La lucha de Puerto Rico por no ser una colonia norteamericana
Por Julio A. Muriente Pérez | Catedrático de la Universidad de Puerto Rico
El pasado 3 de noviembre se celebraron elecciones generales en Puerto Rico. Participó el cincuenta y dos por ciento del electorado inscrito. El candidato electo como gobernador, Pedro Pierluisi, del anexionista Partido Nuevo Progresista (PNP), obtuvo sólo el 33 por ciento de los votos, equivalente al 17 por ciento de los inscritos.
Simultáneamente se llevó a cabo una consulta, impuesta por el sector anexionista que controla la administración colonial. En la misma, orientada al objetivo de ese sector ideológico de convertir a Puerto Rico en un estado de Estados Unidos, se le pedía a los electores que votaran sí o no si respaldaban o no la anexión. El 52 por ciento apoyo el Sí, mientras que el 48 por ciento respaldo el No. Eso equivale al 25 y 23 por ciento de los inscritos, respectivamente.
Dicha consulta no es en absoluto vinculante; es decir, en nada compromete al gobierno de Estados Unidos. Contrario a lo que pregonan los anexionistas, la “estadidad” no es un derecho del pueblo puertorriqueño sino una prerrogativa soberana del gobierno estadounidense. Mucho menos es la anexión una opción descolonizadora para una nación como Puerto Rico cuya única alternativa aceptable es, como lo ha sido para el resto de la humanidad, la autodeterminación e independencia. La cifra de dicha consulta es igualmente irreal, sobre todo en lo que tiene que ver con la pretendida mayoría anexionista. Lo cierto es que, más de un siglo después de colonialismo estadounidense, y lo que pueda intentar decirse con “mayorías” circunstanciales, el sector anexionista en Puerto Rico es minoritario.
Más de un siglo después, y no por casualidad, el gobierno estadounidense ha optado por mantener a Puerto Rico como colonia. Ello responde en buena medida a la resistencia más que centenaria librada por el pueblo puertorriqueño en defensa de su cultura, su idioma, su idiosincrasia y su nacionalidad. Es preciso recordar que Puerto Rico fue colonia de España por 405 años; que en 1898 pasó a manos de Estados Unidos como botín de guerra, tras la Guerra Hispano-cubano-americana; que en más de 500 años no ha sido libre ni un instante; que le ha tocado batallar por su integridad nacional siendo colonia de la potencia imperialista más poderosa del planeta.
Por eso Puerto Rico no es meramente una colonia. Puerto Rico es una nación caribeña y latinoamericana, sometida al colonialismo.
Las elecciones de noviembre pasado fueron un ejercicio colonial carente de poder. En 1952 el gobierno de Estados Unidos nos impuso el Estado Libre Asociado (ELA), fórmula política con la que fraudulentamente se quiso convencer al mundo de que en nuestro país el colonialismo había cesado, dando paso a una relación de asociación entre iguales. Con esa patraña fueron a Naciones Unidas y lograron que se aprobara una resolución en ese sentido; la que pocos años después fue reiteradamente desmentida por el Comité de Descolonización de la ONU.
Siendo colonia de una república, no debe extrañar que el ELA tenga “forma” republicana, naturalmente carente del contenido esencial que es el poder político. Por eso se celebran elecciones cada cuatro años. Se elige un gobernador colonial, una legislatura, alcaldes y otros funcionarios. Pero el poder verdadero sigue estando, como siempre desde 1898, en Washington.
En los pasados años esto se ha hecho harto evidente. El modelo económico del ELA establecido desde mediados del siglo XX, sostenido en la inversión de capital estadounidense, ha colapsado. El ELA está oficialmente en quiebra y con una deuda de decenas de billones de dólares. Ante esa situación la decisión del Congreso estadounidense fue la imposición de una Junta de Control Fiscal, encargada, no de contribuir a mejorar la precaria situación económica y social del pueblo puertorriqueño, sino de garantizar el cobro de la deuda contraída con Wall Street y los fondos buitre, empobreciendo aún más a nuestro Pueblo.
Unida a esta situación, el País se ha visto golpeado por varios huracanes, por movimientos sísmicos y finamente, la pandemia.
Esta crisis, para la cual evidentemente no hay salida en el colonialismo, ha conducido a una nueva oleada de emigración masiva—la otra fue a mediados del siglo XX—sobre todo hacia Estados Unidos. Ello explica el hecho casi sin precedente de un pueblo del cual más de la mitad—cinco millones—reside en otro país.
Habrá que preguntarse, entonces, si hay luz al otro lado de este inmenso túnel colonial. Inevitablemente hay responder que sí. Pero la opción al colonialismo no puede ser colonialismo retocado, mucho menos la anexión que atenta contra nuestra vida como pueblo y nación.
Cierto es que, como dice el refrán, mientras hay vida hay esperanza. El Pueblo puertorriqueño es un pueblo vivo, batallador, perseverante, que ha dado cátedra de lo que significa luchar en las condiciones más adversas. Aquí estamos más de quinientos años después, con toda la obstinación de quien se resiste a desaparecer. Porque sí, el colonialismo es en principio de cuentas un asunto existencial. De manera que no solo debemos prevalecer, sino además triunfar.
Ese es el enorme reto que tenemos por delante. Los pueblos del Caribe y América Latina están invitados a acompañarnos. Es, como quiera que sea, su deber.