Messi, sin principio ni final

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    messi papá noel
    Ilustración: Matías de Brasi
UN CAMINO AÚN SIN TERMINAR

Messi, sin principio ni final

24 Diciembre 2022

La historia pudo haber comenzado en los picados de Lavalleja al 500. O en el patio de la escuela Las Heras o en el club Grandoli. Tal vez podríamos retroceder al día de su nacimiento aquel 24 de junio de 1987, en la Clínica Italiana de Rosario. O pensar en cuando corría de arco a arco, pelota al pie, en las infantiles de Newell´s, con esas remeras que le quedaban enormes. O la prueba en River, con la posterior imposibilidad de continuar el tratamiento para crecer hasta su altura natural. O la tarde de un 14 de diciembre del año 2000. Ese día, a más de diez mil kilómetros del lugar que lo vio nacer, en el restaurante Pompeia, un directivo de Barcelona escribe en una servilleta: “Yo Charly Rexach me comprometo a la contratación de Lionel Messi en las condiciones pactadas”.

Lo cierto es que siempre hubo un chico persiguiendo su sueño. Y que, en esa búsqueda, fue diseñando el más maravillo de los jardines. Colorido, variopinto, aunque de ninguna manera podía estar completo sin espinas. No fueron pocas. Alcanza con observar los inicios del recorrido: un chico de talento incalculable, pero con problemas de crecimiento. La recomendación médica: inyecciones. El chico de 10 años se las se aplicará solito y con la naturalidad de un adulto. Pero en un país cíclicamente en crisis, los medicamentos se vuelven imposibles de costear. La familia vive una situación límite y decide, a principios de 2000, la aventura del viaje a España impulsada por las proyecciones futbolísticas del chico jugador. Pero sobrevienen problemas de adaptación y parte de la familia se plantea, al poco tiempo, regresar. Aunque la búsqueda por sembrar el sueño seguirá intacta y el chico no dudará de quedarse en Europa. Su hermano Matías recordará, años más tarde y no sin angustia: “Somos conscientes de que por ahí a Leo lo dejamos un poco solo. Desde mi punto de vista pienso que yo le dejé solo esa vez”.

Ya jugador, Messi soportó la arbitraria comparación con Maradona. Maradona también soportó que lo compararan con Pelé, pero ese otro astro es brasileño y entonces el pueblo argentino no dudó de qué lado estar. Messi fue comparado con el hombre que prácticamente solo nos ganó un mundial. Para colmo, la llama de la esperanza nacional que se encendió con el mundial juvenil de Leo, allá por 2005, y su precoz aparición en su primer mundial profesional, un año después, en Alemania, se iría apagando a medida que los lenguazos del fuego del fracaso quemaban en compromisos de relevancia con la Selección Argentina. “No se lo puede comparar con Maradona”, se ve decir a un hincha en imágenes que hoy parecen de otra era, durante la Copa América jugada en nuestro país, en 2011. La irritación contra el jugador que transitó el himno nacional a boca cerrada, tendrá esa noche, su punto de ebullición. El enojo contra Messi se observa en primer plano en el documental del cineasta vasco Álex de la Iglesia. Esa reacción simboliza, también, la bronca que contra él destilaba cierta parte de la sociedad (no sólo futbolera). La película se complementa con opiniones de notables del fútbol. “Yo lo hubiese silbado igual”, dice Menotti, pero inmediatamente aclara “si hubiese sido su entrenador le hubiese dicho a vos no te lo puedo permitir. Pero termina ahí”. En esa secuencia de escenas, el desasosiego se refleja en la cara de Messi y también en las de sus padres, Celia y Jorge, enfocados desde la tribuna en medio del abucheo general al crack argentino. Mira para abajo, Leo, sin respuestas. La pasión argentina cuando no suma puede destruir.

Ese día, un directivo de Barcelona escribe en una servilleta: “Yo Charly Rexach me comprometo a la contratación de Lionel Messi en las condiciones pactadas”.

No se destruyó Messi y su historia tiende siempre a un nuevo comienzo. Aunque en las repisas de su casa ya no había espacio para tantos trofeos a nivel clubes, a nivel Selección, llegarían más derrotas. De las importantes, las de instancias decisivas, las que duelen. Las finales. Cuatro serían de manera consecutiva, y una, indigerible, es en una final soñada en el Maracaná en 2014. El peso de esas frustraciones lo ubicaron, inexplicablemente, del aparente lado de los que no dan la talla. Tanto ardieron en piel de Messi las finales perdidas que una noche, decidió renunciar. Hay quienes sostienen algo de romántico en la idea marchita de los sueños, porque la esperanza de querer alcanzarlos, se mantiene intacta. Inconcebible aceptar que la historia no dejara lugar a todos los sueños deportivos de Messi. Que en su jardín no creciera todas las especies que idealizó. 

Le tocó una época particular a Lio. Una época en donde casi no dejamos lugar a lo extraordinario. No lo permitimos porque lo mediocre nos da la oportunidad de igualar hacia abajo (emparejar para mal). Es nuestra mezquindad la que nos obliga a tirar para abajo. Sin embargo, Messi no lo permitió y resurgió cual raíz curada para mostrarnos que aún podemos ser capaces de encontrar brillo en el barro de la mediocridad. Y entonces volvió a la Selección nacional y volvió a decorar su jardín. Eligió llevarnos de la mano para que lo acompañemos nuevamente y observemos los colores y respiremos aromas frescos. De la mano, juntos, y por senderos de sueños. Como hacía con él su abuela Celia cuando caminaban las diez cuadras que separaban su casa natal de la canchita de entrenamiento. Otra genialidad de Messi, invitarnos a ser parte. Disponer de su generosidad.

Este viaje, que quién sabe cuándo comenzó, lo agarró a Messi cumpliendo 35 años detrás de una nueva ilusión mundialista. Y llegó más liviano que en otras oportunidades al partido definitivo, como nunca, alejado de presiones. Porque la magia y el esfuerzo desplegados durante la competencia, ya habían sido premiados por el cariño y el reconocimiento.

La de Qatar significó la segunda final por la flor que más deseó y la que pretendió toda la vida. Neymar, que ya tiene 30, nunca jugó una final del mundo. Cristiano Ronaldo, con 37 está en el ocaso de su carrera y tampoco lo logró. Tan sólo Mbappé, por nombrar jugadores extraordinarios contemporáneos, ostentaba el título que Messi tanto añoró. Pero las comparaciones no tienen sentido. Ya jugaba fútbol tenis junto con Maradona, Pelé, Di Stéfano, Cruyff o Beckenbauer, sin ningún recelo. En el Olimpo los dioses comparten los laureles. 

Si hablamos de nuevos comienzos, la final ganada a Brasil en 2021 significó el despojo de derrotas trascendentales. Ya con nuevos compañeros llegó la famosa arenga antes del partido clave, en donde Messi enfatizó el agradecimiento. Agradeciendo lo simple: el no quejarse de la comida ni de los viajes, del compañerismo del grupo y donde rescata el esfuerzo colectivo de estar más de 40 días sin ver a la familia en pos de un objetivo. Más allá del simpático “no la pudo hacer upa”, dedicado al Dibu Martínez, antes de cerrar su discurso, Messi pidió un minuto más para dejar en claro una cosa: para él no existen las casualidades.

El largo y sinuoso camino de exige que nos detengamos en el recorrido (tanto vértigo puede impedirnos ver el jardín entero). El mismo Messi nos invitó a eso después de un partido. Porque en Qatar vimos a un Messi genial adentro de la cancha y con Topo Gigio incluido. Pero fuera de las canchas él eligió continuar con el espectáculo. Emocionándose cuando el periodista Gastón Edul le mostró por celular el disfrute de su familia tras el pedazo de gol contra Australia. Desafiante y peleador con el gigante Weghorst, de Países Bajos. Brillante tras un sentido reconocimiento de la periodista Sofía Martínez: “Los argentinos aprendimos un poco de eso, ya no sólo es el resultado, sino el camino recorrido”, responde. Habla tranquilo y nos mira a los ojos, para que entendamos. Nos enseña con paciencia, casi como cuando una maestra deletrea, que no todo en la vida, puede ser el resultado.

Porque en Qatar vimos a un Messi genial adentro de la cancha y con Topo Gigio incluido. Pero fuera de las canchas él eligió continuar con el espectáculo.

Dentro y fuera de la cancha vimos lo que ya conocíamos, lo que deseábamos y también, lo que ni imaginábamos. Lo inesperado. ¿Ya vimos todo? Sea como sea, por lo ya mencionado, Qatar es puro agradecimiento. Como dice la canción de Abel Pintos, Messi nos tocó en el centro de las almas.

Sin principio ni final es el tema de Abel que Antonella y Lio eligieron cuando volvieron a elegirse en aquella boda del invierno rosarino de 2017. En esa unión también estuvieron presentes sus hijos Thiago y Mateo (Ciro aún no había nacido). La presencia de los hijos en esa ocasión no es un detalle menor en esta parábola. Habla de la familia, los afectos. Siempre hay fotos de Leo rodeado de familiares. Y es precisamente la familia la que destina de sus horas en momentos en que todo es amargura. En una entrevista reciente, Manu Ginóbili replica que sea un hombre exitoso, “tuve más fracasos que triunfos”. Y agrega “no conozco un atleta que haya ganado más de lo que perdió. Lo normal es perder”. Es el mismo Ginóbili quien, en el momento de su retiro, adjudicó sus logros a su esposa Marianela, gracias a ella, dice, “sólo tuve que pensar en jugar. Gracias porque sé que te robé un montón de tiempo”. Al igual que a Manu, los seres queridos acompañaron al capitán argentino y sobre esa tierra fértil cosechó su fortaleza. Desde un amor profundo y familiar, Lio se elevó y pudo dar todas las peleas. 

Se puede seguir buscando el mito de origen o el big bang de toda esta historia. Hay innumerables datos para destacar en la biografía de uno de los jugadores más grandes de todos los tiempos. Regó de gloria el inmenso jardín argentino tan lleno de rosas y de espinas. Pero es inútil abarcar el universo de un genio. Messi es el fenómeno en sí mismo, como el cielo cuando se junta con el mar. No hay principio ni final en Leo, empieza en cualquier parte y termina en cualquier lugar. Como sus gambetas. Su talento es una certeza de la improbable perfección, una frontera que se extiende. Es el beso a la copa en el pasillo de la FIFA y sus dos goles en la final. Las manos que se frotan antes de levantarla al cielo, la copa en sus manos y en su corazón. La tercera estrella para el hombre que más la mereció. Su nombre será por y para siempre. Inconmensurable. Eterno.