Trabajadores/as informales: ¿Quién los/as cuida?, por Enrique Martínez
Por Enrique Martínez | Instituto para la Producción Popular
Una pandemia como la que está transcurriendo es más que un tsunami, al que imaginamos como un siniestro natural que pasa, destruye y se va, abriendo luego la etapa de recuperación.
Según han concluido los gobiernos mejor aplicados, entre los que está el nuestro, el protocolo mejor aplicable es reducir todo lo posible el contacto entre personas. Detener la vida en comunidad todo lo que sea posible y compatible con la subsistencia más elemental.
Allí aparece el terrible nudo en que el capitalismo nos sumerge. Por un lado, tenemos que aguantar en nuestras cuevas modernas. Por el otro, se mantienen todas las reglas económicas del sistema y para abastecernos de alimentos, de medicamentos y cualquier otro insumo, incluso los servicios públicos, debemos tener dinero.
¿De dónde sale el dinero?
Para quienes tienen trabajo en relación de dependencia, el gobierno puede establecer la continuidad del ingreso, a pesar de que no trabajemos y encontrar el modo de compensar al empleador, si es necesario. Concatenado con eso, el sistema jubilatorio tiene continuidad.
Para los excluidos de un sistema inequitativo y concentrado, como el que ha generado este capitalismo incapaz de contener a todos los ciudadanos, la movilización social y el reclamo de varias décadas ha llevado a construir precarios paraguas de contención, que siguen funcionando durante la pandemia. La AUH, el salario social complementario, la reciente tarjeta alimentar, sumados a los elementos propios de la base social, como los comedores comunitarios, son objeto de especial atención, para asegurar que la vida siga como antes. Tan pobre como antes, pero sin riesgos incrementales, si este concepto se puede admitir.
Los mencionados son los dos grandes grupos sociales de los que se ocupan normalmente las políticas económicas y laborales. Resulta apabullante advertir en escenarios como el actual que casi el 40% de la población económicamente activa, ni está en relación de dependencia ni está bajo el paraguas de la asistencia social.
Tan invisibles están esos compatriotas que cuando se intenta caracterizarlos, se dice que son los que hacen changas y trabajan por su cuenta con ingresos ocasionales. Definición vaga e imprecisa por demás.
En realidad, son aquellos que no forman parte de un colectivo laboral público o privado o que no están contenidos en un colectivo social asistido, sino que se integran al sistema económico brindando prestaciones regulares u ocasionales que toman mil formas diversas, encuadrables en un término tan genérico como “servicios personales y comerciales”. Es tan amplio este universo laboral y tiene encadenamientos tan complejos con el resto del sistema, que – reitero – resulta sorprendente que no haya sido objeto de estudios sistemáticos en el plano de los sucesivos gobiernos, para construir las políticas específicas que sean posibles.
¿Qué tienen en común los fleteros, plomeros, pedicuros, fotógrafos, taxistas, trabajadores de limpieza, agentes de turismo, herrerías, pizzerías? Podría agregar centenas de referencias. Que su ingreso cotidiano hoy depende que la economía capitalista funcione.
Si la pandemia nos lleva a la cueva doméstica, todos esos compatriotas no tienen quien los contenga. Pocos de ellos son trabajadores ocasionales en changas. La mayoría son personas que seguramente hace unas semanas trabajaban en horarios regulares, muchos de ellos más de 40 horas por semana, brindando servicios al conjunto comunitario, que se evaporan cuando detenemos la película. Queda en evidencia un dilema dramático, que a primera mirada no tiene solución.
Si la vida continúa, se enferma mucha más gente. Si no lo hace, millones se quedan sin ingreso alguno.
El capitalismo neoliberal por supuesto no resuelve esto. Un Estado presente, como el actual, si se remite a las estructuras conocidas y estudiadas y a los mecanismos disponibles, tampoco lo resuelve.
Corresponden acciones de emergencia y, sobre todo, corresponde dejar atrás todo vestigio de capitalismo salvaje, en que los sindicatos son la única línea de defensa de derechos. La democracia económica requiere de miradas más abarcativas y a la vez más participativas, que no dejen a nadie afuera, pero tampoco lo subordinen a la perspectiva del comedor comunitario como opción de subsistencia límite.
Ejemplos de acciones
En la emergencia, el gobierno puede tomar como referencia la facturación promedio de monotributistas de servicios personales de los últimos 6 meses y otorgar un subsidio de 1 mes, reintegrable en valor nominal en cuotas a partir de los 2 años.
También puede tomar ese criterio como base para replicarlo en todas las otras actividades de trabajadores independientes que queden afectadas de modo análogo a las de los monotributistas.
Estructuralmente, el gobierno debe pasar a asumir de manera activa e intelectualmente agresiva la existencia de esta realidad laboral. No solo para reglamentar su funcionamiento. Ni siquiera esto debe ser el objetivo central.
El objetivo, en cambio, debe ser construir espacios económicos de contención mutua de los trabajadores independientes. Las cooperativas y las mutuales deben ser especialmente promovidas.
No solo eso. Abriendo ese enorme y complejo espacio, debe identificarse las situaciones de explotación que hasta ahora nadie evita.
Los peones de taxi que salen de su casa debiendo el alquiler del auto del día, deben ser una figura que desaparezca a través de dar acceso a esos compatriotas a la propiedad de su herramienta de trabajo.
Ni qué decir de los trabajadores golondrina, los encargados de delivery, las empleadas domésticas, las cuidadoras domiciliarias, tanto y tanto trabajador tercerizado en forma legal o disimulada.
Lo que no se ve, no se puede mirar ni cambiar.
La pandemia lo deja groseramente en evidencia. Pero después debemos volver a andar, y aquí también para ser mejores.
Enrique M. Martínez