Apuntes sobre la crisis del mundo editorial
Por Nicolás Adet Larcher
Sobre la mesa tengo cuatro libros de cuatro editoriales distintas. Son novedades del mes de septiembre. Libros que están respirando por primera vez en las librerías, saliendo de sus cajas para habitar los estantes. Me acompañan un café y unos pesos en la billetera. Estoy calculando a ojo que me podría costar llevar dos libros que me interesan; me levanto de la mesita del bar y me voy hasta la entrada. Son los primeros días del mes, tengo un margen. Me acerco al mostrador y pregunto precios. “Este libro está a 800 pesos, éste está a 700”, me dicen. Son libros que no llegan a las 400 páginas y no tienen una edición que llame mucho la atención. Abro los ojos. Me sorprende el número. El balance páginas/contenido/precio que tengo presente para comprar libros se me rompe en ese momento. Pensaba comprar dos, pero ahora elijo uno que vale 500 pesos. Hago números. Hasta hace un año me compraba hasta tres libros por mes (en un buen mes y antes de la devaluación). Un poco más atrás me compraba un poquito más. Ahora no. Lo mismo pasa con otros clientes de esa y otras librerías, me comentan. El ajuste.
El ex ministro de Cultura (ahora secretario), Pablo Avelluto, negó hace unos días la crisis en el sector editorial, como lo viene haciendo desde que fue designado en el gabinete de Mauricio Macri. Según un informe de la Cámara Argentina del Libro (CAL), la industria editorial viene sosteniendo una crisis profunda y preocupante desde 2015. En ese año se imprimían 83 millones de ejemplares en todo el país. Para 2018, ese número bajó a 43 millones. Una pérdida brutal de 40 millones de libros (un 48,3% menos) en apenas tres años. En el mismo período de tiempo, el promedio de ejemplares por habitante tuvo una disminución del 50%. Se imprime menos, se importa más, se vende menos y las librerías tienen más problemas porque ganan menos.
En el mismo informe de la CAL, las empresas afirman en un 84% sufrieron el golpe de los aumentos de tarifas; en un 71% que sufrieron retrasos en las cadenas de pagos y en un 67% que hubo una caída de la demanda interna. Además, a eso hay que sumar un aumento del 334% de las importaciones entre 2015 y 2018, las cancelaciones de compras de libros de parte del Estado y la ausencia absoluta de políticas para el sector.
El mundo digital
El Jefe de Gabinete, Marcos Peña, había tratado de justificar la crisis en varios comercios afirmando que “mucha gente compra online lo que antes compraba en un local”. En una reversión de esa justificación perversa, Peña podría decir hoy que “la gente ya no compra libros en papel porque lee digital” (que también funciona como “argumento” para algunas personas). Si bien hubo un aumento en la publicación de libros en formato digital, el porcentaje fue de apenas el 2% en relación a 2012. La variable de libros digitales se mantiene constante y en nuestro país no representa una amenaza para la industria editorial de papel. No por ahora.
La CAL también dio detalles sobre el cierre de librerías en todo el país. Hasta 2018, 80 librerías estaban en crisis y con problemas en la cadena de pago, e incluso habían solicitado el procedimiento preventivo de crisis. Más de 30 librerías independientes cerraron sus sucursales, 35 librerías pequeñas bajaron las persianas en todo el país, cayó un 20% el empleo directo en el sector editorial y un 15% el empleo indirecto (en la industria gráfica en general ya se perdieron cerca de 5 mil puestos de trabajo).
Este año, el único alivio para el sector editorial llegó de la mano de “Sinceramente” el libro de Cristina Fernández de Kirchner que fue un boom en ventas y permitió a algunas librerías cubrir los costos de alquiler y salarios por dos o tres meses.
En los últimos días de gobierno de la Alianza Cambiemos, la negación todavía persiste en el discurso público de muchos funcionarios. Así como negó la crisis editorial, Avelluto también negó la necesidad de que se declare la emergencia alimentaria; el presidente Macri dijo que las elecciones de agosto no sucedieron y Peña sigue apostando a una microcampaña impostada que no dio resultados. La obsesión de querer morir con las botas puestas sobre tierra arrasada, por ellos mismos.