Fue y es posible, por Estela Díaz
Néstor Kirchner, para la generación del ‘60 y ‘70, fue una segunda oportunidad; para mi generación, fue la primera. Inicié el secundario en dictadura, voté por primera vez a los 20 años en el ‘83, militando en la universidad supe lo corta que fue la primavera democrática, resistí a las leyes de impunidad —Obediencia Debida y Punto Final—. Luché todos los ‘90 contra las políticas neoliberales. Viví con intensidad la crisis del 2001, militando en barrios populares. Disculpen la autorreferencia, pero estoy segura de que mi experiencia expresa toda una etapa, la de quienes nos llamábamos la ‘generación perdida’. Perdemos, perdemos, siempre perdemos…, era como un canto irónico que compartíamos en alguna trasnoche de empanada, chori y vino.
Fueron tiempos de soledades, movilizaciones escasas y de política cada vez más divorciada del diálogo cotidiano. A pesar de ello, la resistencia popular nunca cesó y fue productora de hitos que persisten en la memoria colectiva. La primera Marcha Federal en 1994, realizada por la CTA y el MTA, que recordamos como una gran épica militante, no llegó a tener más de 50.000 asistentes. Veintidós años después, en 2016, la Marcha Federal contra el gobierno de Macri, a sólo ocho meses de asumido, contó con más de 400.000 participantes. Claro, ya habíamos transitado la década ganada, un tiempo en que las fuerzas sindicales y sociales salieron fortalecidas.
Aquel 25 de mayo de 2003, Néstor gana con el número 22, que en la lotería es El loco; en mi ciudad de La Plata es la barra más famosa de Gimnasia y, en la cultura política, Ella siempre nos recuerda que es una cifra inferior a la desocupación del momento (25%). Ese flaco que, con un magro 22, construyó mayorías. Ese flaco, desde ese ojo que miraba más allá de lo posible, vino a cambiar la historia argentina.
En el siglo XX fueron Perón y Evita. En el siglo XXI, Néstor y Cristina. El amor y la política, el amor por el pueblo, la política del amor por correr los horizontes de lo permitido y convocarnos a soñar y que esos sueños se cumplan. Esa simetría de las parejas, del amor y la igualdad, tiene una potencia política que nos dio una identidad: el peronismo, y una razón: la causa de la felicidad del pueblo.
Néstor tendió los puentes que había dinamitado la última dictadura cívico-militar. Nos trajo al primer peronismo, nos enlazó con la generación diezmada de los ‘70 y repuso al movimiento más fuerte de resistencia, como los derechos humanos en los planos de la política de Estado. Devolvió a la política el protagonismo en el proceso de transformación social, económica, institucional y de convocatoria. Sobre todo, a la juventud, para invitarnos a tomar el destino del país en nuestras manos. Vino a ofrecernos su corazón y ganó el nuestro.
Lo vimos bajar los cuadros, como rezaban varias remeras y paredes pintadas, algo que es, antes que nada, símbolo de rebeldía. Marcó un antes y un después. Nos colocó en el mundo a la vanguardia en políticas contra el terrorismo de Estado, a la vez que signó el derrotero de los temas propios del nuevo tiempo. Fue un cambio de época que, junto al proceso de los gobiernos populares y de izquierda de América Latina, le dijo No al ALCA, Sí a la integración regional, y volvió a colocar al Estado en el rol promotor de bienestar, de redistribución de riqueza y motor del desarrollo con inclusión. Y como si esto fuera poco, vino también con Pingüina Presidenta, electa y reelecta, a pesar incluso de las innumerables resistencias de la dirigencia propia. Una decisión que inauguró para las mujeres la certeza de no tener techo.
El tango nos enseñó que 20 años no es nada, aunque sabemos que es mucho también. Si sumamos 20 más, estamos transitando el período democrático más largo de nuestra historia, y lo hacemos en tiempos de insatisfacción, enormes desigualdades y creciente violencia política. Como viene diciendo con insistencia Cristina, nos encontramos en el dilema de recrear una propuesta capaz de volver a conectar con el sentir del pueblo, para renovar un voto de confianza en un proyecto que, desde lo nacional y popular, ponga en el centro mejorar la vida cotidiana de las mayorías.
Al rememorar ese exacto día que nos cambió la historia, hace 20 años, nos damos cuenta de manera evidente que la situación era mucho más crítica que ahora. El sueño fue posible porque la voluntad política, la audacia y la construcción de alianzas permitieron abrir un tiempo de conquistas de derechos. Eso no se logra ni con sectarismos ni mirándose el ombligo. Se logra recuperando la vocación de poder que nos enseñó el peronismo, y saliendo del laberinto con una propuesta para ganar las elecciones. Una propuesta que sepa que, inmediatamente, va a tener que reconstruir una correlación de fuerzas favorable para volver a decirle al FMI que “los muertos no pagan deudas”, que necesitamos fortalecer el poder estatal para intervenir en la producción y la generación de trabajo de calidad, en agrandar la torta, pero sobre todo el reparto de las porciones en la clase trabajadora, que tiene a las mujeres como protagonistas de la producción y los cuidados de la vida. Es posible, sucedió y no fue hace tanto tiempo. Lograrlo es el mejor homenaje que podemos hacerle a Néstor.