Ariana Harwicz: "Me impresionó la indiferencia general ante la censura en redes sociales a Trump"
Por Branco Troiano
Ariana Harwicz es una escritora (Matate, amor y Degenerado) e intelectual argentina que reside en Francia. En diálogo con AGENCIA PACO URONDO expresó: “Quienes promueven la cancelación cultural son unos traidores que solo buscan acomodarse en el poder”.
APU: Si vamos a dialogar acerca de la tan en boga cancelación cultural, es menester iniciar con esta pregunta. Hace unas semanas le bloquearon la cuenta de Twitter por citar su novela Matate, amor. ¿Cómo fue que sucedió? ¿Qué conclusiones saca, siendo que la implicada en este caso es precisamente usted?
Ariana Harwicz: Sí, puse Matate, amor respondiendo a una lectora con ironía, y por primera vez me pasó. A muchísima gente le pasa, y hasta le eliminan la cuenta. Lo mío fue temporario, y por “incitación a la autolesión”. Me recomendaban tratamientos para rehabilitarme. Y a muchos que querían citar mi novela les pasó igual, fue algo trágicamente divertido. Siempre están los que razonan con un razonamiento peligroso y falaz, y dicen: “Eso no es Videla, no son dictadores, no es Hitler, no te están llevando a los campos, no te están matando, no se están quemando los libros en una fogata". Claro, pero los modos de represión, de censura, de opresión y de presión ideológica van cambiando con las épocas. No necesariamente tiene que ser que te manden a los campos. Y por otro lado, cuando se empieza a aceptar una entrega de la libertad, la lógica es imparable. Se empieza por una palabra, por un libro, concepto, giro o expresión, y después se acepta todo. Cualquiera lo sabe: no hay límites después para la intimidación ideológica. Es un signo de este tiempo, sintomático de este tiempo. Estamos todos los escritores, intelectuales, historiadores escribiendo en Twitter o en otras plataformas que son reguladas y controladas: es como tener todo el tiempo el teléfono pinchado. Solamente que, bueno, en los 70 era de otro modo. Ahora nos parecería un escándalo que pinchen los teléfonos, pero ¿cuál es la diferencia? La diferencia es que no es ilegal, que estamos todos aceptando estos modos de intimidación, de coerción. Twitter es como una editorial, tiene su ideología, es una empresa. Me parece que estamos atrapados. Es un momento en donde los intelectuales, o quienes deberían tener coraje, caímos todos en la propia trampa. Y no sé cómo se sale de esto.
APU: Vive en Francia. ¿Podría identificar alguna diferencia entre lo que entienden allí por cancelación cultural y lo que entendemos por acá, en Argentina? ¿Opera de manera distinta o considera que en ambos lugares surte el mismo efecto?
A.H: Creo que es diferente. En el momento no soy muy consciente. Cuando doy una nota, o en Twitter, muchas veces no me doy cuenta de que, por supuesto, hay muchas diferencias en las implicancias políticas y culturales entre Europa y América Latina, o oncretamente entre Francia y Argentina. Muchas veces me doy cuenta y otras no. A la “cancelación cultural” yo le agregaría “la cultura de la cobardía”, del individualismo cobarde y de la muerte del espíritu de lo que debería ser un artista, que debería tener coraje, ¿no? Y decir lo que los demás no pueden decir, a través del arte. Nos impregna a todos, nos avasalla la vida a todos, nos influye a todos.
Si no ves Netflix, ves Amazon, y si no vas al cine. Los libros están siendo reescritos, modificados en sus títulos, censurados, cancelados, escrachados con la cultura del escrache. Las implicancias son distintas porque lo que se juega políticamente no es lo mismo en Francia, donde está el islamismo, donde tiene un problema muchísimo mayor con la inmigración, donde hay otra tradición. Argentina es un país joven al lado de Francia. En la arena política se juegan cosas distintas. Pero al final es lo mismo, el efecto final es el mismo. Estamos todos cediendo al avance de la tropa enemiga: el puritanismo, la censura, la opresión ideológica. Lo que quiero decir es que, de modos distintos, termina siendo lo mismo. Igual, en Europa se ve más, tiene mayor visibilidad que en América Latina.
APU: Su caso se dio cercano al bloqueo de la cuenta del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump. ¿Se puede trazar alguna ligazón entre ambos sucesos?
A.H: Lo que pasó con el ex presidente Donald Trump es un caso paradigmático. Por lo menos, sirvió para visibilizar que las redes sociales y los modos de comunicación –y por ende el micrófono que tenemos todos en mayor o menor medida- están en manos de ideólogos. Ya lo sabemos, pero bueno, se hizo cuerpo, se visibilizó frente al mundo; y lo que más me impresionó fue la indiferencia. Porque como todo el mundo supuestamente desde la buena conciencia odia a Trump, y era el malo de la historia, a nadie le importó. Y creo que ese es un comportamiento errado, que la ética, que es difícil, por supuesto, que es un esfuerzo, la ética es estar contra la censura aun con aquellos con quienes no sentimos empatía, aun contra nuestros enemigos. No tiene sentido que yo defienda que no cancelen un libro de los artistas que me gustan, de los de mi ejército, y que no me importe la suerte de los que son callados, intimidados, secuestrados porque no están en mi campo ideológico. Eso es el comienzo de la debacle absoluta de la democracia. Eso es la quema de libros de mayo de 1933, cuando quemaron los libros judíos marxistas. Lo que hay que frenar es ese mecanismo mediante el cual el que piensa distinto es excomulgado. Es el Apartheid, es la cultura del Apartheid. Eso es lo que estamos dejando que se instale, y ya está instalado. No importa lo que piense el otro, no hay que censurarlo.
APU: ¿Cuáles son las consecuencias que la cancelación puede terminar por generar en el arte?
A.H: Lo estoy diciendo todo el tiempo: ¿qué consecuencia tiene la cultura de la cancelación? (que ya de por sí es un oxímoron, una contradicción). Una política de la cancelación en el arte tiene consecuencias terribles. Es la infamia, y tiene como consecuencia un arte impostado, en el peor de los sentidos de la impostura. Muchos filósofos ya hablaron de eso. Heidegger hablaba de una vida inauténtica; Sartre hablaba de la mala fe, de la impostura; Jankelevitch hablaba del coraje y de los que fingen el coraje; decía que de todos los inconformismos, el peor es el que es fingido, el que se vende como inconformista pero no lo es.
APU: ¿Qué tiene para decir de quienes, en menor o mayor medida, la promueven?
A.H: Que son unos traidores, traidores que están buscando poder, solo acomodarse en el poder, algo que seguro no es del orden del arte.
APU: ¿Cree que es un fenómeno que se profundizará?
A.H: Sí, soy pesimista. Se va a profundizar. Creo que no llegamos al fondo, no llegamos al fondo del mar. Como todo proceso dictatorial o totalitario, si es fascismo, nazismo, stalinismo, las dictaduras de Argentina, hasta que no toca fondo y no hay una revolución, y no hay una reinvención de la cultura, esto sigue, sigue y sigue y cada vez genera más miedo. Lo que me sorprende es que esté todo el mundo tan en pánico como para no reaccionar siendo que justamente no están Hitler, Videla, ni los dictadores. También un filósofo decía que tenemos tanto miedo a la guerra, que quedamos todos tan traumados con la segunda guerra acá en Europa, que aceptamos cualquier cosa con tal de que no haya guerra. Pero esto es la guerra, de otro modo.
APU: Cambiando de tema. ¿Está escribiendo o pensando un nuevo texto?
A.H: Estoy escribiendo muy en el comienzo, en esa preescritura. De todos modos, todo es escribir: pensar, leer, escuchar música. Cuando se escribe de verdad todo tiene un impacto en la escritura, en la obra, todo sirve, todo llega al río de la obra. Obviamente el arte, pero también un paisaje, un pensamiento, un sueño, la vida misma. Los días en que no escribís también son escritura. Justamente lo que estoy escribiendo ahora es una novela sobre un juicio de adulterio, sobre el fin de un matrimonio, volver a mis obsesiones pero desde el final.
APU: ¿De qué manera podría caracterizar a su obra? ¿Se piensa inscripta en alguna línea histórica determinada?
A.H: No sé cómo se caracteriza una obra. Yo creo que tiene que ver con la melodía, con la música. Estaba leyendo a Jankelevic, y decía que para escribir había que tener una cierta inocencia, pero decía inocencia en el sentido de que la escritura no puede ser un gesto calculado, no puede ser una impostura, no puede haber un cálculo. Si bien, aunque parezca contradictorio, escribir es el control absoluto, porque cada palabra tiene que estar controlada en su mínima expresión, en su declinación, en su acentuación, en su música, en su valor político, en su valor poético, a su vez no puede haber de parte del que escribe, del filósofo, del escritor de ficción una impostura: tiene que haber un arrojo, un acto de coraje verdadero. Y espero que mi ilusión sea que mis novelas entraran en ese linaje. Obviamente admiro a Thomas Bernhard, a Dostoiesvski, a Virginia Woolf, a Jelinek, a Agota Kristof, pero quiero decir que admiro a todo filósofo, escritor, escritora que escribe con ese arrojo, con esa imprudencia, con ese coraje.
APU: ¿Qué autores o autoras considera imprescindibles en la literatura actual, ya sean argentinos o extranjeros? O, al menos, a quiénes recomienda.
A.H: No pienso el arte en términos de cronología, evidentemente, por suerte no, porque creo que estamos viviendo una época absolutamente menor del arte, absolutamente menor en el cine, en el teatro, en la literatura, en la filosofía, en la plástica, en la música. Por supuesto hay excepciones y artistas brillantes, y únicos, y conmovedores, pero quizás sean los artistas que más fuera de la época están, y del tiempo, y de la red conceptual de este tiempo, de este campo minado. Creo que estamos viviendo un tiempo de ceguera, apatía, cobardía. Y con la cobardía no se puede generar ningún arte grande. Incluso el arte puede ser grande sorteando la censura como fue cierto arte soviético, o de la época del terror, pero un arte grande no puede nacer con condescendencia, con miedo. Me gusta Antonio Lobo Antunes, portugués, me gusta Sylvia Molloy, lo que ha escrito sobre las dos lenguas. Estaba a punto de nombrar a varios escritores que acaban de morir… y nunca me doy cuenta de quiénes están vivos o muertos. Yo escucho a Vladimir Horowitz en el piano y tengo ganas de ir a conocerlo, y resulta que murió, pero no me doy cuenta que murió, y en verdad no murió: justamente los muertos somos nosotros.