Inmigración global: desalambrar las fortalezas terrestres
Por Sergio Ferrari, desde Suiza
4.679 millones de personas en el mundo, es decir el 60,98% de la población total, viven en países que han construido algún tipo de muro para protegerse. ¿El enemigo? Según los argumentos más usuales, la inmigración es el peor de todos. Pero también aparecen el terrorismo, el narcotráfico, el contrabando, las tensiones territoriales, entre otros
Paradoja histórica: a 31 años de la caída del Muro de Berlín, y 29 del derrumbe del apartheid sudafricano, las murallas geopolíticas se han multiplicado aceleradamente. Las mismas representan una fuente de suculentos beneficios para la industria armamentista, de la construcción y de la seguridad.
En la actualidad se contabilizan 63 muros a lo largo de fronteras o de territorios ocupados en todo el mundo. Se trata de un “Mundo amurallado… hacia el apartheid global”, como se titula un reciente estudio que cuatro organizaciones no gubernamentales publicaron en noviembre. “Las fronteras como el apartheid se construyen sobre ideologías racistas, niegan a grupos de personas los derechos básicos y perpetúan la violencia”, subrayan los co-autores del informe: el catalán Centre Delàs d’Estudis per la Pau; el Transnational Institute con sede en Amsterdam, Países Bajos; su compatriota Stop Wapenhandel (Stop Arms Trade) y la campaña internacional Stop the Wall.
Además de la oleada de construcción de muros físicos fronterizos durante las últimas décadas, muchos países han militarizado sus entornos mediante el despliegue de tropas, barcos, aviones y aviones no tripulados, así como vigilancia digital para patrullar por tierra, mar y aire. Si se contabilizaran todos los diferentes tipos de muros existentes, este tipo de barreras geopolíticas a lo largo y lo ancho del planeta podría llegar a centenares. Como consecuencia directa, para aquellas personas que huyen de la pobreza y la violencia, cada vez resulta más peligroso y mortal cruzar esas fronteras.
“La tendencia global de las políticas en materia de gestión fronteriza muestra que se está construyendo un mundo en el que se refuerza la segregación y la desigualdad. En este mundo amurallado, las mercancías y el capital no encontrarán restricciones y serán las personas las que se verán cada vez más excluidas por razones de clase y origen”, señaló Ainhoa Ruiz Benedicto, co-autora del informe e investigadora del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, al presentar el estudio.
Horror generalizado
Israel, con seis muros, encabeza la lista de países que más han construido. Le siguen Marruecos, Irán e India, con tres cada uno. Con dos, Sudáfrica, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Jordania, Turquía, Turkmenistán, Kazajistán, Hungría y Lituania. India ha erguido más de 6.540 kilómetros de barreras con los países vecinos, lo que significa que ha fortificado el 43,29% del total de su perímetro geográfico.
Por su parte, Marruecos construyó un muro de ocupación con el Sahara Occidental de 2.720 kilómetros de longitud, considerado como "la mayor barrera militar funcional del mundo”.
En el continente americano, la colosal obra arquitectónica que los Estados Unidos continúan construyendo a lo largo de su frontera sur para cercenar toda conexión física con México y Centroamérica, constituye el ejemplo típico de segregación.
El estudio de referencia recapitula y cuantifica estadísticas por continentes. Asia es la región con el mayor número de muros: un 56% del total. Seguida por Europa, con un 26%. África cuenta con un 16%. A América le pertenece el resto: el muro que los Estados Unidos están construyendo en su frontera con México.
Mucho más que muros de cemento
Además de las murallas físicas, continúa intensificándose la militarización marítima de los espacios fronterizos, así como la actividad de cuerpos de seguridad y el empleo de tecnologías de vigilancia y control.
El informe destaca dos casos ejemplares. Uno es Australia, que ha transformado al mar en una barrera militarizada, con amplio despliegue de sus Fuerzas Armadas y de Fronteras. A ello se suma un sistema de detención más allá de sus fronteras, objeto de críticas virulentas por parte de los organismos de derechos humanos, que lo consideran una grave violación.
El otro es México, que ha militarizado de forma significativa su territorio de separación con Guatemala mediante equipos y financiamiento hecho posible por el programa de los Estados Unidos conocido como “Frontera Sur”. A pesar de que no equivale a un muro físico en un sentido literal, la extensa estructura de seguridad construida en y alrededor de dicha zona tiene consecuencias similares para los refugiados y los migrantes: contribuye a inhibir su avance hacia el norte y los fuerza a tomar rutas clandestinas más peligrosas, sostiene el estudio.
La Oficina para Asuntos Latinoamericanos, en la ciudad de Washington (WOLA, por sus iniciales en inglés), define a la frontera sur de México como “el ‘muro’ antes del muro”, es decir, anterior a la muralla USA-México. Además, sostiene que esta valla militarizada no se concentra únicamente a lo largo de la propia frontera sino también en la intensiva militarización del territorio meridional de México con el pretexto de impedir que los migrantes se dirijan hacia el norte. Evidencia de esta militarización es la sistemática red de vigilancia a lo largo de las autopistas, así como un aumento de los controles de seguridad en los centros urbanos. Organizaciones aztecas subrayan que, con el pretexto del resguardo migratorio, dicha militarización procura controlar a los movimientos sociales y las organizaciones indígenas, así como a la población autóctona de estados como Oaxaca y Chiapas.
Una gran cementerio denominado Mediterráneo
Aunque este informe no hace referencia directa a la Agencia de Fronteras y Costas (conocida como Frontex), es conocida su la fuerte presencia de este organismo creado para resguardar las espaldas de Europa. Una de cuyas misiones consiste en controlar las aguas del Mediterráneo y retornar a los inmigrantes a sus respectivos países de origen.
Según el informe relacionado con el Nuevo Pacto de Migración y Asilo de septiembre del año en curso, la Comisión Europea reconoce que, en 2019, ocurrieron 142.000 cruces ilegales de fronteras.
Esta cifra ha sido ratificada por la misma Frontex en su informe exhaustivo de 120 páginas sobre sus actividades en 2019. Según los estados miembros de la Frontex, se llevaron a cabo 141.846 detecciones de cruces ilegales, lo cual representa una disminución del 4,9% con respecto a 2018 y una baja neta con respecto a 2015, año en que produjo un pico de refugiados que intentaron entrar a Europa. Ese año, la Unidad Europea contabilizó 1.800.000 detecciones. Para Frontex, el Mediterráneo es una de las áreas que exige mayor control.
Desde hace años, organizaciones de la sociedad civil europea especializadas en el tema –y en derechos humanos—han estado enfatizando que la política migratoria excluyente de Europa es responsable de miles de muertes de migrantes, especialmente africanos, que intentan llegar a las costas del sur del continente. Y critican el “muro migratorio” que, a partir de la militarización de las aguas, se ha erguido para impedir el tránsito humano.
La Organización Mundial de Migraciones (OIM) estima que, sólo entre 2014 y 2019, unos 20.000 inmigrantes han perecido en el mar al intentar llegar a las costas europeas. El periódico español La Vanguardia realizó, en octubre del año pasado, una encuesta en línea. Preguntaba: ¿La Unidad Europea gestiona bien la crisis de los refugiados y las pateras? 96,34% de las respuestas fueron negativas.
El gran negocio fortificado
Las ONG co-autoras del informe sostienen que este incremento acelerado de muros a nivel internacional es resultado de un “complejo industrial fronterizo”, en el cual participan empresas de construcción locales y organismos gubernamentales, como el ejército.
Adicionalmente, estas murallas se complementan por una gran gama de sistemas tecnológicos --como equipos de monitoreo, detección e identificación, vehículos, aviones y armas-- que las empresas militares y de seguridad proporcionan. También se utilizan sistemas autónomos y robóticos, como drones y torres inteligentes, físicamente integrados a muros y vallas o de que pueden ser operados a distancia.
La investigación conduce a grandes empresas armamentistas como Airbus, Thales, Leonardo, Lockheed Martin, General Dynamics, Northrop Grumman y L3 Technologies como las principales ganadoras de contratos relacionados con la construcción de muros fronterizos y vallas en Europa y Estados Unidos. Otras, como Elbit, Indra, Dat-Con, CSRA, Leidos y Raytheon, también son parte activa de este “mercado global de muros y vallas”.
También destaca el rol de las empresas israelíes, como Elbit y Magal Security, entre otras, que exportan servicios a nivel internacional al vender su experiencia “probada sobre el terreno” en la construcción de la extensa infraestructura de muros que ese país ha desarrollado para controlar los territorios ocupados.
Unos cuantos ejemplos ayudan a dimensionar la importancia ascendente, a nivel mundial, de esta nueva empresa de construcción de muros. “Informes recientes de investigación de mercado prevén un crecimiento anual del mercado global de seguridad fronteriza de entre 7,2% y 8,6% [llegando a] un total de entre 65-68 mil millones de dólares en 2025 (Global Reports Store, 2019). Europa se destaca por un índice de crecimiento anual previsto de 15%”, según el informe de las cuatro ONG europeas.
“Mundo amurallado. Hacia el apartheid global”, también destaca que, detrás del aumento de los muros y la industria específica que acompaña a los mismos, “se esconde una narrativa poderosa y manipuladora que se ha vuelto hegemónica”. La misma sostiene que los migrantes, en particular, “son una amenaza para el modo de vida de algunos países en vez de víctimas de políticas económicas y políticas perpetuadas y promovidas por los países más ricos para obligar a las personas a abandonar sus hogares”.
Esta narrativa utiliza el lenguaje del miedo para persuadir a las personas a que apoyen soluciones basadas en la seguridad. La narrativa del miedo y la seguridad es claramente seductora. Sin embargo, los cambios en la opinión pública, particularmente como resultado del cuestionamiento exitoso de parte de los movimientos sociales, tienen el potencial suficiente como para socavar incluso los sistemas de opresión más fuertes.
Los muros que nos dividen parecen permanentes, pero la educación y la acción política pueden derribarlos. “Es hora de una nueva ola de movilización, contra el mundo amurallado que solamente sirve a una pequeña élite y traiciona las esperanzas de la gran mayoría de la humanidad que quiere vivir con dignidad y justicia”, concluye el estudio.