Adiós, Amadeo: la leyenda cercana
Por Santiago Asorey
En el medio de la vorágine desatada por la cuarentena contra el Coronavirus, me entero de la muerte de Amadeo Carrizo: de golpe, la tristeza invade toda la mañana. Tenía 93 años y estaba internado en la clínica Zabala, en el barrio de Belgrano. No muy lejos de su casa, el estadio de River: el arco que defendió más de veinte años, entre 1944 y 1968.
Un domingo de sol, hace unas pocas semanas, tomé un taxi para ir a la cancha. El taxista, a mitad del viaje, me contó que era hincha de River y me mostró una foto vieja de Carrizo con la mítica remera celeste que tenía en la década del sesenta: el mejor arquero del siglo XX, con su boina y la firma inconfundible.
El taxista me contó que había conseguido la dirección de la casa de Amadeo y lo fue a visitar. No solo lo recibió: le firmó una foto y lo invitó a pasar para charlar un rato.
Amadeo es una leyenda. Pero una leyenda extraña por lo familiar, por la cercanía que despertaba con los hinchas de River que no habían sido contemporáneos a sus días de jugador. Era una leyenda que se sentía a mano. No vivía en el extraño mundo de los dioses a los cuales nosotros los humanos no podemos acceder. Era una leyenda que uno podía tocar y abrazar, simplemente yendo a su casa.
Crecí como un hincha de River aficionado a la historia y la estadística del club. Desde hace mucho, voy por lo menos dos veces por año al museo. La huella de Amadeo en la historia riverplatense es profunda. Pero el hecho de que él -con noventa años de edad- pudiera testimoniar sobre ella, lo hacía distinto.
Sí, Amadeo fue elegido como el mejor arquero Sudamericano del Siglo XX según la IFFHS (Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol). Sí, fue distinguido como uno de los mejores arqueros de la historia del fútbol mundial y fue uno de los primeros arqueros en usar guantes de forma sistemática y salir jugando con un juego de pie poco común para esa época para un arquero. Jugó en la Máquina de la década del ‘40: uno de los mejores equipos de la historia del fútbol universal.
Fue todo eso, pero yo no lo vi jugar. Nací en 1988. Mi amor por Amadeo es mucho más cercano. Cuando descendimos, en 2011, recuerdo que un hincha de River de unos 20 años llegó a la puerta de su casa. Tocó la puerta y se abrazaron. Amadeo también lloró. Recuerdo cómo lo contó, emocionado, en una entrevista. Pero sobrevivió (como todos los y las hinchas de River) y tuvo la posibilidad de ver la resurrección, de disfrutar con River campeón de América dos veces más, con la final soñada en Madrid. Así estaba escrito que tenía que ser.
Pero creo que hay un último motivo secreto en esta tristeza de hoy. Mi madrina, Inés, falleció hace dos años y fue la persona más amé en esta vida. Con ella pasé prácticamente toda mi infancia. Inés había nacido en la década del ‘40. Su ídolo fue Carrizo y la recuerdo contar que cuando ella tenía siete años, de todas las figuritas, la de Amadeo era la que más quería y la más difícil de conseguir.