¿Somos plurinacionales?, por Valentina Avelluto y Yona Sandoval Ramos
Por Valentina Avelluto y Yona Sandoval Ramos
De nuevo octubre y con él, el Encuentro. Este año, intensamente sacudido por un debate en torno al nombre. Miles de mujeres, lesbianas, travestis, trans, intersex y no binaries se manifestaron a través de talleres, marchas, asambleas, carteles, paredes, cuerpos, calles y actos a favor del reconocimiento de una plurinacionalidad histórica.
El feminismo nos enseñó que nombrar es visibilizar y que, en ese juego de etiquetas, se esconde una pieza importante de la lucha por el reconocimiento. A través de sus lentes, identificamos la interseccionalidad que constituye aquel cruce -y no mera sumatoria- de opresiones en razón de la clase social, etnia, raza, nación, sexualidad, identidad de género, cultura, capacidades, corporalidades, etc. Por lo que no es menor la pregunta en torno a cómo nos nombramos: ¿qué incluimos y excluimos en ese gesto? ¿Qué pedazo de historia borramos y cuál recuperamos? Sin embargo, la cómoda satisfacción de encontrar en un nombre la respuesta a una intersección de opresiones debe alertarnos.
Mientras la pulseada por el nombre encendía los debates en territorio Querandí, en 25 de mayo al 101 se llevaba a cabo una histórica ocupación pacífica del Ministerio del Interior, protagonizada por el Comité de Mujeres Indígenas de territorios en conflicto autoconvocadas de las naciones Mapuche Lof Pillan Mahuiza, Mapuche-tehuelche Lof Newen Tuaiñ Inchin, Mapuche Lof Cañio Cerro León, Qom barrio NanQom, Mogoit Tostado, Mbya Guaranía Mbokajity 2, Tapiete, Qom Rosario, Qom Paraje el Canal, Qom Saenz Peña y Qom Nainec.
La “rebelión de las flores nativas”, como la decretaron, irrumpe en un escenario político porteñocéntrico, blanco, machirulo y circunscripto a la disputa electoral, donde las expectativas sociales se recortan a futuro en pos de garantizar una garantía de gobernabilidad con “g” de ganancia para el capital. A contramano de las falométricas lógicas tradicionales de mezquindad, especulación y verticalidad, mujeres pertenecientes a diversas naciones indigenas preestatales tejen una poderosa red de resistencia. En una unidad histórica, gritan BASTA al sistema capitalista, racista y patriarcal que pone en riesgo la vida del planeta. Denuncian feminicidios, terricidio, asesinatos, violaciones, desapariciones, persecución, criminalización y violación de derechos humanos, ambientales, laborales, sanitarios y educativos. Son una piedra en el zapato al anunciar que la vida no se negocia: no hay pacto social posible si el genocidio sobre pueblos y territorios continúa.
La ocupación pacífica del Ministerio del Interior duró once días, durante los cuales el ninguneo mediático y político fue constante, no solo por parte del oficialismo, sino también por diversos sectores autodenominados progresistas y/o feministas. Los resultados, aunque satisfactorios respecto a los reclamos más urgentes y concretos, fueron claramente insuficientes en relación a la magnitud de las demandas enunciadas, cuya implicancia en términos estructurales auguran una larga marcha. Defienden la vida, la suya pero también la nuestra; su historia y nuestro futuro. Acuerpan la valentía propia de quienes saben que no tienen nada por perder. Las están matando y no es metáfora.
Gracias a la ocupación, fueron arrancadas reuniones con funcionaries del Ministerio de Justicia, de Ambiente y del Instituto Nacional de las Mujeres, quienes se comprometieron a tapar los pozos en las cercanías de la ciudad de San Ignacio en Misiones, que son muy peligrosos para les niñes de la comunidad Mbya Guarani que allí habita, y a garantizar agua potable para esta y otras comunidades de la zona, que actualmente se encuentran tomando agua contaminada. A su vez, lograron respuestas en torno al seguimiento de las causas cajoneadas por la desaparición de Marcelino Olaire, ocurrida el 8/11/16; el asesinato por la policía chaqueña de Ismael Ramírez, de 13 años; y el hostigamiento que sufre la hermana Qom María Mendoza a partir de la injusta detención de su hijo luego de ser brutalmente golpeado por la policía formoseña.
Sin embargo, su objetivo manifiesto, más allá de obtener respuestas para las problemáticas más concretas, fue sembrar conciencia social respecto de la agenda de los pueblos originarios y de la tierra, buscando establecerla no solo en los discursos sino “en nuestros cuerpos y corazones”. La ocupación pacífica finalizó pero la lucha continúa: el sábado, en el acto de cierre, se lanzó una campaña por un 1º de mayo plurinacional y la convocatoria al Campamento Climático de los pueblos contra el terricidio, del 7 al 10 de febrero del 2020 en el Lof Mapuche Pillan Mahuiza.
Una ocupación incómoda
Las compañeras indígenas que protagonizaron la ocupación pacífica del Ministerio denunciaron la falta de respuestas, no solo de las instituciones, sino también del propio feminismo, -que, en simultáneo y de forma rimbombante, se proclamaba plurinacional-; al igual que de las principales organizaciones y referentes del campo popular. Fueron hostigadas por haber elegido un “pésimo momento” para la ocupación y evidencian que “nunca parece ser un buen momento para escucharlas”. Sus demandas incomodan porque, pese a no ser indiferentes a ella, implican un nivel de cambio estructural que trasciende cualquier gestión gubernamental: “No es contra los gobiernos sino contra el estado racista”.
Esta invisibilización a través del silencio, vieja estrategia de disciplinamiento patriarcal y acorde a una larga historia colonial, da cuenta de la amenaza que expresa su lucha al identificar con claridad enemigos y soluciones, despersonalizando los conflictos -sin por ello desrresponsabilizar- para ir hacia su raíz, trazando necesarios horizontes, en un contexto militante signado por la resignación y la desorientación estratégica.
A diferencia del derecho el aborto, como reclamo aglutinante -e imprescindible- de los feminismos, que puede ser condensado en una ley, negociada y absorbida por la lógica estatal, llegando a ser enunciando incluso en términos del derecho liberal, las demandas indígenas interpelan directamente las reglas del juego: no hay margen de negociación posible. Al respecto, son contundentes: “no podemos negociar la tierra, porque sería negociar con nuestros cuerpos”. Saben que enfrentan límites macizos también del otro lado: “el tema territorio nadie lo quiere charlar porque ya está todo vendido”.
La rebelión de las flores nativas nos interpela a les feministas, en particular a las mujeres cis blancas de clase media que habitamos el Encuentro como si fuese el living de nuestra casa. A las superheroínas del feminismo urbano nos resulta sumamente funcional jerarquizar determinados clivajes por sobre otros, en particular el género por sobre la clase, la raza, la etnia, la nación, la corporalidad, etc, y reducir el problema de la interseccionalidad de opresiones aceptada en el plano teórico a una cuestión meramente nominal. La fantasía de homogeneidad entre las oprimidas legitima nuestra voz. ¿Cuáles son las consecuencias de dicha jerarquización? La invisibilización de nuestros privilegios de enunciación.
El feminismo avanza y, a su paso, se multiplican las tensiones. Las celebramos porque dan cuenta de un movimiento vivo. La sintonía colectiva post encuentro fue de extrañeza; la luna de miel llegó a su fin y aparece ese momento, propio de toda relación, donde el rosa inicial muta hacia una compleja paleta de grises, más profunda pero también más interesante. Sin embargo, asusta la pulsión hacia la institucionalización del feminismo, a través de una domesticación de sus demandas, que se combina con una formulación individualista e individualizante tanto de las perversiones del patriarcado como de nuestras respuestas. Más allá de la necesidad material o importancia táctica que sin dudas tienen muchas veces estas operaciones, su naturalización resulta problemática en ausencia de un proyecto político enmarcador. En caso contrario, estos procesos amenazan con licuar nuestras demandas para volverlas digeribles al paladar neoliberal, llevándonos a enunciarlas en términos de derechos de propiedad y libertad individual. Se impide así la comprensión interseccional del entramado de violencias que nos atraviesa, pero también –y urge hacernos cargo- nos constituye. En esa puja, las flores nativas nos convocan a habitar y habilitar discursos basados en el registro genuino de le otre, pensando en clave de libertades colectivas y resignificando la relación con nuestro entorno. Una apuesta profundamente disruptiva que sacude nuestras nociones occidentales de cuerpo, comunidad y territorio.
El feminismo hegemónico viene a ser desestabilizado por estas flores rebeldes, hartas del racismo y el antroprocentrismo que le es intrínseco. Se escucha en el hall del Ministerio: “nosotras (las mapuche) no somos feministas, somos antipatriarcales. El feminismo no tiene el monopolio de la lucha, que para ser antipatriarcal debe ser anticolonial. El feminismo sigue siendo antropocéntrico: para nosotras el sujeto protagónico es la tierra, no la humanidad”.
Mientras las herramientas de organización más clásicas parecen agotarse, emerge con fuerza ancestral una trama subterránea de autogestión y resistencia. Desde distintos rincones del territorio llegan mujeres indígenas para denunciar, incomodar y descentralizar, pero también para proponer otras formas de vida y coexistencia posibles, sembrando alternativa frente a la crisis social, climática y ambiental orquestada por el capital.
Las palabras no alcanzan sin compromiso de lucha y escucha. La comodidad de encontrar la victoria en un nombre debe alertarnos de los riesgos de una batalla meramente nominal, donde poner el cuerpo deviene accesorio y secundario, supeditado a las prioridades de una agenda electoral. Llegó la hora de dejarnos interpelar para preguntarnos: ¿qué significa y cómo nos atraviesa -política, material, corporal, epistemológica y afectivamente- tirar abajo las fronteras, no solo en nuestros discursos? ¿Qué potencias, incomodidades y desafíos emergen? ¿Cómo asumimos y elaboramos colectivamente las tensiones propias de la masividad y diversidad de nuestro movimiento? Y, finalmente, sincerarnos respecto a las implicancias profundas de apostar por la construcción de genuino feminismo plurinacional.