“Fragmentos de una memoria”, un libro que testimonia los años 70 en la Argentina
En la Introducción de Fragmentos de una memoria, publicado por Libros de la Araucaria, María Isabel (Marisa) Bertone elige como epígrafe una frase de la escritora Laura Restrepo que funciona a modo de clave de lectura: “Pasado que no ha sido amansado con palabras no es memoria, es acechanza”. Es eso justamente lo que hace la autora a lo largo de todo su relato: amansar el pasado, que no es cualquier pasado, ya que se trata de los años 70 en la Argentina. Tampoco su relato es cualquier relato, porque se trata de un testimonio, con todo lo que ese término implica por su valor simbólico, pero sobre todo por su valor histórico. Dice al respecto Eduardo Jozami –Director Nacional de Derechos Humanos en el Ministerio de Defensa de la Nación– en el Prólogo: “Los testimonios constituyen un material valiosísimo para hacer la historia de aquel tiempo y para profundizar una reflexión sobre la sociedad argentina de entonces y de hoy”, y luego agrega: “Este libro se suma a un conjunto de diversos relatos sobre la época (…) cumple con la que se vive como una obligación de testimoniar sobre un período cuyo pleno conocimiento los genocidas querrían silenciar”.
Contar los años 70 desde el presente no es una tarea fácil y la autora es consciente de ello desde el momento en que se pregunta sobre cómo escribir este relato y si vale la pena hacerlo realmente. Escribe Bertone: “En su libro Confabulaciones, el escritor John Berger dice que durante años escribió impulsado por la sensación de que había algo que necesitaba ser contado, y que si él no lo hacía, pasaría al olvido. Por el contrario, a mí me ha llevado años convencerme de que tenía algún valor publicar lo que cuento en esta crónica”. Más adelante agrega: “Empecé entonces, muchos años después de haberla vivido, a contar, a contarme esta historia, y a pensar sobre ella. Y tiempo después, por fragmentos, a escribirla”.
La idea de lo fragmentario atraviesa todo el libro de la militante y docente santafesina, porque es la manera que ella tiene para reconstruir la historia (con “h” mayúscula), pero sobre todo su historia personal. A partir de un arduo ejercicio de memoria, la autora va reconstruyendo escenas de su vida desde sus inicios como militante en la Agrupación de Estudios Sociales (AES) en Córdoba, hasta llegar a 1977, año en el que se exilia, junto a su familia, en Venezuela, donde vivirá casi 30 años antes de retornar a la Argentina; en el medio, está el relato de su estadía en la cárcel –primero en Neuquén, luego en el Penal de Rawson–, el asesinato de su cuñado y su esposa, el encarcelamiento de su esposo, Raúl, el nacimiento de su hija Mariana, el exilio en un pequeño paraje del interior de Santa Fe, los días escondidos en una casa en la costa brasilera, solo por mencionar algunos hechos significativos en su historia. Pero más allá de estos hechos, insisto, lo que resulta valioso del testimonio de Bertone es recuperar el acto de autorreflexión que aparece de manera constante a lo largo de todo su relato.
Lo que resulta valioso del testimonio de Bertone es recuperar el acto de autorreflexión que aparece de manera constante a lo largo de todo su relato.
Es decir, la narradora no se limita a contar lo que sucede en el plano de los hechos, que siempre enhebra la cotidianeidad con el horror que a nivel social se estaba viviendo en esos años, sino que además reflexiona todo el tiempo respecto a la escritura de este libro, atravesada por la duda constante respecto a cuán legítimo es que ella, una sobreviviente, dé cuenta de ese pasado. Un ejemplo contundente de esto último es el siguiente fragmento: “El terrorismo de Estado en Argentina secuestró y desapareció 30.000 personas. Pensaba que había historias más dramáticas y heroicas que haber estado presa 11 meses en cárceles de la Patagonia durante la dictadura de Onganía y llegar años después como refugiada a Venezuela. Yo no había vivido las dramáticas condiciones carcelarias impuestas por la dictadura de Lanusse después de la masacre de Trelew, ni había estado presa durante la dictadura de Videla. Tampoco era sobreviviente de un centro clandestino. Si bien tuve que exiliarme en Venezuela porque tuvimos indicios claros de que mi vida y la de mi marido corrían peligro de muerte, me preguntaba: ¿a quién podía interesarle lo que a mí me había sucedido?”.
Esto último, cuestionarse la legitimidad –o interés– de su relato, aparece como una de las dificultades que Marisa subraya a la hora de escribir su texto, pero no es la única. En diálogo con AGENCIA PACO URONDO, ella también menciona como problemático el hecho de que muchas de las personas que ella menciona en el libro ya no están –fueron asesinadas, desaparecidas durante el genocidio cívico-militar–, y, por ende, no hay posibilidad de que rectifiquen los hechos, pero al mismo tiempo, frente a esto, es absolutamente consciente de que se trata de sus recuerdos, pero sobre todo de sus vivencias, de cómo ella vivió y se sintió frente a esos acontecimientos. Dice la autora: “Para poder escribirla hoy se sumaron dificultades adicionales. No solo los desafíos de la escritura misma, cómo encontrar las palabras para transmitir aquello que había sido pura emoción, sino cómo hablar de personas que no pueden completar el relato, agregar matices o incluso negar lo que afirma en estas páginas. Cómo hablar de personas con las que discrepé, tuve discusiones, incluso adversé posiciones políticas, pero que fueron consecuentes con lo que pensaban hasta entregar su vida. Decidí que sí iba a escribir, tenía que hacer un relato lo más honesto posible, recordándolos y recordándome desde la convivencia que tuve con ellos. Estos recuerdos, esta construcción de una memoria será siempre incompleta, subjetiva, personal, y por lo tanto parcial y cambiante. Porque somos lo que recordamos, pero también los que nos cuesta recordar”.
Ya en el plano de la escritura específicamente, Bertone da cuenta de otro desafío a la hora de encarar este testimonio, y es el cómo contarlo. Hay, en este sentido, una preocupación muy fuerte respecto al trabajo con el lenguaje, porque acá el “qué” –la historia– está íntimamente ligada al “cómo”, a la forma en la que eso que cuenta va a llegar a quien lo lee. Dice la autora en relación a esto: “Otra dificultad fue, una vez decidido que sí valía la pena, que no quería quedarme meramente en el orden del testimonio, como quien testimonia ante un juzgado, sino cómo hacer, de alguna manera, literatura dentro del género, es decir, cómo hacer un trabajo con el lenguaje”. En esta instancia fue fundamental, cuenta la autora, su asistencia a talleres de escritura –entre otros, con Sandra Russo, Christian Rodríguez y Federico Bianchini– que le permitieron adquirir herramientas para contar su historia y que, además, fueron el escenario “donde empecé los primeros borradores de estos fragmentos”.
No es la intención de estas palabras agotar las múltiples lecturas que tiene Fragmentos de una memoria, eso queda para quien se acerque al libro. Más allá de eso, es innegable el valor histórico que tiene, lo que lo convierte en un archivo fundamental para seguir reconstruyendo el pasado pero, fundamentalmente, para seguir reflexionando en torno a él, de manera tal que, como sostiene el epígrafe de inicio, ese pasado no se convierta en acechanza.
Biografía
María Isabel Bertone nació en Pilar (Santa Fe, Argentina). A partir de 1968, militó en la Agrupación de Estudios Sociales (AES) de la Universidad Católica de Córdoba y en el Peronismo de Base. Fue presa política en las cárceles de Neuquén y Rawson desde marzo de 1971 hasta febrero de 1972. Se exilió en Venezuela en 1977 con un estatus otorgado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En ese país ejerció la carrera docente y trabajó desde 1996 hasta 2006 como coordinadora del área de educación de Provea (Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos humanos). Publicó diversos trabajos referidos a la educación en derechos humanos y sobre la educación como un derecho. En Argentina participó en talleres de escritura coordinados por Sandra Russo, Christian Rodríguez, Julián Varsavsky y Federico Bianchini. Publicó crónicas en la revista Haroldo del Centro Cultural Haroldo Conti y en el portal NODAL. Uno de sus trabajos obtuvo el premio del Instituto Henry Moore en 2010.