El registro poético del deterioro en “3-70”, el nuevo libro de Ezequiel Villarroel
3-70 es el nuevo poemario del escritor jujeño Ezequiel Villarroel, publicado recientemente por la editorial tucumana Falta Envido, en conjunto con Plano Editorial (La Rioja). Cabe destacar que, esta obra fue galardonada con el primer premio en el Concurso de Poesía 2022 organizado por la Secretaría de Cultura de La Rioja. La editora del libro, Zaida Kassab, lo define como un registro poético del deterioro en el que aparecen el cansancio, la resignación y panoramas desolados que van de lo íntimo a lo externo y se pregunta ¿Cuál es la repercusión física ante el derrumbe?
Ahora bien ¿Qué significa el título del libro)? Decir 3-70 es equivalente a decir plan de viviendas, monoblocks, a planificación urbana. 3-70 se vuelve entonces un círculo de confluencias en el que la vida transcurre junto a otros. Un plan de viviendas surge de distintas maneras, en general, por distintos motivos, y lo que casi siempre sucede es que propicia el encuentro de seres distintos que tienen como objetivo inaugurar una nueva forma de estar con esos otros con los que se ha “hermanado” de forma azarosa o, en el peor de los casos, burocrática.
Allí, en ese lugar de encuentro, transcurre la vida del “yo” poético que, instado e influido por otros, devela una época, no desde la pretensión discursiva, sino desde la asunción de contradicciones pocas veces tan bien construidas cuando se tratan los temas: pobreza, drogas, homosexualidad, etc. Ariana Harwicz, en una de sus entrevistas, plantea “Se puede adoptar una pose en todo… lo que no se puede es mentir con la lengua, las palabras que elegimos no mienten, ahí salta toda la verdad”.
Es en ese orden de cosas, en el que el autor (al que se le puede creer -o no-), construye un artefacto poético rotundo que rescata un verosímil a partir de imágenes y versos que atentan contra la propia concepción de lo estético, como si de repente, lo fundamental fuera tomar un poco de barro y moldearlo para que sea el barro más maravilloso de todos.
“ya que fumamos todo el día
y fabricamos corazones de humo que
se desvanecen en el aire
hagamos un tren liviano
que vaya por lugares
a los que nunca pudimos
y no volvamos (...)”
En 3-70, la belleza viene borroneada, tachada, desacralizada, pero sin dejar de serlo. El efecto de lo bello se consigue a través del tratamiento de los textos. No se busca una pretenciosa disrupción (como tan de moda está en estos tiempos) sino que la disrupción surge, justamente, a partir de que el centro de todo es la unidad en la intención estética. Podría éste libro ser un poemario de lo trash y, seguramente, (en algún punto) lo sea.
Sin embargo, el “yo poético” se encarga -todo el tiempo- de la evocación de lo sublime que se diferencia de la belleza por el sólo hecho de provocar en nosotros ciertas formas de incomodidad. No la belleza por la belleza, ni la perturbación por la perturbación, sino un híbrido donde ambas nociones conviven conflictivamente. Algo de todo esto, plantea el poeta norteamericano Reginald Shepherd:
(...)la belleza alienta y consuela: nos abastece con lo sabido, mientras lo sublime rompe sobre nosotros como una tormenta emerge de un huracán fuera de temporada. Como Susan Sontag ha observado, "La belleza es parte de la historia de la idealización, que es en sí parte de la historia del consuelo. Pero la belleza no siempre consuela. La hermosura del rostro y del talle atormenta, subyuga; esa belleza es despótica".
La poesía entonces, no duerme en la comodidad del lugar común, sino que traspasa esa barrera a partir de la construcción de un estilo en el que el uso de la lengua se convierte en el artefacto de verosimilitud por excelencia. Se nos da a mirar lo sabido y, en la misma cantidad, aquello que ignoramos y no queremos ver. El artista asume la contradicción del mundo que lo rodea y, de repente, los chicos de las 3-70, se quieren, se cuidan, se falopean, se discriminan, se aputan, cogen perros y vuelven con sus novias.
Parece que ahora
es mi turno de tocar fondo
así es esto
un día vos y uno yo
En ese sentido, el “yo” poético emprende un viaje a través de ciertos lugares que, aunque parecieran rozar lo común, retratan en profundidad el siglo en el que vivimos. Cornelius Castoriadis en El avance de la insignificancia plantea, en otras palabras, que la crisis de representatividad política, en el mundo occidental, está en estrecha relación con la crisis de identidad que avanza velozmente, tal vez, a partir del capitalismo de plataformas. El avance de la insignificancia es, en suma, el avance de la pérdida de sentidos, la estandarización del conjunto social, la pérdida de mismidad.
Sin embargo, Ezequiel Villarroel toma esa estandarización y la convierte en diversificación: a partir de lo que la sociedad considera “pibe de barrio”, se construye un “yo” poético que nos muestra mucho más que lo que en general pensamos al pensar en un “pibe de barrio”.
Están quemados los pibes de la zona/ y pegan duro/ de todo pegan/ y siempre se agarran con la cana/ dan vueltas por el barrio/ en manada/ mean los árboles/ mean las paredes/ rompen la basura/ patean a los perros/ y a veces se los cogen/ son muy hijos de puta los pibes de la zona/ pero a los vecinos no les roban.
Se observa, en este pasaje, la búsqueda de la belleza que asume el “yo” poético: Donde había estandarización, ahora hay identidad. El pibe de la zona que rompe la basura y patea perros, no le roba a los vecinos. Tal vez, en la asunción de la vida -en un tiempo plagado de hipervínculos y velocidad-, la otredad no sea sino la irrupción y aceptación de lo monstruoso en nuestras propias existencias. Lo verdaderamente perturbador de este pasaje es la noción de que, en tiempos de perfección y moralina, todos tenemos un “monstruo” que nos cuida.
Sin embargo, la pregunta iniciática, la pregunta por excelencia en esta obra tiene que ver con la repercusión física de los sucesos. Siempre que pensamos en el siglo XXI, deberíamos pensar también en esa parte física de la existencia que tiene que ver con la pobreza, el trabajo informal, las drogas, el hacinamiento, y todas las nuevas formas de violencia que no terminan por comprenderse. El cuerpo como territorio de disputa es, entonces, uno de los elementos centrales. Por ese motivo, 3-70 se convierte en la representación fiel de un mundo que se dispara todo el tiempo. El “yo” poético dice:
cómo suena el esternón
cuando dormís en el piso
con un ladrillo de almohada
te suena el cuello
el alma dura de tanto secar(...)
tu cuerpo es una pared graffiteada
a punto de caerse
Así se construye un artefacto en el que no sobra nada y todo contribuye armoniosamente a la reapropiación y reconstrucción de sentidos. No desde una perspectiva moralizante, sino con toda la contradicción que tienen los cuerpos y los territorios. El pibe de las 3-70 experimenta el mundo desigual con toda la elegancia y con toda la dignidad que puede, aunque el mundo le muestre los dientes filosos, picados y asquerosos: “en el cuarto de mi vieja/ hay botellas descartables/ caramelos derretidos (...)”. El pibe de las 3-70 atraviesa el mundo esquivando el millar de malas caras que le tira la existencia, como la casa derroída, el cáncer del padre, la tristeza de la madre: “fuimos felices un par de años/ hasta que enfermó/ tuvimos que pedir fiado/ vender algunas cosas/ colgarnos de los cables(...)”.
No se trata de un libro que quiera retratar la sociedad, sino de un libro que tiene como principal línea la fundación de un espacio en el que -ser- no está sujeto a las normativas. Construye la realidad como viene. Donde posa la vista construye y recupera los significados que la tensión social banaliza. La ficción construida por Villarroel, proviene de lo real y sin embargo, no intenta empujarnos al sedimento de una verdad masticada. Al contrario, construye un mundo que, más tarde o más temprano, con todos sus grises, nos caerá como un derrotero por el cuerpo, para llevarnos por fin, después de tanto, a estar despiertos.