Ramón Carrillo y la cibernología peronista, por Gabriel Muro
Por Gabriel Muro*
La propagación planetaria del coronavirus ha puesto en un primer plano la necesidad imperiosa de los Estados por producir y transmitir datos sanitarios en tiempo real. No solamente muchos países han implementado técnicas de rastreo informático de contagios y simulado escenarios estadísticos en base a la cantidad diaria de camas de terapia intensiva ocupadas, sino que las campañas de desinformación en medios digitales requieren la puesta en marcha de una cierta epidemiología cibernética que limite su propagación. Simultáneamente, la crisis viral ha vuelto apremiantes los debates en torno al concepto de biopolítica, es decir, los modos en que la política interviene sobre la vida biológica de las poblaciones en nombre de su cuidado y protección.
Estos dos prefijos, el de lo ciber y el de lo bio, vueltos cruciales para la comprensión de las sociedades contemporáneas, ya atrajeron, setenta años atrás, la atención del legendario ministro de Salud Pública del primer peronismo. Son muy conocidas las obras sanitarias llevadas a cabo por el doctor Ramón Carrillo entre 1946 y 1954, desde la construcción de hospitales, la puesta en marcha de grandes campañas de salud pública, hasta la creación de empresas farmacéuticas nacionales como EMESTA. Menos conocida, sin embargo, es la obra teórica, o teórico-práctica, de Carrillo, quien, mucho antes de que se hable de “gubernamentalidad algorítmica”, elaboró una ciencia de gobierno y del manejo del Estado a la que dio el nombre de “cibernología”.
Pero no es que Carrillo simplemente se adelantase a su época, sino que estaba muy al tanto del principal proyecto científico posterior a la Segunda Guerra Mundial: el proyecto cibernético. De hecho, Perón, en una entrevista brindada desde el exilio, comentó: “El hombre de quien más aprendí en mi vida se llama Ramón Carrillo. (...) Los temas que enfocaba me interesaban sobremanera. Además, él los trataba con las características de su talento. De cibernética, por ejemplo, hablaba con una profundidad y amplitud de horizontes, que hacía irresistible su charla.” (Américo Barrios, Con perón en el exilio. ¡Lo que nadie sabía!, Treinta Días, 1964).
Originalmente, la cibernética, además de una ciencia computacional, fue un movimiento intelectual iniciado en Estados Unidos por el matemático e ingeniero Norbert Wiener, quien elaboró una teoría sobre el control, la comunicación y el feedback como principios reguladores de todo sistema complejo, ya sea un cerebro, una máquina, un organismo biológico o una sociedad. Al estudiar estos principios, la cibernética esperaba descubrir los medios para controlar cualquier sistema, biológico, social o maquínico, así como sintetizar sistemas artificiales con características equivalentes a los sistemas naturales, ya que, desde esta perspectiva, todo sistema, independientemente de que se trate de una máquina compleja o de un ser viviente, se define por su capacidad de autorregularse adaptándose a entornos cambiantes.
Ramón Carrillo fue uno de los primeros científicos argentinos en interesarse por lo que en aquel entonces era una novísima disciplina científica. Pero su propio proyecto intelectual a la vez coincidía y difería de la cibernética de Wiener. Su cibernología, a pesar de compartir con la cibernética el prefijo “ciber” (proveniente del griego kybernetes en alusión al timonel y a la antigua metáfora del gobierno como conducción de navíos), era una teoría de tipo biológico o biologicista, y por eso, a su rama práctica le dio el nombre de “biopolítica”.
Si Perón afirmaba que la conducción política era fundamentalmente un arte en última instancia insondable, Carrillo, en cambio, pensaba que la conducción política podía volverse un asunto de ciencia. Así, el 16 de agosto de 1951, según una resolución del Ministerio de Salud Pública, Ramón Carrillo creó el Departamento de Cibernología. Esta dependencia estatal se dedicaría al estudio, la investigación la elaboración y la experimentación con programas sociales guiados por los principios cibernológicos y biopolíticos, desbordando el ámbito de la salud pública para alcanzar cada aspecto de la vida social. No obstante, dado que el Departamento de Cibernología tuvo poco impulso y no llegó a desplegar sus objetivos, solo es posible intentar reconstruir las ideas que allí circulaban a través de los pocos escritos donde Carrillo plasmó los principios de su cibernología. Entre ellos, un extenso manuscrito inédito, de título “Introducción a la cibernología y a la biopolítica (los espacios del hombre)”, que he encontrado intacto entre los papeles arrumbados del Archivo General de la Nación, y que analizo extensamente a lo largo del libro de reciente aparición: El don de la ubicuidad. Ramón Carrillo y la cibernología peronista (editorial Miño y Dávila, 2021, prólogo de Horacio González).
Al revisar este manuscrito perdido, descubrimos que la cibernología se presentaba como una meta-teoría. Carrillo la define como una “ciencia-mosaico”, una ciencia sintética que reuniría y conduciría la totalidad de los conocimientos sobre el hombre, desde la biología hasta la economía, pasando por el derecho, la psicología, la sociología y las ciencias políticas. La cibernología es “la ciencia integral del hombre y también la ciencia del hombre integral”, o bien: “una ciencia que reúne todos los conocimientos relativos al hombre con la finalidad de promover su bienestar y felicidad”, abarcando tanto la satisfacción de las necesidades fisiológicas como los aspectos psíquicos, desde el estado prenatal hasta la muerte, aspirando al orden político y a una suerte de homeostasis social. Como si citara el principio utilitarista de Jeremy Bentham, Carrillo también definía a la cibernología como la organización científica de los pueblos que permite alcanzar “el bienestar y la felicidad del mayor número de personas”. Para ello, se trataba de eliminar, de la forma más completa posible, lo que llamaba factores “ataxiológicos” o desordenadores, entre los cuales menciona las revoluciones, la explotación y el caos económico. Por su parte, la biopolítica tendría la misión de velar por el cuidado y aprovechamiento del “capital biológico” de una nación, recurriendo a insumos provenientes de la bioestadística, la medicina social, la eugenesia, la antropometría y la biotipología (pseudo-ciencia creada por el endocrinólogo italiano Nicola Pende y que analizamos en detalle en El don de la ubicuidad). La cibernología, entonces, se proponía fijar reglas destinadas a dirigir científicamente la vida de las colectividades. Por eso: “la cibernología es la ciencia y el arte de gobierno. La biopolítica es su técnica”.
Tanto la cibernología como la biopolítica carrilleanas aspiraban a formar planteles de gobierno compuestos de técnicos y expertos, a fin de que la población sea “científicamente dirigida y conducida a su destino”. Tal es así que, entre los proyectos desarrollados en el Departamento de Cibernología, también he hallado el esbozo de un proyecto para crear un “Instituto de la Alegría”, encargado de diseñar y llevar a cabo políticas públicas destinadas a estimular la alegría de la población y así fortalecer sus defensas orgánicas. Esta inquietud de Carrillo en torno a la producción y protección de los humores sociales fue en verdad una preocupación recurrente, que de hecho halló su continuación en otro de sus escritos: una conferencia sobre los mecanismos elementales de la guerra psicológica, o el uso de la psicología como arma de guerra, aspecto que también abordamos en nuestro ensayo.
Como es sabido, más de veinte años después, a mediados de los años setenta, Michel Foucault redescubrirá y reinventará el término biopolítica (que en verdad tiene una larga historia furtiva y ha circulado en Europa desde principios del siglo XX) para mostrar los modos en que la vida biológica, en las sociedades capitalistas, se ha vuelto objeto de gobierno. Pero será precisamente la cibernética la que, a partir de los años cincuenta, abra el camino para una nueva etapa de la biopolítica, así como de las ciencias biológicas en general, renovadas a través de la teoría de sistemas y las tecnologías de la información, en una creciente integración biotecnológica entre cuerpos y máquinas.
Carrillo, sin embargo, llegó a afirmar que su cibernología era una anti-cibernética: “No sabemos si en sus desarrollos podría coincidir la Cibernética con la Cibernología; más probable es que en un determinado momento se opongan. Llegaríamos así a la paradoja de que la Cibernética es una ciencia anti-cibernológica en cuanto podría implicar la maquinización de la actividad humana, es decir, la deshumanización del hombre. (...) El ideal cibernético sería un autómata capaz de resolver problemas de gobierno. En cambio, la Cibernología parte de la biología, tiende a racionalizar las normas de convivencia humana con el objeto de aumentar la felicidad del hombre. Lejos de propiciar una mecanización del Estado y del Gobierno, se propone, mediante recursos científicos, humanizar a ambos”.
Carrillo murió exiliado en Brasil en el año 1956. Sus ciencias de gobierno, en las que trabajó hasta sus últimos días, permanecieron en el olvido durante setenta años. Si bien el inicio de la computación en Argentina deberá esperar a la importación de la computadora Clementina por impulso de Manuel Sadosky, sería errado concebir la cibernología de Ramón Carrillo como un mero antecedente inadvertido de una cibernética nacional que en verdad nunca llegó a despuntar. Carrillo no fue exactamente un precursor de la cibernética, sino alguien que, lejos de los centros de poder y saber mundiales, disputó el campo de lo ciber, oponiéndole a la cibernética categorías provenientes de las ciencias biológicas, con un mismo afán de ubicuidad, cálculo, planificación y dirección de la sociedad. Desempolvar aquel sorprendente acontecimiento olvidado de la historia intelectual argentina aporta nuevos puntos de vista acerca de las relaciones entre Estado y sociedad a lo largo del derrotero nacional, asunto especialmente significativo cuando una pandemia de vastísimos alcances vuelve a poner a un gobierno peronista al frente de la ardua tarea de velar por la salud pública.
* El autor es sociólogo y ensayista. Co-editor de la revista Espectros. Autor del libro El don de la ubicuidad. Ramón Carrillo y la cibernología peronista