Sandra y Rubén: bandera de la lucha docente
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
El 2 de agosto del 2018 Sandra y Rubén llegan temprano, abren la puerta y sin saberlo se sacrifican, ponen sus cuerpos delante para que no mueran quienes vienen detrás: las alumnas, los alumnos, las compañeras y los compañeros docentes. Se los conoce por sus nombres, Sandra y Rubén, simples héroes asociados en la tragedia. No se inmolaron. No buscaban protagonismo, sólo eran luchadores en la vida cotidiana. ¿Y cuáles eran sus luchas? La de sostener cada día, con tremendo esfuerzo, la docencia y la educación pública en condiciones sumamente adversas.
Sandra y Rubén ejercían la tarea docente en un conurbano degradado, perversamente rodeado por barrios cerrados y colegios privados bilingües para pocos, mientras la mayoría de las pibas y de los pibes terminan “cayendo” en escuelas derruidas, como la 49 de Moreno, a comer, a buscar afecto y algún que otro consejo, y de paso aprenden esas cosas que se califican en boletines que pronto se olvidan. Pero lo que no se olvida es el amor y la entrega, y el desayuno calentito en el estómago desabrigado. Sandra y Rubén, vicedirectora y auxiliar, llegan temprano para constatar si están dadas las condiciones para impartir las clases y, de ser posible, seguir remándola, porque detrás vienen las pibas y los pibes que necesitan aprender, y también necesitan el mate cocido y las galletitas. Pero son Sandra y Rubén quienes se desayunan con la explosión que pone fin a sus vidas. Un gasista, el día anterior, había hecho su trabajo mal, y si bien es responsable, resultó la última ficha visible del efecto dominó malévolo que encubre a otros responsables ocultos detrás del poder que dan los cargos políticos. “Desperfecto en la conexión de gas”, sentenciaron algunos medios. Pero no, la falla en la conexión es anterior, producto de la desidia de las políticas que ponen el foco en los números y no en las vidas y que permiten que todo explote, la escuela, las trabajadoras y los trabajadores, las alumnas y los alumnos. Sandra y Rubén, hermanados en la tragedia, nos enseñaron, lamentablemente con sus muertes, lo vulnerables que somos los seres humanos, pero mucho más cuando se vive y se trabaja en zonas desamparadas, con infraestructuras atadas con alambres, con un sistemas de salud colapsado y con una educación pública abandonada y entendida como gasto y no como inversión.
La escuela no es sólo el lugar para estudiar y adquirir herramientas para valerse en el futuro, sino también la que acompaña en la consolidación de una identidad singular y de una conciencia social ¿Qué será entonces de esas niñas y de esos niños testigos de la tragedia? En su mayoría descendientes de las entrañas mismas de los barrios más castigados del conurbano, víctimas de tantas injusticias y que ese 2 de agosto sumaron una enorme dolencia cuando se confrontaron con su escuela estallada y sus docentes muertos. ¿Cómo fortalecer a las familias de Sandra y de Rubén? ¿Cómo ayudar a toda esa comunidad educativa desgarrada? La única respuesta que se me ocurre es llevando la bandera de Sandra y Rubén como ícono de una docencia en lucha permanente por la defensa de la dignidad y contra las desigualdades sociales causada por la vulneración de los derechos humanos.
Sandra y Rubén llegaron antes. Abrir la puerta significó cerrar sus vidas; el gas acumulado no los perdonó. Sandra y Rubén se sacrificaron, pero sin saberlo evitaron que muriesen quienes venían detrás, compañeras y compañeros, pero por sobre todo niñas y niños, el futuro por el que ellos tanto luchaban. Que sus memorias se salven, que sean los cimientos para edificar una educación para la vida y no para la supervivencia siempre al borde de la explosión.