La Organización Negra: colgados del obelisco
Por Mariano Nieva
La Organización Negra (LON) fue un grupo de teatro que se situó desde sus comienzos en 1984 en los márgenes de la cultura oficial. Desde allí construyeron por medio de intervenciones callejeras y performances, que ellos llamaron ejercicios, una nueva forma de mostrar lo que estaba pasando.
Al comienzo, no sabían muy bien qué era lo que iban a hacer ni cómo, sólo había que dejarse llevar por la propia energía que salía del grupo para ir descubriendo los pasos a seguir. Inspirados por La Fura del Baus y Tadeusz Kantor crearon un propio lenguaje inventando palabras y conceptos como por ejemplo “envoltura carnal” o “modelo vivo” para referirse al cuerpo.
La democracia había retornado a nuestro país luego del terror de la dictadura, pero ellos advertían que aunque los tiempos habían cambiado, quedaba mucho por resolver y por lo cual estar atentos.
En medio de toda esa ebullición que generaba la llamada primavera democrática del alfonsinismo, los comienzos de La Organización Negra se dieron en el seno de una agrupación estudiantil que pertenecía a la Escuela Municipal de Arte Dramático ubicada en la coqueta esquina que forman las calles French y Aráoz del barrio porteño de Palermo. Allí, un grupo de jóvenes participaron de las elecciones que habían organizado los estudiantes para elegir a sus representantes ante las autoridades del colegio, con una lista denominada “La Negra”. El nombre, pensado con ironía y sarcasmo, remitía inevitablemente a las listas que hasta hacía poco tiempo confeccionaban los militares para perseguir a quienes consideraba opositores/as al gobierno de facto y que incluía desde la prohibición y el exilio, hasta la detención, la desaparición y el asesinato. A su vez, La Negra en su plataforma electoral que tenía el formato de un fanzine tan característico de la época, proponía críticamente tomar distancia de las otras listas, que tenían su deriva en las organizaciones tradicionales como la Juventud Peronista, Franja Morada y Partido Obrero, entre otras. La idea era crear nuevas formas de hacer política.
Manuel Hermelo, uno de sus miembros fundadores, recuerda: “Con La Negra comenzamos en 1984, con el retorno de la democracia que nosotros la vivíamos y la pensábamos como un concepto ‘de intemperie’. Como algo todavía vacío, porque con el grupo no sabíamos bien en verdad qué traía esa nueva experiencia que nos alcanzaba. No entendíamos muy bien lo que la política tenía para ofrecer en esta nueva etapa. Por eso digo que nuestros primeros pasos como grupo fueron a tientas”.
La Organización Negra en su primera etapa supo tomar las calles por asalto con intervenciones artísticas potentes, fulminantes y a plena luz del día. Como queriendo reconquistar el espacio vital perdido en la larga noche de la dictadura. La ciudad se transformaba en un gran escenario alternativo para las performances oscuras, intensas y violentas que la grupación arrojaba a una sociedad todavía afectada por el terror residual del pesado reciente.
“Nosotros empezamos con los trabajos en la calle porque considerábamos que era el lugar apropiado. Nos gustaba utilizar la palabra ‘ejercicios’ para lo que hacíamos porque nuestros actos eran algo no definido ni acabado y con una gran sensación de libertad. Con el grupo, por ejemplo, bajábamos disfrazados de médicos de una ambulancia y entrábamos corriendo a una galería céntrica con un chancho. Y la gente que pasaba por el lugar veía esa escena y no entendía nada. O hacíamos un simulacro de fusilamientos en alguna esquina céntrica de la ciudad donde nos mezclábamos con las personas que cruzaban en el semáforo y al sonar un silbato nos quedábamos congelados. Después, se escuchaba la descarga de una ametralladora, caíamos al suelo y ante una nueva señal nos levantábamos para que finalmente todo siguiera como si nada. Estas eran pequeñas intervenciones que buscaban desarreglar el mundo por un segundo. Poder pararlo un instante”, completa Hermelo.
La Tirolesa Obelisco
Las noches del 22 y 23 de diciembre de 1989 La Organización Negra tocó literalmente el cielo con las manos con una impactante propuesta que incluyó coreografías sobre las paredes laterales del Obelisco, enormes estructuras tubulares, cortinas de agua y un grupo de actores desafiando las leyes de gravedad. Todo seguido de cerca por una multitud que, entre las dos jornadas se calculó en unas 30 mil personas, que pudieron asistir a una alucinante experiencia en las alturas.
Los recuerdos de aquella acción en el monumento símbolo de los porteños vuelven a Manuel: “La Tirolesa la hicimos luego de estar actuando dos años en Cemento con el espectáculo que llamamos UORC y de la invitación que nos hicieron desde el Centro Cultural Recoleta para participar del evento Nuevas Tendencias 2. Recuerdo que cuando llegamos al lugar, luego de atravesar la Plaza Francia, nos encontramos en la parte de adelante con el Patio de los Tilos, un espacio bastante grande en donde terminamos ideando por primera vez un acto con técnicas de andinismo que incluían el uso de arneses ergonómicos y donde también tuvimos que trabajar mucho en la parte física por la exigencia misma de estos ejercicios. Y así fue que conversado con Pichón Baldinu, con quien fuimos atravesando todas las distintas etapas del grupo, se nos ocurrió pensar en el Obelisco”.
Para este nuevo desafío, que pensado o no por la compañía, fue como llegar al cenit de su corta pero intensa trayectoria, sumaron a la producción a Liliana Ginitman, quien fue la encargada de conseguir los permisos municipales para poder actuar en el Obelisco. La Tirolesa se repitió en la ciudad de San Pablo, Brasil y en el DF de México.
“Nuestro teatro, como el de otros grupos de la época, no se hacía en las salas tradicionales sino que se llevaban a cabo en lugares como Cemento y El Parakultural, donde la gente se reunía por la noches. De esta manera, pudimos entender el espacio escénico de otra manera y es lo que finalmente nos va a llevar al Obelisco”, reflexiona Hermelo.
Un tal Alberto Fernández
Para lograr los permisos correspondientes y poder actuar en el Obelisco, la producción de La Organización Negra encabezada por Ginitman tuvo que reunirse varias veces con funcionarios del gobierno porteño cuya figura central en aquellos años era el justicialista Carlos Grosso. Luego de varios encuentros en la Superintendencia de Seguros de la Municipalidad, el funcionario a cargo del organismo que otorgó las habilitaciones para montar La Tirolesa, en diciembre de 1989, era un tal Alberto Fernández, que 30 años después llegaría a ser Presidente de la nación.