Valeria Selinger: el exilio como una herida, el cine como utopía
Por Fabiana Montenegro
“Vivo en París desde casi más de la mitad de mi vida” dice Valeria Selinger, la directora de la película “La casa de los conejos”, basada en el libro de Laura Alcoba, que se estrenará en Argentina en octubre. El exilio como herida, como trauma. El desarraigo. La lengua y la extranjería. Son algunos de los temas sobre los que Selinger reflexiona en esta entrevista.
Agencia Paco Urondo: ¿Desde cuándo vivís en Francia? ¿Cuál fue el motivo de esa decisión?
Valeria Selinger: Vivo en París desde casi más de la mitad de mi vida. No fue producto de una decisión. Justamente ese es mi tema, mi herida, mi trauma, no sé cómo llamarlo. El hecho es que nunca decidí vivir en Francia, no fue una decisión a nivel consciente. Si bien muchas corrientes psicológicas dicen que, incluso cuando uno no se plantea haber tomado una decisión, el solo hecho de estar dentro de la dinámica es porque esa decisión fue tomada de todos modos.
En lo que respecta a mi vida, mi madre se fue por primera vez a París cuando yo era chica y estaba en la escuela. Era la época de la dictadura y ella se fue a dar un coloquio porque era escritora. Después se volvió a ir más tarde. Y esa vez, mis hermanos y yo nos quedamos con mi padre. Un día, mi padre decidió que teníamos que ir con mi madre. Fue así. Ella vivía en España, en un pueblo muy chiquito donde no había nada.
APU: ¿Cómo viviste el exilio?
V.S: Primero me puse a viajar por toda Europa sin buscar nada. Después de viajar -no tengo muy claro por qué no volví a Argentina en ese momento- me puse a buscar dónde estudiar cerca de ese pueblo. Y fui a Barcelona. Fui sola, sin conocer a nadie, de un modo totalmente inconsciente. Allí me quedé, me puse a trabajar siendo muy jovencita y sin tener mucho proyecto.
En Barcelona estuve un tiempo, pero el idioma era un real impedimento. Si bien aprendí el idioma catalán, la cultura catalana era, en ese momento, muy cerrada al extranjero. Además, era considerada entre mis compañeros de clase como una sudaca. Todo formaba parte de que yo misma me consideraba extraña, es decir, no tenía un punto de anclaje, no tenía de qué agarrarme para poder afianzarme en esa cultura catalana y poder quedarme contenta y feliz allí.
En ese momento me resultaba muy difícil tener amigos catalanes y lo cierto es que todavía Cataluña estaba muy en pañales con respecto a lo que es hoy, eran otras mentalidades. Entonces, me fui a París, un poco navegando por las causas de la vida anecdótica, simplemente a hacer un curso de francés durante un verano.
Alguna vez, mi mamá me dio a entender que yo había sido gestada en París. París fue siempre su anhelo. Pero también, cuando éramos chicas, mis hermanas y yo, estuvimos alrededor de 6 meses o un poco más viviendo en Europa porque mi padre había tenido que viajar a Alemania por trabajo. Tengo una serie de imágenes, de recuerdos dentro de mí, de pertenecer a esta parte del mundo también.
APU: ¿Se puede hablar de exilio cuando es una decisión personal o familiar?
V.S: La palabra exilio no la tengo incorporada porque, para mí, el exilio es la gente que se tiene que ir de un país en un cierto momento, por razones políticas. No sé si es la definición del diccionario. Sin embargo, creo que es la idea que tenemos del exilio en Argentina. Yo asocio el término exiliado con el de refugiado político. Capaz que lo hago mal, pero es así cómo resuena en mi cabeza. En cambio, tengo la parte etimológica de la palabra exilio, que es la parte que tiene que ver con el desarraigo.
Vivo con el desarraigo. Dentro de mí, construyo y lucho contra él, pero sé que no va a irse nunca de mí. Es un sentimiento que implica una especie de tristeza interior. Y es posible que a mí me guste la tristeza. Es una especie de tristeza como una congoja que me resulta placentera y me permite llorar por las calles, querer abrazarme a una calle. Es como una sensación de tierra, de Pachamama, de “tierra, aquí estoy”.
Mi familia recorrió continentes y países, como es el caso de un montón de familias y la mía, particularmente, está lejos de ser la única. Es un ida y vuelta, de Europa a Argentina e ida y vuelta a Europa por diferentes razones. Todo esto es lo que tiene que ver el exilio conmigo y el desarraigo lo siento muy adentro mío.
Cuando voy a Argentina siento que todas las piezas de mi rompecabezas interior se recomponen y que hay algo que me falta estando en Francia o en Europa. Cuando llego a Argentina ese algo, que es imposible de describir y de definir, reaparece y se reacomoda y entonces estando en Argentina, estoy entera.
APU: ¿Cómo definirías la experiencia de vivir entre lenguas?
V.S: Conservo mi acento extranjero que, de algún modo, me protege. Hablar con este acento me permite que se sepa enseguida que yo no soy de acá. No quiero asimilarme a ser de acá porque no lo soy. Me parece que si yo quisiera asimilarme a la gente de acá, contribuiría a una especie de esquizofrenia, a quitarme mi identidad y no saber más quien soy. Entonces, para mí, tener acento me hace una especie de caparazón y me hace acordar quién soy.
APU: ¿Qué cosas se extrañan? ¿Y qué cosas te resultan extrañas del país de adopción?
V.S: No puedo contestar qué cosas extraño, porque formo parte de acá, formo parte de allá, no formo parte de ninguna parte. Eso se puede contestar cuando estás hace poco o a los años o cuando uno no sabe si se va a quedar o va a volver.
Hay un punto donde no hay posibilidad de contestar qué cosas extraño o con que cosas de acá me vínculo porque sería entrar en una especie de locura. Quiero decir, intentar encontrar respuestas a preguntas así sería fomentar o exacerbar el hecho de que vivo en un país en el cual no tengo raíces. Uno es como un árbol que sin raíces se cae; entonces, hay que ponerle una guía para que pueda seguir creciendo. Una persona sin raíces puede seguir creciendo, pero también con alguna guía o con algunas cosas.
En mí creo que el hecho de tener hijos acá, en Francia, me dio esa guía, sin embargo creo que tal vez lo que me faltó es que cuando a mis hijos había que cantarles canciones, contarles cuentos y como extranjera intenté hablarles de las cosas de mi país, era difícil porque pasa que el chico en la escuela, en el país donde vive, aprende otra cultura, otros datos que son muy diferentes a mis datos y allí es donde hay un gran choque porque se trata de mi hijo, pero que está inmerso en otra cultura que no es la mía.
APU: “La casa de los conejos” va a ser tu primer largometraje de ficción, basado en la novela homónima de Laura Alcoba. ¿Cómo surgió tu interés por la historia?
V.S: La novela me llegó justamente de manos de mi madre que, por ser escritora, le iban llegando libros. Cuando “La casa de los conejos” se publicó, le llegó y me lo dio diciéndome que me iba a encantar. Efectivamente, me encantó y vislumbré una película. Busqué a la autora, Laura Alcoba. Era su primera obra y todavía no era conocida. Resultó que vivía en París, a cuatro cuadras de mi casa; así que nos encontramos y empezó toda la historia de la película.
APU: ¿Cuál es tu vínculo con la historia real y con sus protagonistas?
V.S: El marido de mi madre estuvo en un campo de concentración en la época de la dictadura, en el Pozo de Banfield. Mi padre pintaba, entre otras gentes, con Celia Guevara (la hermana del Che) y también con Juan Carlos Láser, a quien escondió en su fábrica de materiales, porque mi padre era además de artista plástico, químico. En el primer piso de esa fábrica hicieron una especie de casita de Ana Frank, en medio de tabiques y placares que delimitaban una especie de habitación, un refugio donde estuvo Juan Carlos Láser durante aproximadamente un año.
Cuando conocí el libro de Alcoba, mi papá ya estaba muerto: él era de La Plata, el mismo lugar donde transcurre la historia. Esto también me reconecta un poco con mis recuerdos de infancia en La Plata. Esa nena del libro, Laura, que juega en la calle 30, si bien no tiene que ver con la nena que fui, me permitía acordarme de mí misma junto a mi padre en esa ciudad.
Hay otros puntos de conexión entre las historias vividas. Y es el silencio en el que tiene que crecer esa nena y el silencio al cual está confrontada. El mandato de que no digamos afuera lo que sabíamos que se hablaba dentro de casa, no repetir en la escuela lo que decimos en casa, saber que no había que festejar en la venida del Papa en el ‘82 porque el papá venía apoyando a los militares y que tampoco había que gritar los goles del 78 por el mismo motivo.
No quiero deja de mencionar la búsqueda de las abuelas, me enternece desde que existieron las Abuelas de Plaza de Mayo. Chicha era una persona muy entrañable y el resto de las abuelas también.
APU: ¿Cómo fue rodar en Argentina?
V.S: Bastante particular, primero porque nunca había estado en un rodaje en donde todo el tiempo hubiera problemas económicos y además era un momento difícil porque había un montón de manifestaciones. Fue una experiencia muy linda a nivel humano porque la gente se prestó a las duras condiciones de un modo que no creo que hubiera podido encontrar eco en Europa. Igual me gustó mucho, obviamente, y hacer esta película fue un sueño que se hizo realidad. “La casa de los conejos” que se estrena en Argentina el 21 de octubre.