Aislamiento social Preventivo Obligatorio: ¿la excepción al estado de excepción?
Por Analía Zanatta | Especialista en psiquiatría, miembro de ADESAM (Asociación por los Derechos en Salud Mental)
El aislamiento social preventivo obligatorio (ASPO) es la respuesta que generan los gobiernos a la pandemia, por razones de salud pública y seguridad sanitaria; la norma común que rige para la mayoría de la población es permanecer en nuestros domicilios individuales o compartidos. Se suspenden eventos e iniciativas, tales como la educación presencial; y, entre otros servicios públicos, las visitas a museos, los viajes educativos, las actividades en oficinas públicas, el transporte.
Así, corremos el riesgo de que esta pandemia vuelva a ofrecer el pretexto ideal para la limitación de la libertad, aceptado en nombre de la seguridad sanitaria; seguridad que, en los contextos de encierro manicomial, podría perpetuarse la vulneración de derechos y continuar reproduciendo el círculo vicioso del control social que representan -de acuerdo con Goffman- las instituciones totales.
Otra cuestión para reflexionar hace referencia a que, la mayor parte de las comunicaciones, intercambios y continuidades de actividades de la vida cotidiana se dan “en línea”; intercambiamos mensajes, continuamente, por medio digitales. Las maquinas han sustituido el contacto -todo contagio- saciando la necesidad de “no estar solos”. Ahora bien, este aspecto -netamente tecnológico- no ha permeado los grandes neuropsiquiátricos que persisten en nuestro país. La hegemonía tecnológica deja afuera a aquellos a los que no llega, a aquellos que nunca son nombrados.
Esta contradicción que para muchos significa el ASPO, esta particular disciplina “necesaria”, que supone el cuidado fundamental para aquellos más expuestos. Entonces, ¿esa población marginada, con alimentación inadecuada, con falta de higiene, no informada de los riesgos y las medidas para evitarlos, con enfermedades crónicas además de la psíquica no está más expuesta por la cantidad y naturaleza misma de sus vulnerabilidades?. Esta población que reside aun hoy en estado de excepción en los hospitales psiquiátricos nos interpela, también, para encontrar los medios para aquellos que viven en salas compartidas entre muchos, para que puedan contar con un refugio seguro.
Dicen que la mejor forma de obedecer el aislamiento es el “no contacto”; y sabemos que en esta sociedad nunca hubo las camas, en un hospital, de acuerdo la distribución y cantidad necesarias. Ahora bien, si la gestión de la enfermedad es mayormente domiciliaria, ¿por qué no nos preparamos para eso?
¿Por qué no pensar que la pandemia nos lleve a un ejercicio de pensar la hospitalidad sin restricciones y, al mismo tiempo, que nos una la condición de ser humano, con las mismas condiciones y derechos que los demás?
Citando a Giorgio Agamben, teniendo como pretexto el resguardo de la vida, corremos el riesgo de que los dispositivos policiales implementados sean sedimentados y dificulten aún más las relaciones, la revinculación social de aquellos que se encuentran en estado de excepción.
No podemos olvidar que, en nuestro país, a pesar de los múltiples esfuerzos persiste un predominio del modelo manicomial y hospitalocéntrico que precisan alternativas comunitarias y eficaces, aun en tiempos de pandemia. Sabemos, pero no decimos, que esta población se encuentra en estado de invisibilidad y, de acuerdo a lo enunciado por Alfredo Moffat en referencia a la población que habita los hospitales psiquiátricos continúan siendo desaparecidos sociales.
¡Que el COVID 19 no sea el instrumento efectivo para borrar, minimizar, ocultar o poner entre paréntesis otros problemas sociales, políticos, sobre los cuales se venía interviniendo para sustituir los manicomios! Esos cuerpos, que han quedado allí, porque los sistemas de salud históricamente los han clasificado -bajo una lógica darwiniana- como parte de quienes no tienen lugar y por eso deben quedar confinados. Que la muerte no los encuentre entre muros y el aislamiento de las institucionales totales, obedeciendo siempre a las órdenes y no podamos respirar algo más que la enfermedad de la reclusión, la prohibición y la obediencia.