Carta de besos: para cuando volvamos a besar
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Illustraterita
El distanciamiento social continúa siendo la vacuna más efectiva contra el coronavirus, pero a su vez viene reprimiendo la posibilidad de los abrazos y de los besos desde marzo del 2020. En algunos animales, por sobre todo en los monos y en los seres humanos, la comunicación física, el encuentro de los cuerpos, es una de las formas privilegiadas de manifestación de los afectos. A continuación, les dejo la Carta de besos para tener en cuenta a la hora de que se extinga la peste o la inmunidad de rebaño nos permita volver a besar.
Carta de besos: para cuando volvamos a besar
No hay un Beso, como no hay una Verdad. Hay miles de besos y formas de besar. Hay un solo punto en común: Besan los labios. Hay besos de contacto, desnudos, y hay besos distantes, con barbijos o virtuales. Hay besos transgresores y besos que no avanzan. Hay besos mudos, ensordecedores, secos y mojados. Se besa en los labios, en las mejillas y se puede besar cada playa, cuadra o esquina del cuerpo. Hay besos de amor, de compañerismo y hay besos de Judas.
Pero entre todos los besos, los del amor ocupan el primer puesto. Los besos son una extensión del corazón. Los besos sanan, levantan endorfinas, son defensa contra todo flagelo. Para besar hay distintas intensidades y eso determina la personalidad de quien besa. Hay besos picos de palomas y otros con lenguas como serpientes encantadas. Hay quienes besan mucho, poquito o casi nada. Hay besos eyaculadores precoces y besos que duran una eternidad. Hay labios con Alzheimer que olvidan el oficio de besar. Hay besos obsesivos que siempre besan igual. Y hay besos locos que ríen y cantan al besar. Pero los más complejos son los besos borderline, ambiguos, que no se sabe para dónde van. Hay labios tristes, amargos, que nadie quiere besar. Hay labios histéricos que incitan, pero cuando llegan los besos no quieren besar. Hay besos que se suicidan contra los espejos. Y hay besos melancólicos, que solo besan para encontrar los labios que ya no están.
Hay besos robados y besos que se regalan. Hay besos baratos y hay los que cuestan la vida. Hay besos completos y besos económicos. Hay besos fieles y besos traidores que fantasean con otros labios. Hay quienes besan con los ojos cerrados y están quienes pueden hacer más de una cosa a la vez: espiar, tocar, oler. Están los besos violentos, que muerden los labios o marcan el cuerpo como rebaño. Los besos vienen con gusto a nada o algún condimento, pero hay besos con sabores a exóticos platos diseñados por un chef lujurioso. Hay besos que saben nadar y otros que se ahogan en el mar de saliva. Hay besos torpes que tartamudean y se caen de la boca. Y hay besos maestros que ensañan a besar. Hay besos que encuentran la resistencia de labios rígidos que temen viajar sin un destino. Hay palabras que se visten de besos y besos que son pura poesía. Hay besos reales y besos que son un sueño. Hay besos viajantes, intrépidos, y besos sedentarios, aburridos como viejo mirando el noticiero.
Está el primer beso, el de la creación, el big bang del amor. Pero también hay besos tristes, de despedidas, el último beso de los que desaparecen, de quienes se fugan en el reverso de la historia, o el beso que se le da a un ser amado que ha muerto. Los besos que no dimos no se acumulan ni crecen. No hay plazo fijo de besos. Los besos postergados bordean la nada, están en situación de calle, se convierten en resentimiento, en bronca que seca los labios como tierra castigada por la sequía. Hay besos que resucitan y besos que matan. Hay besos que se olvidan, pero también hay besos que no debemos olvidar.
Es tiempo de luchar contra todo aquello que nos deshumanice, como el coronavirus que si no quita vida, resta gusto, olfato, y lo peor, nos deja sin abrazos ni besos.