Una Alcira, un Pino y un Horacio colectivo, por Ana Natalucci y José Cornejo
Por Ana Natalucci (*) y José Cornejo (**) | En Télam
Quienes militamos en los 90 llamamos a ese momento “la larga noche neoliberal”. De todas las acepciones, usamos noche como algo peyorativo, enlazando a ese antiguo miedo de la Humanidad por las tinieblas. Sin embargo, las nuevas generaciones interesadas en la política, que eran niñas o niños en aquellos años, podrían deducir que todo era negativo. Que solo se retrocedía, que solo quedaba esperar que la apatía terminara y el Pueblo despertara mágicamente, que no había pensamiento crítico ni lucha.
Por supuesto, los medios masivos –algunos adquirieron su mayor poderío en esa época– tuvieron un rol decisivo en la consolidación de esa visión, y hoy, de ese recuerdo. Muy pocos se hacen cargo de los 90, ni siquiera sus forjadores.
Pero no todo era oscuridad. Había algunos faros, algunas luces prendidas, que titilaban y convocaban la atención. El 2001 no nació del espontaneísmo de algunos y algunas vecinas un 19 de diciembre. Contrariamente, el estallido popular significó la coronación de un extenso proceso de lucha, que comenzó casi inmediatamente después del final de la dictadura y los festejos por el regreso de la democracia. Movilizaciones, protestas y actores que insistieron en que había alternativas al neoliberalismo, que no había porqué quedarse con el discurso único del “sálvase quien pueda”.
Esta proeza no sólo se alcanzó solamente marchando en la calle sino también en el principal territorio político desde 1983 hasta la fecha: el texto y su palabra. Por ejemplo, el rock recuperó las enseñanzas de Don Arturo Jauretche que miles de jóvenes vociferaban en recitales antes que el propio Partido Justicialista. O el estallido anticipado por La Bersuit, sobre el tema original de Las manos de Filipp. Ni hablar de la alquimia antiliberal y antisistema que provocaban los recitales de Los Redondos. En esos tiempos, que la política parecía inamovible, el rock politizaba los imaginarios sociales.
Y la palabra permitió el encuentro de dos generaciones: los setentistas y los noventistas; sobre todo para aquellos que no veníamos de familias militantes, el encuentro, la lectura, la escucha de los militantes de los 70 no sólo nos abría un mundo político que desconocíamos sino que nos alentaba a no creernos el discurso único. En definitiva, nos convidaban a militar, a luchar y sobre todo a creer que otro mundo, otra Argentina era posible.
Muchos y muchas les creímos, participamos y por eso también fue posible el estallido. Sin dudas, en nuestra memoria militante, Pino, Alcira y Horacio tienen un lugar privilegiado no sólo por su coherencia sino también por las huellas que sus prácticas, ideas y convicciones dejaron.
Desde lo audiovisual o desde la palabra, Pino, Alcira y Horario pensaron, narraron, escribieron y militaron la derrota del neoliberalismo. Fueron claves en la formación de un activismo político, de una minoría intensa cuyas banderas flamearon bien fuertes en diciembre de 2001 y se constituyeron en la base para la construcción de una nueva mayoría a partir de 2003. En este sentido, despedirlos a ellos es despedir parte de nuestra militancia.
¿Si lo que se termina con sus muertes es también lo que nos trajo hasta acá? ¿Qué sigue entonces?
Para el o la militante comprometida, la realidad siempre es un acertijo. Se puede acertar o yerrar. En un momento de tanta incertidumbre, con grandes dificultades para repensar nuevos horizontes, nuevas figuras que convoquen, que interpelen, tal vez la clave sea mirar para atrás. No en un sentido nostálgico, sino para recordarnos de donde venimos, quienes nos inspiraron y qué valores los guiaron. Coherencia, convicción y persistencia en ideas pero también en la pertenencia a un espacio político, que con todas sus contradicciones sigue apostando al horizonte de transformación.
El legado de Alcira, Pino y Horacio es inconmensurable, pero hoy nos quedamos con dos ideas. La primera es que no hay régimen que dure por siempre, lo que cuenta es un Pueblo organizado, convencido de sus derechos y dispuesto a conquistarlos y mantenerlos. La segunda que no jugamos solos, hay otros intereses, hay disputas y lo que cuenta en este caso es no olvidarnos de quienes somos y a quienes representamos.
El “traspaso generacional” es una cara idea en el peronismo, la propuso Perón y la retomaron Néstor y Cristina en general para pensar el acceso a cargos y lugares ejecutivos. En este momento crucial, tal vez convenga resignificarla y convidar a otras generaciones que con preguntas y premisas nos incluya a todos y todas en un debate por otra Argentina.
En definitiva, es pensar como viene lo que viene. Construir un Horacio, un Pino, una Alcira colectivos. Les invitamos a seguir este debate.
*) Investigadora CITRA (CONICET/UMET).
(**) Director de la Agencia de Noticias Paco Urondo, www.agenciapacourondo.com.ar . Titular de la cátedra Géneros y Formatos, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.