El lento devenir de la impotencia política

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El lento devenir de la impotencia política

20 Febrero 2025

El proceso que nos condujo hacia la impotencia política tiene hitos. Momentos clave desde donde se puede entender, con mayor claridad, la situación actual que a muchos ha tomado por sorpresa. El cineasta argentino César González estrenó recientemente una película documental titulada: “Ulysses plebeyo”, allí realiza un breve recuento de cada uno de estos acontecimientos.

El primero es la pandemia, que no significó una posibilidad de instalar reformas agresivas y estructurales al sistema económico vigente. Sino que consolidó la exclusión, la pobreza, y maximizó las tendencias al aislamiento y los padecimientos de salud mental presentes en la sociedad.

El segundo, la muerte del dios pagano de los pueblos pobres, Diego Armando Maradona, con el que parecía irse toda una época. El dolor era absoluto.

El otro evento significativo es el renunciamiento histórico y el rechazo al operativo clamor que Cristina Fernández de Kirchner llevó adelante en una Plaza de Mayo repleta, el 25 de mayo del 2023. Bajo una lluvia dramática solo parangonable a los sentimientos pulverizados de un pueblo que la proclamaba candidata, la líder asoció el pedido a la palabra “letanía” y continuó explicando las imposiciones judiciales de carácter inmodificables (según ella), que volvieron ese anhelo imposible. Quien haya asistido, recordará las expresiones de resignación y derrota presentes en todos los asistentes. Que se replegaron en silencio y ordenadamente hacia sus hogares.

Meses más tarde se produciría un evento que rompería el pacto de no violencia política inaugurado por la llegada de la democracia. El intento fallido de asesinato a Cristina, llevado adelante por una banda de falsos vendedores de copos de nieve, con vínculos con la familia Caputo, y sectores radicalizados del movimiento libertario, y el fallido paro general que la cúpula de la CGT de aquel entonces no logró convocar, terminaron por sellar la impotencia que se percibía en el humor social de la militancia. Tanto como el feriado decretado al día siguiente por el entonces presidente, Alberto Fernández, que se leyó como un intento de descomprimir el posible resurgimiento de la pasión política despertada luego de que una de las máximas dirigentes populares de Argentina haya sufrido un intento de magnicidio. Las nulas medidas de Alberto, el paro que no convocó CGT y la incapacidad de producir una respuesta eficaz de parte de la militancia frente a tamaño hecho, echaron por tierra toda la mística construida los últimos 20 años.

La épica militante caía en la cuenta de que, frente al poder real, en última instancia, es o deberá ser impotente. O lo es por elección propia, o lo será por definición política de la súper estructura. Una súper estructura atrapada en un discurso democrático liberal, incapaz de asimilar una hipótesis de conflicto social entre intereses que nos lleve a posibles derramamientos de sangre. Anclada en la supremacía de lo cultural, perdida de vista de la centralidad de la economía y de los costos políticos de administrarla políticamente en favor de los más postergados, aquella dirigencia se vio totalmente sorprendida e incapacitada no solo para pensar el acontecimiento como posible o probable, sino para salir rápidamente de la anomia depresiva en la que sumergió al campo nacional y popular la batería de acontecimientos. Se producía la caída en una durísima verdad histórica: renunciar a la violencia política no implica que el enemigo no la ejerza.

El único acontecimiento de masas, de carácter popular que pudo revestir de alegría y candor a nuestro pueblo, fue el Mundial de Futbol de Qatar 2022.

Mientras en Argentina sucedía todo esto, en el mundo permanecía la pandemia. Estallaba la guerra en Ucrania. Los seguidores de Trump tomaban el Capitolio. Un grupo de Neo-Nazis fue sorprendido conspirando para instalar, por la vía de la violencia, un nuevo Tercer Reich (fallido) en Alemania, y en el resto de Europa se producía un ascenso de partidos neo-reaccionarios que, en algunos casos, sostenían algunas ideas nacionalistas. Se desarrollaban importantes avances en el campo de la Inteligencia Artificial y la reforma laboral de facto que posibilitó el capitalismo de aplicaciones encontraba campo fértil en las medidas de aislamiento social para crecer.

En este marco adquirieron popularidad las teorías conspiranoicas corporizadas socialmente, por ejemplo, por el movimiento anti vacunas, y los discursos que hablaban de supuestas “elites” mundiales a las cuales era necesario acabar. Comenzaba a producirse un giro complejo en la narrativa contemporánea.

El filósofo de Bolonia, Franco Bifo Berardi, afirmó en su libro “El Tercer Inconsciente”, que toda esta trama discursiva y el impacto de la pandemia y de las tecnologías del yo pueden ser tan graves como para pensar que una mutación tecnológico cognitiva está en curso, y que su posible escenario final sea el autismo social. Una hipótesis, un tanto problemática, pero que, al menos a mí, me sirvió para impulsar mi reflexión. Aún no me fue posible verificarla, pero como pauta de alarma para llamar al pensamiento, resultó conmovedora.

La banda de rock que mejor supo capturar este imaginario son los Viagra Boys, en su disco Cave Word. Ilustran perfectamente el horizonte de época altamente confuso que vivimos.

Por su parte, el ex vice-presidente Boliviano, Álvaro García Linera, en este clima, sostuvo una hipótesis más que interesante sobre la organización político económica mundial que da lugar a una explicación posible de los fenómenos políticos que experimentamos.

Proteccionismo-neoliberal, anarquismo-capitalista, partido único de libre mercado… pensados rápido, uno puede creer que se encuentra frente a la figura del oxímoron (dos proposiciones contradictorias, puestas en relación, cuando en realidad no la tienen).

Esta es parte de la tesis de Linera, que presupone una época liminal, a medio camino entre algo que está muriendo y otra cosa que no termina de nacer, en la que aparecen estos híbridos monstruosos propios de todo cambio de ciclo de acumulación y dominación por otro nuevo. De allí desprendió el planteo de que la estabilidad y los ciclos largos de la política latinoamericana no podrán volver en tanto y en cuanto no se resuelvan las contradicciones del capital internacional.

El reciente acuerdo de paz entre Rusia y Estados Unidos, firmado a espaldas de Ucrania y la Unión Europea, tal vez pueda augurar algún nuevo tipo de orden mundial, con una tripolaridad marcada. Pero, mientras tanto, en el ocaso de un imperio (el estadounidense), diversas corrientes ideológicas que han sido marginales (situadas a la derecha del neo-liberalismo), han tenido mucha difusión en uno de los polos de producción de tecnología e ideas que está discutiendo (activamente) su porción del poder mundial desde norteamérica, me refiero a Silicon Valley.

Antes construido como un espacio de progresistas tecnológicos que consumían LSD, fumaban marihuana y estaban a favor de los derechos individuales mientras desarrollaban tecnologías cool, hoy han encontrado vínculo con los teóricos más radicales del liberalismo, y se han empapado de variantes filosóficas del post-humanismo y el trans-humanismo. Milei fue un desprendimiento, mal logrado, de este devenir teórico y económico que el mundo encuentra, en una etapa en que el neo-liberalismo fue rechazado de plano en América Latina y no encontró formas muy atractivas de volverse nuevamente hegemónico, hasta hoy. El abandono de la agenda económica del progresismo local, y la dificultad para poder conquistar demandas sociales de segunda generación, han producido crisis, descreimiento en las fuerzas que supieron tener la iniciativa política en las primeras décadas de los años 2000 y también, el surgimiento de corrientes que sí tienen para ofrecer una promesa de futuro.

Frente a esto, se volvió vital poder reencontrar a las propuestas nacionalistas populares con horizontes de futuro y desarrollo que resultaran interesantes para la sociedad. La relación entre socialismo y escasez fundada por la propaganda enemiga anti-venezuela y anti-cuba, pero también por las dificultades económicas de los socialismos realmente existentes, crearon una certeza social alrededor de que la única promesa de futuro posible pertenece al neo-liberalismo.

Es en esa extraña mezcla híbrida entre ideología reaccionaria, economía ultra liberealizada, utopía tecnológica y política conservadora, donde la izquierda y los nacionalismos populares han tropezado con el significante “fascismo” para explicar, de manera errónea, lo que ocurre (el fascismo, explicado velozmente, es un modelo económico industrial de desarrollo caracterizado por un plan sistemático de exterminio de un sector de la sociedad y un claro corte autoritario en lo político y lo cultural). En realidad, se trata de lo que el filósofo británico Nick Land denominó: “Neo-reacción”.

Mientras esto sucedía, un procedimiento ideológico del bando contrario al de la neo-reacción, hacía su aparición pública. De la mano de quienes querían decir la última novedad alrededor de “lo nuevo”, comenzaban a construirse narrativas de la impotencia. Un cierto nivel de cinismo se colaba en lecturas, diagnósticos y maneras de entender el presente donde el enemigo es ubicuo y absoluto. Omnisciente e implacable, tanto como intocable.

Ideas que presentan al crimen como algo perfecto o que nos pretenden hacer creer que ninguna bala puede perforar al enemigo. Ideas que buscan decirnos que todas nuestras armas son viejas, o que casi no hay nada que pueda hacerse frente al poder. Ideas que ponen el acento en que hay que "escuchar lo nuevo que dicen los jóvenes de derecha".

Pensamientos que nos mueven hacia un diagnóstico y una denuncia que terminan en una absoluta certeza de impotencia, maravillaban a propios y no tanto, provocando casi una identificación por medio de la fascinación con el contrario, conduciendo así, a muchos, a la inacción.

No se trataba de propuestas militantes, sino de una versión contemporánea de un posmodernismo reciclado que desconocía los flujos de la historia, las fuerzas que chocan en ella, una ideología que avanzaba negando la realidad o acusando a la gente de ser idiota, o que veía al futuro como un horizonte cerrado, incapaz de proveer ninguna alternativa, por no corresponderse con ideas adquiridas en el pasado. Un discurso sumamente problemático y perjudicial, al que tuvimos (y tenemos) que combatir para derrotarlo porque, además, es anti político y nos puede condenar a la contemplación sufriente y resignada que mantiene una víctima impotente frente a un crimen perfecto.

El retorno del anarco primitivismo liberal

Entre el 11 y el 12 de noviembre del 2023, asistí a la Feria del Libro Punk, allí tomé contacto directo con publicaciones de anarco-primitivismo (una corriente ideológica opuesta, pero análoga por izquierda, al anarco capitalismo). Unaboomber, pseudónimo de Theodore Kaczynski, es su teórico más destacado. Practicante del terrorismo personal, y autor del manifiesto “La sociedad industrial y su futuro”, me mostró el grado de descomposición ideológica al que también había llegado el pensamiento de izquierda en la actualidad. Me pareció significativo, con un alto carácter ilustrativo, para pensar la época. La propuesta de denuncia de Unabomber, conocido por entregar cartas bomba y asesinar a varias personas con este método, está muy ligadas a cuestionar el desarrollo industrial y a defender la vuelta al bosque del ser humano, tanto como la renuncia a todo tipo de tecnología. Una mezcla de lobo solitario con teórico anarquista maravillado con la sociedad primitiva, adquiría un estatus de héroe de izquierda, mucho antes de que apareciera el asesino de millonarios, Luigi Mangione. Por derecha y por izquierda, el anarquismo volvía a ocupar un rol significativo en la escena del pensamiento político (lo que no ocurría desde aquellas celebres polémicas entre Marx y Bakunin o Proudhon).

Mientras los cuerpos contemporáneos estaban exhaustos, repletos de ansiedades y pánicos pos-pandémicos, la batalla ideológica se continuaba dando en el terreno cognitivo, configurando modelos de conducta juveniles que situaban a la prostitución vip (OnlyFans), el imaginario del sicariato o la mafia (el ascenso de una brutal identificación juvenil con la lírica del RKT, el Hip Hop o el Reggaetón), o la promesa de la fama ilimitada y la fortuna automática repletas de mortíferos automatismos de repetición gozosos (las apuestas on-line y el trading), cuando no el imperativo categórico contemporáneo por antonomasia: “Sé tu propio jefe”, que en realidad significa: “Sé capaz de esclavizarte a ti mismo, haciéndole ganar fortunas a los creadores de una aplicación, mientras consolidas la falsa idea de la libertad de mercado como la única libertad posible”, en los objetivos aspiracionales de las nuevas generaciones.

La tensión no resuelta entre el autonomismo de finales de los años 90 y principios de los 2000 y el populismo de izquierda, alrededor del Estado, se expresaba en alguna medida en todas estas discusiones, productos de una crisis epocal del horizonte de una estrategia de transformación social efectiva que pueda ser pensada y defendida como posible. En vistas de nuevas apariciones de época de fenómenos emancipatorios en África, podemos pensar que en los futuros próximos posibles, no estarán saldadas dichas discusiones, sin revisar de manera creativa el nacionalismo popular. Lo abigarrado y rizomático no se organiza y adquiere potencia transformadora si no es de manera arborescente, corporizando una potente voluntad del poder, y, al mismo tiempo, el Estado, sin una correcta teoría de la violencia, y una administración económica responsable, no puede ofrecer más que ciclos de bonanza de, cuanto mucho, 15 años.

El populismo de izquierda, el nacionalismo popular, o las izquierdas latinoamericanas deberán aprender a dialogar con los hijos que engendraron: sectores sociales en ascenso que comienzan a reclamar demandas nuevas.