Adiós a Jesús Martín-Barbero, maestro de la comunicación en Latinoamérica
Por Christian Dodaro
No tengo foto con él, las veces que vino a Argentina lo escuché a unos metros, como se escucha a quienes cuentan cuentos. Me fascinaban su mirada despierta y su gesto bonachón, sus entonaciones y sus pausas. Preferí la distancia desde la que lo admiré. Cuando Guillermo Mastrini me hizo señas para que vaya a saludarlo en Sociales, donde lo escuché medio por casualidad, me quedé congelado y no pude.
La primera vez que supe de él fue a través de un debate en el bar del subsuelo de la vieja sede de Marcelo T. de Alvear, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Se presentaba un número de Causas y Azares, y Mangone, Mestman y otros se entreveraban en debates respecto a los Estudios Culturales en América Latina. Por allí aparecía esa extraña celebración del consumo como modo de pensar la ciudadanía, pero también una mirada sobre la importancia de la cultura en el devenir de los procesos hegemónicos y su relación con las culturas populares, siempre complejas, heterogéneas y cambiantes.
Por ese entonces los elementos que aún subsistían de las teorías de la modernización, entendida como un proceso por etapas bajo la idea del desarrollo, saltaron por los aires y lo letrado como vertebrador y articulador de los modos de producción de sentido fue puesto en cuestión, por allí surgieron los estudios de los procesos de recepción y apropiación de los "productos culturales de la modernidad" por parte de amplios sectores de la población latinoamericana.
Aníbal Ford, entre otros, retrataba los desafíos de la época haciéndonos enfrentar a imágenes de la complejidad de las migraciones como las del country alrededor de las villas o de las antenas elevándose sobre ellas.
De ese entonces fue mi encuentro con Martín-Barbero. Fue el que me marcó un camino de escucha. El que me señaló lo importante de conmovernos ante lo mágico de lo cotidiano. Aunque después otros maestros y compañeros reafirmarían ese camino.
Se me vino entonces aquella escena del doctor en un cine de Cali, viendo el melodrama mexicano La ley del monte, o mejor dicho viendo a la gente a su alrededor y asumiendo su propia ignorancia: ¿qué veían ellos que yo no podía/sabía ver?
Lo que define a los grandes, pues, no son las certezas sino esos “escalofríos epistemológicos”, la capacidad de dudar y de preguntar/se. Con Martín-Barbero se va uno de los más lúcidos pensadores de la comunicación y la cultura en América Latina.
¿Qué harían ustedes si en un cine alguien le grita a la pantalla? Asustarse obvio. ¿Y después? Bueno, Martín-Barbero luego de asustarse se obligó a tratar de entender. Así. Desde esa avidez por interrogar lo que otros despreciaban abrió gran parte de nuestro campo de estudios. Y lo hizo desde acá. Desde nuestras realidades latinoamericanas. Donde otros veían gestos efímeros mallados por el poder, él encontraba relatos, memorias narrativas, experiencias de goce y resistencia. Enojón, minucioso, irónico.
“¡No confundan industria con capitalismo! ¡No confundan industria con mercancía! La industria tiene que ver con producción y producto (...) Sr Adorno, el cine no es arte a pesar de ser industria, ¡sino arte industrial! Me di cuenta que la categoría mediación permitía recuperar ese complejo juego de lo popular que tanto la izquierda como la derecha se empeñaban en negar”.
En De los medios a las mediaciones: comunicación, hegemonía y cultura, 1998, se aventuró a pensar la cultura de masas europea en sus entreveros y mestizajes con la cultura popular de Latinoamérica. El proceso comunicativo es entonces relacional, cultural y político. La mediación no es un concepto sino una pista de acceso a un proceso que no termina en la recepción.
Desde sus planteos Martín-Barbero señala que los sujetos participan e interactúan comunicacionalmente desde sus posiciones políticas y culturales desde las matrices culturales que tienen a mano, las instituciones existentes y sus capacidades de incidencia y las dimensiones y posibilidades tecnológicas. Además revisa los embelecos estetizantes decertoceanos y donde el francés ve silencios él decide preguntar, donde el jesuita ve evanescencia, el colombiano ve relatos y memoria.
Leerlo a través de los debates en los que ha participado a lo largo de su trayectoria nos permite ver y leer sus producciones en relación a las experiencias de los movimientos sociales y políticos de cada época y ponerlas en juego a través de matrices y perspectivas teóricas que dan cuenta de su capacidad dialógica y polifónica. Ello está dado por la necesidad política de comprender la cultura en América Latina como un enclave de acción contrahegemónica. De este modo, gran parte de la historia de la institucionalización del campo de la comunicación y la cultura tiene a Martín-Barbero como articulador.
Cada texto de Martín-Barbero es una trama en la que combinaba con cuidado y amor pespuntes y retazos de diversas procedencias, pero además cada hilván de sus materiales se extiende hacia otras escrituras y hoy lo encontramos en Huergo, Villamayor, Scolari y muchos y muchas otras.
Algunos quieren echarle la culpa de la perpetuación del sintagma, cultura popular-masiva. Pero Martín-Barbero no se quedó en sus textos de los 80 y al señalar los modos actuales en los que la desigualdad y la diferencia reproducen desde lo simbólico las relaciones de poder aludió a las formas tecnológicas y cómo ellas modificaron las relaciones cotidianas.
Las mediaciones no pueden ser pensadas del mismo modo que en 1998, señalaba en su última entrevista en FLACSO allá por 2016. En ese entonces ya señalaba también la necesidad de repensar críticamente las audiencias.
En los 90 caímos ingenuamente en la fascinación celebratoria del consumo como forma de ciudadanía. Podríamos disculparnos de nuestra candidez en ese entonces. Pero hoy es un tanto difícil creer o celebrar que el consumo es el lugar desde el cual se puede definir culturalmente la ciudadanía.
Hoy las mediaciones deben avanzar en la organización de las audiencias y hacerlo implica fortalecer espacios de encuentro. Las organizaciones sociales, los gremios, las escuelas son el lugar desde el cual incidir.
Plantear estas cuestiones me costó algunos debates por parte de compañeros queridos. Una de ellas, desde una mirada “comunitaria” planteaba la importancia de no subestimar a las audiencias.
Pero tal como señalaba en los últimos tiempos Martín-Barbero, desde nuestros clicks e interacciones les ofrecemos casi transparentemente a quienes gestionan y administran el deseo, y ganan buen dinero por ello, qué películas nos gustan, qué perfumes preferimos, cuándo y cómo hacemos ejercicios, qué pensamos políticamente y si nos cae más simpático Jesús, Perón Trotski o Milei.
Como señala una interesante nota de El Gato y la Caja este tipo de interacción entre las redes y los sujetos, “iimplica una creciente reserva de datos públicos disponibles para publicistas y casi cualquier persona interesada en esa información. Estos datos y otros que publicamos en las redes permiten armar un perfil complejo de cada usuario (tanto de LA TIA NORMA QUE FIRMA TODO CON MAYÚSCULAS como del 92% de la población argentina, sin ir más lejos) y luego grupos de usuarios a partir de perfiles similares”.
Otro compañero me dijo: Bueno, tenemos grados de autonomía, mis hijos también compraron un tablero de ajedrez en 2020 y Magnetto no tuvo nada que ver. A ello pregunté si lo habían comprado por Mercado Libre o había sido decidido en asamblea comunitaria y si lo habían hecho antes o después de ver Gambito de Dama.
Esclerozarnos en esas miradas es ser injustos con un tipo que pensó desde América Latina como territorio político. Desde sus dictaduras y luego desde la esperanza de sus resurgires democráticos. Desde allí se aproxima a lo popular como el lugar desde el cual pensar “lo que los medios de comunicación tienen de sumisión, de complicidad con las lógicas del mercado y con lo que esas lógicas imponen de superficialidad y deformación cultural”.
Es que el tipo no se quedaba quieto. No lo imagino repitiendo un programa de una materia por diez años como lo hacen algunos intelectuales apoltronados. Nos instaba a pensar todo el tiempo las transformaciones del mapa cultural y el rol que los medios y el espacio de las ciudades ocupaban.
Y nos señalaba los movimientos de globalización por arriba y por debajo, el movimiento de exasperación de los particularismos, de los nacionalismos que iban dejando sin piso al Estado-nación en el que cobraban central importancia los relatos y las memorias indígenas, negras, feministas, del caribe, rioplatenses o andinas.
Releer a Martín-Barbero es recordar el compromiso de salir de nuestra comodidad y pensar a la intemperie. Nos instó a salir de la mirada mediacéntrica y a asumir que hay un más allá de los medios, un mapa que explorar. Pero la mediación es esa articulación entre prácticas y mensajes.
Hoy la memoria de Martín-Barbero nos obliga a desacomodarnos de nuevo. Es momento de volver a pensar la deslocalización, el descentramiento, la destemporalización y volver a leer “las operaciones –de repliegue, de rechazo, de asimilación, de refuncionalización, de rediseño-, las matrices –de clase, de territorio, de etnia, de religión, de sexo, de edad-, los espacios –el hábitat, la fábrica, el barrio, la cárcel-, y los medios…” que fueron fundamentales para pensar la comunicación desde lo popular y hacerlo sabiendo que ya nadie habla con una pantalla, porque está mirando su propia pantallita, y más aún, ver y entender qué lógica hay detrás de esas pantallitas, quién ordena el funcionamiento de todas ellas y cómo eso se articula con las formas de vida de lo popular en un tiempo que ha dejado de ser masivo.