recursos, los resortes, una política de la criminalización y la represión; y mientras sostiene todo eso con una lógica muy dura y llevando los niveles de expropiación a zonas insólitas. Es decir, si pensamos la transferencia de ingresos que se está produciendo permanentemente, etc; un gobierno que prometa, sólo, que va a seguir más o mismo con lo mismo pero sin reprimir, es un gobierno muy similar a aquel de la Alianza, más si surge de una especie de frentismo omni-totalizador. Eso me parece muy riesgoso en una sociedad de conflictividad tan alta, que no es que deja de salir a la calle: donde ve un poco más de vetas de negociación sale más, que cuando ve una estructura monolítica represiva. En ese sentido me parece que no es feliz la idea de presentar esa copia desvaída y mucho menos relevar nuestra agenda.
APU: En esta nueva propuesta de sujeto político feminista, ¿cómo redefinimos el punitivismo? ¿Cómo repensamos esas lógicas?
MPL: Esto tiene que ver con cómo entramamos a las demandas feministas con otros tipos de enunciados. En las primeras movilizaciones masivas bajo la consigna de Ni Una Menos, hay algo que no debemos olvidar que hicimos en ese momento que es poder separar la violencia de género, los femicidios, de la cuestión de la seguridad y ponerla en otra cuestión que es la de los derechos humanos. De ahí a Norita hablando en todos los actos muestra un modo de intervenir y de considerar la cuestión de la violencia. Si una piensa en términos de “seguridad” piensa en términos de pena, de cárcel, de separación del otro que resulta peligroso; en cambio, si lo pensas desde los derechos humanos no podes pedir cárcel sin recordar que la cárcel es un centro de torturas. No podes pedir más penas sin desconocer que ese pedido también afecta a una cantidad de personas que ya son criminalizadas por otras cuestiones. Entonces tenemos una zona de problemas y no tenemos cómo resolverla, porque es muy difícil pensar cuáles son las imágenes de justicia feminista, porque por otro lado, quien fue violada, golpeada o abusada también exige un tipo de reparación. Y la única reparación que ha inventado esta sociedad es la punitiva: que puede ser la punición por el código penal o el escrache o denuncia virtual. Esas cosas aparecen como una suerte de atajo, porque eso de algún modo repara a la víctima, pero la pregunta por el derecho la tenemos que hacer igual: ¿cómo pensamos una lógica social que sea no excluyente? Así como decimos que nuestro cuerpo vale, tendríamos que poder decir que todos los cuerpos valen y que ninguna vida es desechable, tampoco la de los pibes que terminan en cana. Eso es difícil porque los sujetos a los que apuntan los enunciados del feminismo están definidos: son mujeres, lesbianas, travestis, trans, víctimas de un cierto tipo de violencia o humillación, pero al mismo tiempo tenemos que poder volverlo universal, y esa es la potencia del feminismo: poder universalizar aquello que surge en su propia experiencia real. En el momento en que podemos hacer eso, para mí, el feminismo se revela como la política antagónica: porque no habla sólo de una forma de vida propia de un sector, sino que construye imágenes de una sociedad futura. Ahí es importante pensar la pena.
Hay un libro de [Claude] Lévi-Strauss, que se llama Tristes Trópicos y al final le habla a los franceses que se horrorizan con el canibalismo o antropofagia: es terrible que se coman a los enemigos, suena raro para el humanismo pero ¿cómo se pueden horrorizar por la antropofagia aquellos que sostienen que puede haber penas de encierro de por vida para algunas personas? ¿No es eso más cruel que comerse al enemigo? Lévi-Strauss escribe eso en 1950 y aún hoy no hemos podido pensar otra forma de reparación.
APU: Algo que plantea en el libro es la necesidad de pensarnos en tanto sujetos desde otro lado que no sea el lugar de víctimas...
MPL: Hay alguien que nos reclama todo el tiempo que seamos víctimas: si salís a la calle en tanto que víctima alguien te palmea la espalda y te dice que está todo bien. El problema es que para mí hay que romper esa situación colectivamente, porque cuando salís a la calle ya no sos víctima: te organizas con tus compañeras, estás actuando como sujeto político que tiene una capacidad de crear, de hacer, de producir, no como víctima. Hay algo en ese desplazamiento que es muy cotidiano y hacemos todo el tiempo mientras seguimos reclamando. Lo que pasa con las víctimas de abuso, lo que se les reclama es muy complejo: que den detalles, que lloren, que cuenten, que no vuelvan a ser felices, que estén sufriendo. Ahí hay un esfuerzo de disciplinamiento muy brutal y que tiende a ponernos en una situación de víctimas: tanto de parte de aquellos que nos violentan, como en aquellos que construyen alrededor de esa categoría la única legitimidad posible, y que sólo podemos hablar en tanto víctimas o en su nombre. Por eso creo que una intervención feminista es que incluso ante aquellos que están en situación de victimización, pedirles que se corran de ese lugar, no para minimizar el dolor sino para encontrar, en sí mismas y en la trama colectiva, la fuerza para salir de ese dolor, que si no nos congela en un lugar horrible.
APU: ¿Como podemos pensar el derecho al goce?
MPL: El derecho al goce implica una idea particular sobre qué es la vida. Creo que hay algo que pasa en los discursos que están circulando, incluso en aquellos que distinguen lo prioritario de lo secundario, todo el tiempo aparece la idea de la vida como reproducción biológica y aplanada al reino de la necesidad. Esto es: tenés derecho a reclamar si no tenés comida suficiente o si el embarazo fue producto de una violación, por ejemplo. Frente a esos discursos, la pelea es por instalar una idea de vida más verdadera, porque nuestras vidas nunca se pueden aplanar a la biología, siempre son fuerza creadora, entonces la pregunta es por el deseo: si deseas maternar o no, por ejemplo. La pregunta ante la necesidad tampoco se cierra en lo básico, y esa es la diferencia entre Milagro Sala y Margarita Barrientos: la diferencia entre la pileta y el comedor, porque poner una pileta es afirmar que las necesidades no se limitan al orden de lo alimentario, sino que tienen que ver con el acceso al placer, al goce, a la realización del deseo. Cuando pensamos lo popular sólo desde la necesidad, de algún modo también ponemos en juego la categoría de víctimas: somos víctimas del neoliberalismo, de la economía, de la violencia. El Ministerio de Desarrollo Social hoy piensa que las clases populares son víctimas de todo.
Frente a esto hay que contestar con otro tipo de racionalidad, que ponga en juego otra idea de vida, que recupere a los sujetos con todas estas corporalidades y dimensiones que tienen una fuertísima capacidad de agencia propia, de deseo y que también tienen el derecho a gozar.