Holograma Marciano

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Holograma Marciano

05 Abril 2020

Por Ramiro Gallardo

 

Dedicado al terrorífico Dr. Adú

 

Cuando la nave aterrizó en la plataforma del Instituto de Astronomía, sus ocupantes fueron recibidos como héroes. No era para menos: Františka Bereznoj, Wú Sān zì jīng y Marcelo Carvalho habían hecho contacto con marcianos. Los acompañaba uno.

La Tierra era una fiesta, la conmoción y la expectativa, inéditas. El marciano, de nombre Yggdrasil, era de aspecto prácticamente igual a nosotros. Apenas se diferenciaba por el color de una piel sutilmente volcada hacia el violeta. Por lo demás, se parecía en todo a un oriundo de las tierras del norte. Inclusive su idioma se asemejaba a ciertos dialectos de la zona, por el lado de oriente.

La noticia, sin embargo, era mucho más fascinante -y perturbadora al mismo tiempo- que la del mero descubrimiento y contacto con los hasta ahora desconocidos habitantes del planeta rojo. Lo llamativo, lo increíble, lo imposible era que Marte estaba completamente poblado. Los marcianos habitaban en pequeños pueblos o en ciudades enormes, y poseían una cultura, un arte y una ciencia mucho más evolucionada que la nuestra: nos llevaban varios miles de años de ventaja. Lo que no cerraba, lo que había deslumbrado y atormentado a la humanidad era la respuesta a la pregunta: ¿cómo no los habíamos visto antes?

Miles de años observando el cielo y unos cuantos cientos estudiando especialmente a Marte. ¿Cómo era posible que, con toda la tecnología disponible, observatorios astronómicos, estaciones espaciales y satélites, no habíamos logrado divisar más que montañas y polvo rojo? Lentes ultravioleta, inflarrojos y submilimétricos, mediciones radioeléctricas, exploradores robóticos… no habían detectado nada. El planeta vecino rebosaba, además, de campos fértiles, bosques, ríos, lagos y mares invisibles a nuestros ojos.

La respuesta era simple y contundente: nos lo habían ocultado. Pero no las propias autoridades de la Tierra, los gobernantes, los servicios de inteligencia. Quienes habían disimulado detrás de un inimaginable holograma la evidencia de una civilización milenaria habían sido los propios marcianos, escondidos a nuestra mirada pero observándonos siempre, no con demasiada atención aunque manteniendo a lo largo de miles de años cierto grado de interés. Los tres astronautas habían descubierto con asombro, apenas habían ingresado en el espacio aéreo de Marte, que lo que aparecía era un mundo totalmente diferente al que esperaban. Parte de la superficie de la atmósfera (el sector que podía ser observado desde la Tierra en función de la rotación de ambos planetas) era una especie de campo magnético en cuatro dimensiones (la cuarta era la que posibilitaba la doble curvatura) que proyectaba imágenes de paisajes desérticos, volcanes gigantes, valles profundos y ventosos: topografías inventadas con datos como para despertar un interés mínimo e inevitable que, de otra forma, hubiera sido enorme. Cuando comenzamos a lanzar satélites exploradores se vieron obligados a instalar esta tecnología en diferentes puntos, hasta prácticamente cubrir la totalidad del planeta.

¿Por qué? ¿Para controlarnos, usarnos, para experimentar con nosotros? ¿O acaso para cuidarnos, especie de antiguos dioses benefactores de la raza humana? La respuesta difería mucho tanto de las teorías conspirativas como de las místicas o esotéricas. No se trataba ni de nuestra explotación ni de nuestro resguardo: se habían escondido para protegerse. Es que, hace miles  de años, habían sido víctimas de una epidemia, la más grande y universal de su historia, perdiendo prácticamente a un noventa por ciento de la población. De los sobrevivientes, algunos -quienes contaban con los recursos científicos y tecnológicos, valga decir: económicos- dejaron a su suerte a quienes todavía se mantenían con vida pero se contagiarían indefectiblemente del virus letal, extinguiéndose toda vida inteligente en el planeta. Así fue que llegaron a Marte, abandonando la Tierra el año 2020 de su era, escapando del COVID-19.