Palo, el recuerdo y la muerte injusta, por Martín Massad
Por Martín Massad | Foto: UNTREF
Estoy acostado boca arriba. Estoy en la camilla del kinesiólogo y tengo puesto en mi rodilla derecha una especie de lámpara sin luz. No sé si está prendida porque la verdad es que no siento nada. Hace unas semanas el kinesiólogo me explicó cuál era el proceso que debía cumplir mi rodilla bajo las instrucciones de esa lámpara, en apariencia, apagada. Entendí lo que me quiso decir pero en verdad seguí viniendo porque el tipo me inspira algo de confianza y porque qué se yo, en una de esas se me cura la rodilla.
Durante el tiempo que dura la sesión aprovecho para relajarme un poco y de paso boludeo con el teléfono. Twitter, Instagram y también me informo. Un repaso por las noticias del día. El jueves pasado, mientras no pasaba nada en el gabinete, ni sentía nada nuevo en mi rodilla, pasó de todo por mi cabeza. El título de la nota confirmaba la muerte de Palo Pandolfo.
En estos tiempos en los cuales la muerte paso a ser algo cotidiano y cercano, muchas veces tamizado por las cifras que vemos en tele o leemos, hay muertes que pegan más y duro. En esa desgracia de muertes que afectan, se inscribió en mí la de Palo. No lo conocí y creo que nunca lo vi actuar en vivo. Lo que sí hice fue escucharlo. Con ese sentido me alcanzó su muerte. Con la pena por la pérdida que sufre un tipo por otro tipo.
A Palo lo escuché, en primera medida, con Don Cornelio, para ser más certero lo escuché con el discazo Patria o Muerte. Y a aquí viene lo jugoso y lo triste, si es que se haber sido joven en los '90 fue triste o mejor inseguro. Don Cornelio y Palo al fin y al cabo se me metieron en la oreja gracias a mi hermano mayor, Fredy, tenía el CD y en una de esas, después su partida a España, el disco llegó a mí.
En ese tiempo, creo que tal vez por esa inseguridad que propuse en el párrafo anterior, me guardaba muchas horas en mi habitación. En ese refugio estaban mis cosas. Sobre todo mi cabeza porque para decir verdad el cuarto estaba bastante vacío. La cama, claro, una mesita, una compu de esa época y un reproductor de CD. En la compu jugaba al solitario y la música de fondo era Don Cornelio. Patria o Muerte sonaba de manera ininterrumpida, entre mi adicción al juego, solitario y la poesía, entonces cruda de Palo. Así pasé varios días sin afecciones ni dolencias físicas, solo el alma apretaba entonces y la cabeza que buscaba. “Hay un túnel, una luz, una salida…" y yo metido en mi cuarto.
De todo eso pasó bastante tiempo y tal vez hubiera pasado aún más sin este recuerdo que ahora evoco en estas líneas. Ojala no hubiera tenido que tener este recuerdo, ojalá lo de Palo hubiese sido más adelante, cuando, a lo mejor, el recuerdo no me alcanzara o se perdiera.
Si toda muerte es injusta, la de Palo entra en ese standard, no solo por la pérdida, sino también por el recuerdo que hubiera sido mejor perder.