¿Por qué (nos) mentimos?
Por Pablo Melicchio
Nietzsche dijo que la mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Si es así, ¿por qué nos engañamos? Tal vez porque necesitamos “inventar” una forma de ser. De hecho, el vocablo persona proviene del latín y significa máscara. De alguna manera, la personalidad no es nuestra esencia, nuestra verdad, sino una construcción que ponemos delante, a la vista, la máscara que mostramos en el escenario de la vida cotidiana. ¿Pero quiénes somos en realidad? ¿Acaso toda respuesta no implica una ficción? ¿Cuánta verdad hay en todo lo que decimos ser? ¿De cuántas invenciones estamos constituidos?
Nacemos en una estructura sociofamiliar que ya posee una trama, una historia en la que nos incluyen. Para ser aceptados, debemos repetir, memorizar lecciones. Nos formamos en un universo cultural que nos preexiste y que nos moldea acorde a sus caprichos y deseos, a sus normas y leyes. Crecer implica desarmar y rearmar sentidos, versionar todo lo aprendido, hacer una reescritura de lo incorporado desde donde podrá emerger nuestra personalidad. Cada vez que nos pensamos y decimos quiénes somos, apelamos a un relato, nos sostiene la historia, la imagen que armamos de lo vivido. Aun así, el pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente, sentenció Borges en su poema “Todos los ayeres, un sueño”. Que caiga la máscara impuesta por el entramado sociofamiliar no significa que no diseñemos otra, aunque más personal, pero nunca definitiva sino en constante transformación.
“¿Quién soy?” La respuesta será siempre una ficción. Ficción proviene del latín fingere, que significa moldear, amasar, dar forma. “Mi forma de ser” es una ficción. Cuando respondo quien soy, hago un relato, tomo mi pasado y lo moldeo, le doy una forma para formarme, para definirme. Pero siempre será mejor inventar una forma de ser, como novelistas de nuestra propia historia de vida, y hacernos cargo, que representar un personaje escrito por deseos ajenos.
¿Cómo quiero ser? La búsqueda de esa respuesta resulta el punto de partida hacia el itinerario interior, haciendo consciente lo inconsciente, conectando con la oscuridad que nos habita, para ir clarificando cuáles son las mentiras, los mandatos y patrones con los que nos forjaron y así poder dar a luz a una existencia más genuina. Ser, de alguna manera, es adueñarse de una historia, recrearse, hacer algo con lo aprendido por repetición, con lo impuesto y memorizado. Partimos de un montón de “verdades” y “mentiras”, de ideas y formas que circulan, que nos imprimen, que tienen que ver con una época, una cultura, y las particularidades de la estructura familiar en la que crecimos.
Diferente es cuando hablamos de una persona mitómana, que busca la mentira y hace de ella su modo de ser y vincularse. La persona mitómana suele ser insegura, tiene baja autoestima, con sus mentiras busca atención, ser aceptada y admirada. Mentiras que terminan siendo sus verdades. Algunos ejemplos. A principios de los años 60 Walter Keane era uno de los artistas más famosos de Estados Unidos, admirado por sus retratos: personas y animales con enormes ojos poblados de tristeza y melancolía. Pero al momento de mayor éxito y reconocimiento le sobrevino su derrumbe cuando se supo que en realidad era su mujer, Margaret Keane, la que pintaba las obras que él firmaba como propias; drama llevado al cine por el genial Tim Burton. El adversario, la novela de Emmanuel Carrére, se sitúa en torno a la vida real de Jean Claude Romand, un criminal francés que asesinó a su mujer, a sus hijos y a sus padres cuando estaba a punto de descubrirse que era un falso médico, que se había inventado una vida falsa durante 20 años. Y otro ejemplo, si bien una ficción, un interesante retrato de cómo funcionan algunas personas, es la miniserie Inventando a Anna, donde la protagonista principal, Anna Delvey, inventa ser una rica heredera alemana para convencer a la élite neoyorkina acerca de su ambicioso proyecto.
¿Quién soy? Antiguas escrituras señalan que en la entrada del templo de Apolo, en Delfos, estaba escrito el aforismo Conócete a tí mismo. Imperativo divino, sabio consejo, acaso la búsqueda más significativa de la vida, conocernos, y para lograr ese propósito primero hay que dejar caer, como las capas de una cebolla, las máscaras que nos impusieron. Solo entonces podremos elegir cómo ser, aunque en esa elección incluyamos algunas mentiras.