Libros: “Las desmayadas”, de Cecilia Szperling
Las desmayadas, una fábula autobiográfica, es la última novela de Cecilia Szperling, editada por Emecé. La escritora es especialista en escritura autobiográfica, publicó los libros: Confesionario, Historia de mi vida privada y Confesionario II, El futuro de los artistas, Selección natural, El año de la militancia verde y La máquina de proyectar sueños.
Leo Las desmayadas y automáticamente me remite a tres o cuatro desmayos emblemáticos en mi vida. Hablo con mujeres sobre el libro y también rememoran situaciones similares, me pregunto: ¿por qué será que acudimos a ese mecanismo de defensa? ¿El desmayo tendrá una semejanza con la muerte? ¿Será una forma de ausentarse del mundo? Ella se pregunta: “¿Es femenino el desmayo?”
En Las desmayadas hay una muerte, una familia tipo compuesta por tres hijas mujeres pierde al padre.
La familia se quiebra y en esta fábula autobiográfica se relata la reconstrucción.
Tres adolescentes mujeres y una madre reconquistando al mundo después de un duelo. En realidad redescubriendo un mundo que ya no será el mismo que habitaban.
En la casa hay un jardín donde estas tres mujeres convertidas en ninfas danzan al compás de la naturaleza, se nutren, se mimetizan para transitar los cambios en ciclos, como las estaciones.
Con cierto aire de novela decimonónica la narradora de Las desmayadas, que es la hermana del medio, comienza describiendo la tragedia. Una escena que no entiende, el anuncio de la muerte, los movimientos de la casa.
En ese primer tramo del libro la muerte es un agente desestabilizar, no sólo por lo que significa sino por todo lo que rodea a esa despedida. En esa instancia aparecen las primeras respuestas del cuerpo: el desmayo como abstracción, la liviandad como autodefensa.
La sensación de desplomo, de rendirse ante el tumulto. Desaparecer para no dar explicaciones. Irse un rato para no pensar en la continuidad a ese día. ¿Cómo se sigue después de la muerte? ¿Dónde irá toda esa gente que la narradora ve por primera vez y promete ayudar para siempre? ¿Cómo se vive la muerte de un padre a los 15 años?
Tres adolescentes mujeres y una madre reconquistando al mundo después de un duelo. En realidad redescubriendo un mundo que ya no será el mismo que habitaban.
La mirada de la adolescente nos interpela, nos conmueve el pasaje del vínculo real a lo etéreo. La danza, el viento, todo lo que vuela y también lo que se desvanece: “Voy a desmayarme. Sin embargo, suspendo el desmayo.” “Evité el desmayo clavándome fuerte en la tierra, echando raíces desde mis plantas”.
La suspensión repentina como una amenaza en la edad de la revolución: “Somos tres niñas adolescentes de 12,15, y 18 años a las que les acaban de anunciar que hallaron a su padre sin vida en la habitación del primer piso, la de la terraza que da al jardín en el que ellas permanecen desde hace largo rato”.
La escena del final conduce a las tres hermanas afuera de la casa, a escapar del estereotipo de la muerte, conectarse con la tierra pero también con la vida, con lo que florece, con lo que echa raíces, con el aire puro. “Las tres hermanas y la viuda esperaran en el bosque que el tiempo de sequía llegue”. Observando desde afuera las miradas de compasión, de lastima, de orfandad. Viendo como la casa se transforma, sobre caras desconocidas. “¿Qué extraña magia está cayendo esta mañana sobre los rostros? ¿Quiénes son ellos? ¿Y cuánto me conocen o conocieron a padre?”
Mientras tanto la falta de gravedad la estremece, invitándola a flotar, a salir de la exposición, de la intemperie de un alma cuando se quiebra.
Así como hay un partero que recibe la vida, también existe un partero de la muerte, dice.
La protagonista logra reconocer esas caras por las anécdotas del padre, eso le genera evocación, la memoria auditiva la lleva a esas descripciones. A la voz del padre.
Esta danza fúnebre persiste más allá del tiempo cronológico, la conciencia de la muerte es una herida que se abre de manera imprevista. Cambia la concepción del mundo, la noción de tiempo, todo sufre una mutación. Hay una ausencia que cubre todo. “Cada cara es una herida esta mañana”.
Cecilia Szperling en Las desmayadas ensaya la ausencia en sus distintas formas. La ausencia como muerte, como desmayo, como lo efímero del tiempo. “El desmayo es perder el sentido”. “Desmayo, un modo estético de soportar el presente”. “El desmayo es elegante”. El desmayo también es un concepto, un tópico de películas, de personajes literarios, hay algo que se construye en torno a él. Sin embargo, nunca se termina de definir el motivo.
La partida incluye un duelo, con reglas y prohibiciones, ese impacto en la adolescencia es profundo y se vuelve para la hermana del medio un acto de justicia. La casa se cierra por un tiempo y ellas necesitan florecerla a pesar del dolor. Que no permanezcan en las paredes las huellas de la partida.
En algunas terapias alternativas evalúan la posición de cada hijo, el hijo/la hija del medio es la que negocia, la encargada de llegar a los acuerdos. Y en esta casa la narradora cumple esa función ante la voz solemne de la madre.
“Sin padre todo se desequilibra” dice, y pienso el desmayo también es perder el equilibrio.
Y en esa cornisa toma el lugar de erguirse tratara de que la vida de todas continúe.
“La casa se convirtió en un orfelinato de los cuentos tristes”. ¿Qué es amor? ¿Qué es el amor de familia? ¿Qué es el amor de hermanas?
La autora de Las desmayadas despliega una mirada poética para hablar de la muerte, el lenguaje está desmayado en las formas, fluye, es una brisa que nos transporta a distintas escenas, a diferentes climas, la sensación de soltura y de despojamiento se apropia de las palabras y los/las lectores/as también somos pájaros avistando el dolor, bajando, subiendo, recuperando oxígeno.
T.S Eliot dice en un poema “En mi fin está mi principio” Cecilia Szperling desentrama esta idea, utiliza la metáfora, el detalle, finalmente desemboca en la calma, acorta las distancias y demuestra fortaleza, la posibilidad de ser “pájaro, nube, canción” aun en la tristeza.