De falacias y otras historias (a propósito de la falsa acusación contra Ramón Carrillo)
Por Alejandro Olmos Gaona
Aunque pienso, que no vale la pena refutar a esa caterva de imbéciles, preocupados en instalar falsas noticias, datos equivocados, buscar en las redes algún minúsculo elemento que les sirva para combatir a una persona, a algún grupo político, a alguna organización, o anatematizar a un gobierno, lo ocurrido recientemente con el Dr. Ramón Carrillo me produjo una profunda indignación, ya que al Centro Simón Wiesenthal, se sumó el embajador británico Mark Kent, y como no podría ser de otra manera, Claudio Avruj, ex Secretario de Derechos Humanos del gobierno de Macri, y también la embajadora de Israel. Todos pretendiendo instalar la idea del nazismo de Carrillo, y en consecuencia las afinidades del gobierno que integró con el Tercer Reich, comenzando con el propio presidente Perón. Y cuando no, el obsesivo buscador de nazis en el peronismo, un tal Uki Goñi, hablando del nazi asesor del mejor sanitarista que tuvo el país.
Esto es una vieja preocupación de algunos intelectuales, que al no poder encontrar pruebas irrefutables de esa relación inexistente, se agarran de alguna versión, la referencia de alguien, el comentario de algún otro, la interpretación equivocada de algún documento para tratar vanamente de demostrar esa relación, sin dejar de mencionar los supuestos tesoros del nazismo que llegaran a la Argentina, algo tan incomprobable como el sexo de los ángeles.
Pedirle seriedad a esos sujetos, sería tarea imposible, porque quieren demostrar esas vinculaciones, sin importarles que las falacias que construyen puedan ser refutadas. La rigurosidad en la investigación no es lo suyo, pero si los prejuicios ideológicos, y en el caso de Avruj y el Centro Wiesenthal, es el prejuicio de ser parte de una colectividad, que no admite ni tolera el menor cuestionamiento que se le haga, ni a ella misma ni al Estado de Israel.
Tales falsedades, las sufrió el Capitán Alfred Dreyfus en 1894, a quien por el hecho de ser judío y alsaciano, se lo condenó por traición a la patria, se lo degradó y fue confinado en la siniestra prisión de la Isla del diablo en la Guayana francesa, a través de un proceso, donde la única prueba que se encontró fue un papel hallado en un recipiente de basura, que no había sido escrito por él. Debido una pericia caligráfica falsa, y los testimonios de los personajes más prominentes del Estado mayor francés, se le adjudicó ese documento de manera indubitable. El exacerbado nacionalismo y el sentimiento antijudio fue más que suficiente para lapidarlo. Después de un proceso inicuo solo fue rehabilitado definitivamente diez años después, aunque nunca se le reconocieron los servicios prestados a su patria, aun cuando participó en la segunda guerra mundial. Ni aún la vibrante defensa de Dreyfus hecha por Emilio Zola “Yo acuso” publicada en “L’Aurore” y celebrada por muchos importantes intelectuales franceses y de otras partes pudo influir en el tiempo de la acusación.
Este es un viejo ejemplo, entre muchos que conozco, que sirve para demostrar que hay acciones, carentes de toda fundamentación que se instalan y parece imposible cuestionarlas o discutirlas. Sobre premisas falsas se construyen otras, después algunas más y así se trazan relatos que siempre tienen una clara intencionalidad.
Yendo a la origen de la acusación a Carrillo, pareciera que todo surge del documental “El triángulo Rosa y la cura nazi para la homosexualidad”, de los cineastas Ignacio Steinberg y Esteban Jasper,(2014) donde cuentan la vida y andanzas del médico danés Carl Vaernet, un fervoroso nazi, que fuera integrante de la SS y médico del campo de concentración de Buchewald. Según lo investigado por ellos, tal como hoy lo sostiene Avruj, realizó experimentaciones con homosexuales, para ver si podía curarlos, entendiendo que se trataba de una enfermedad. Sus delirios científicos le permitieron, bajo la supervisión de la Gestapo, utilizar a los confinados en tratamientos hormonales que confirmaran sus teorías.
Al terminar la guerra, y después de una breve detención fue liberado por los aliados y viajó a Suecia donde obtuvo un salvoconducto. se embarcó para la Argentina, llegando a Buenos Aires en 1947. Se cambió el nombre, siendo contratado por la entonces Secretaría de Salud Pública, y abrió un consultorio médico en el barrio norte, donde ejerció la profesión hasta su muerte. Esa contratación es la única prueba contundente que demostraría el nazismo de Carrillo, debido a que ese médico cuya extradición nunca fue requerida y que operaba con nombre supuesto, estaba contratado en esa Secretaría de Estado. También habría que sumar otras maldades que se han dicho, como el hecho de admirar a Hitler, ya que había viajado a Alemania para estudiar neuropatología con el Prof. Carl Vogt, debido a una beca otorgada por la Universidad de Buenos Aires. Aunque también estuvo en Francia y Suizas entre los años 1932 y 1933, parece que el solo hecho de haber estado en Berlin unos pocos meses, cuando nadie imaginaba ni remotamente lo que sería Hitler, es otra prueba más de su adscripción a las ideas del Tercer Reich.
Puede acaso suponerse que un funcionario de ese rango podía estar al tanto de los detalles sobre la contratación de un médico, y en tal supuesto y con toda la documentación en regla, tenía la obligación de saber quién era, máxime cuando no había ningún requerimiento por parte de las autoridades de ningún país de Europa? Con esos razonamientos propios de un célebre personaje del humorista Landrú se podría llegar a cualquier parte, y me parece insostenible que después de años, y con la persecución tenaz que sufrió Carrillo, nadie haya sido capaz de enrostrarle esos calificativos, que ahora salen a la luz.
A estos elementales razonamientos habría que agregar, que después del golpe revolucionario de septiembre de 1955, el ministro de Salud del gobierno revolucionario, coronel Ernesto Alfredo Rottger, ordenó entrar a su casa que fue saqueada, apropiándose de cuadros, condecoraciones, medallas, y todo objeto de valor que se encontró, además de documentos que guardaba, fruto de sus investigaciones y trabajos. Además de confiscase sus escasos bienes, que fueron interdictos. Uno de los recuerdos que hallaron, fue una placa donde el Ministro de Salud Pública de Israel, homenajeó al Dr. Carrillo en 1954.
Aunque se puso a disposición del gobierno, para que lo investigaran no consiguió ninguna respuesta, y tuvo que soportar humillaciones, difamaciones, que se lo llamara “ladrón de nafta” y fuera exhibido por las nuevas autoridades como uno de los tantos ejemplos de corrupción. Se buscó obsesivamente en el ministerio alguna prueba para incriminarlo y todo fue inútil. Jamás se le pudo probar, ni siquiera la más mínima irregularidad en sus funciones. Hallar algún documento que lo vinculara con el nazismo, habría sido un hallazgo, ya que era una de las tantas cosas que servían para cuestionar al régimen caído.
La Comisión Nacional Investigadora, que encabezo primero el Contralmirante Mc Lean, y después el Dr. Julio Martinez Vivot, nada pudo encontrar, ni siquiera alguna idea cuestionable que surgiera de toda la documentación secuestrada.
Y al respecto me parece interesante recordar un antecedente muy poco conocido de como se fabrican ciertas historias para calumniar, como son seguidas y comentadas, siendo el ejemplo que voy a comentar, válido para tantos otros relatos que se repiten, sin que a nadie se le ocurra verificar su exactitud, ya que como dijera el marqués de Vauvenargues "calumniad, calumniad, que algo queda".
En el año 1951, después de ser expulsado de la Cámara de Diputados, Silvano Santander publicó desde su exilio en Montevideo un libro que dio en llamar “Técnica de una traición” donde mostraba que Perón e importantes oficiales del ejército habían tenido vinculaciones con el nazismo. Esa publicación fue agitada por los opositores al gobierno, ya que las fotografías de documentos oficiales que estaban insertas en el libro eran la evidencia palpable de una relación que siempre había sido negada. Los comentarios se multiplicaron, y en algunos medios de aquí y del Uruguay se comentóla valentía del exiliado, de poner en descubierto esas vinculaciones.
La ilusión les duró muy poco tiempo, ya que después de una investigación que llevó a cabo en archivos alemanes, uruguayos, argentinos y de EE.UU., el general Carlos von der Becke publicó un libro titulado “Destrucción de una infamia- Falsos documentos oficiales", donde se defendió de las falsas acusaciones que constaban en el libro de Santander e hizo lo mismo con sus camaradas de armas. Sostuvo en ese trabajo: "No he sido, no soy, ni pienso ser político. Jamás me he mezclado en forma o medida alguna en la lucha partidaria, ni he sentido el eco de sus pasiones; tampoco he tenido ni tengo la más mínima aspiración de esa naturaleza.". En esa obra que regaló a mi padre, puede verse su escrupuloso trabajo demostrando la falsedad de las manifestaciones de Santander, mostró que los documentos eran apócrifos los había hecho un ciudadano alemán Enrique Jürges., no quedando en pie nada de lo afirmado en el calumnioso libelo.
Pero como la versión de nazismo seguía viva, ya que los correligionarios y amigos de Santander seguían difundiéndola, el general von der Becke, solicito la constitución de un Tribunal de Honor que juzgara su conducta. El 26 de septiembre de 1956, los tenientes generales Juan Carlos Sanguinetti, Diego I. Mason, Benjamín Rattenbach, y el general Luis César Perlinger, integrantes del Tribunal, se expidieron, desestimando la totalidad de los cargos, y en el punto 3° del dictamen hicieron constar : “solicitar que esta resolución del tribunal y sus antecedentes reciban amplia publicidad para que el pueblo de la Nación se entere de la falsedad de los cargos contenidos en el libelo del proceder del señor Santander”
El general von der Becke, consiguió además que la policía alemana allanara el domicilio de Jürges, apareciendo las cartas intercambiadas entre él y Santander para conseguir los documentos falsos. Un ejemplo de las canalladas a las que recurrió un conocido dirigente político para justificar sus conductas.
Para terminar esta historia, sería bueno que los divulgadores de tantas falsedades explicaran porqué Perón dictó en febrero de 1949 el Decreto 3668, por el cual reconoció al Estado de Israel, procediendo meses después a recibir el embajador Jacob Tsur, con el que siempre hubo una buena sintonía. También sería bueno recomendar que lean al destacado historiador israelí Raanan Rein, vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, que ha escrito documentadas páginas sobre estos temas llegando a decir que “las dos primeras presidencias de Perón fueron las que mejores vínculos diplomáticos tuvieron con el Estado de Israel en la historia argentina”.