Misivas urgentes en “Cartas a jóvenes poetas”, de Gabriela Borrelli Azara
Recibir una carta es un acontecimiento. Me acuerdo haber vivido esa instancia con intensidad en mi adolescencia. Escribir la carta, llevarla al correo, esperar la respuesta. Un ritual que requería de paciencia, no se trataba de la inmediatez, ni de la ansiedad que habitamos en la actualidad. Era una noción distinta de la espera, mezclada con novedad, sorpresa y mucho de ternura. Leer el pensamiento del otro y sentir la atmósfera del momento en que la escribió. Saber la fecha exacta. Visualizar el lugar, la escena, algo similar a escuchar radio pero en silencio. La voz ahí siempre marcando el tiempo, no importa en qué formato.
A veces tiemblo al pensar en mis vínculos adolescentes y en todas mis cartas que aún deben estar rondando por ahí.
Cartas a jóvenes poetas es un libro de cercanía. Cada carta se lee como propia, como si fuera personalizada, porque la voz de Gabriela y también sucede cuando habla o cuando lee, va directo al hueso. Atraviesa la distancia entre el papel y el cuerpo.
Tiene un ritmo, establece un pacto de complicidad y de confianza. La leo y pienso que una carta también puede ser una conversación, un diálogo que permite interrupciones, pensamientos aleatorios, lagunas, permisos lingüísticos y que sin embargo siempre retoma la idea que se quiere transmitir con claridad.
Las cartas de Gabriela son una confluencia de experiencias, leídas y vividas. Me atrevo a hablar de experiencia en referencia a ambas cosas por la manera de compartirlas, no se trata de menciones simplemente sino de la acción y el efecto de leer. De conocer una poeta o de alumbrarse con un texto nuevo.
¿Qué esconde una correspondencia? deseo, encuentro, sinceridad, incentivo, descubrimiento y sobre todo aventura. Esta es la manera que eligió Gabriela para crear una gran red poética, la misma que genera en los festivales, un puente de voces que se cruzan, que se unen sin conocerse: leer, leerse, conectarse, darse a conocer.
En este recorrido la poeta comparte distintos modos de ver y sentir la poesía. ¿La poesía es algo o es sobre algo? ¿De dónde emana la belleza poética? ¿La poesía se explica? ¿Por dónde se entra al poema?
Cartas a jóvenes poetas son quince cartas que en realidad conforman un ensayo sobre la poesía, en un principio aborda la manera de entrar en un poema y la capacidad de captarlo. Aquí la mirada y la observación constituyen la subjetividad del poeta. Lo que luego se revela en el ritmo propio, habla de “Entrada-Visión-Ritmo”. ¿Para qué sirve el poema? ¿La poesía está hecha de resistencia?
“De la mirada quería hablarles en esta primera carta porque encierra la idea de una primera lectura, de algo primero que acontece aunque todo sea viejo”. “Volver a mirar el mundo de nuevo como si fuera la primera vez”.
¿Un poema expresa la emoción o la muestra? ¿Qué representa un poema?
En otra de las cartas, Gabriela ensaya distintos procedimientos y se pregunta: “¿La poesía expresa o demuestra? es decir, ¿es la representación de una idea, de un pensamiento, de un sentimiento o los demuestra? ¿Es una acción en sí misma mediante la cual se comprueba una verdad? la tentación primera es arrojarme a la sentencia y a la chicana (que es otra forma de traducir el pensamiento) y decir: ¡qué demuestre la crónica, que demuestre el ensayo, que llore un cuento o ría la novela! ¿Qué hace un poema? Todo eso junto: expresa, traduce, demuestra, piensa y mira”.
Cada carta se lee como propia porque la voz de Gabriela va directo al hueso. Atraviesa la distancia entre el papel y el cuerpo.
Hacer poesía también puede ser un acto de combate. Una lucha contra la muerte, una resistencia a la palabra hegemónica, una forma distinta de habitar el mundo. Usar la palabra como herramienta ¿ implica el cumplimiento de una promesa? ¿Cambia el sentido de las cosas? A medida que la poeta pregunta aparecen voces que parecieran acudir con la poesía redentora. Entonces desfilan nombres de poetas, historias, anécdotas y recomendaciones, como Hilda Rais, Patrizia Cavalli y Diana Bellesi,entre otras.
En el libro aparece la importancia de los talleres de poesía como puente y necesidad, sus orígenes y la significación a la hora de visibilizar colectivos, experiencias y multiplicar las voces que van surgiendo en cada época. De alguna manera, también viendo a la poesía como testigo y expresión de su tiempo.
Otro tópico que traza Gabriela en estas cartas es el vínculo entre la poesía y la política, desde las peñas peronistas secundadas por Eva Perón hasta las pequeñas intervenciones que a veces marcan una huella revolucionaria. Porque en definitiva la palabra es política. Decir desde un lugar, tomar una postura en la vida y plasmarla en el arte también es política.
Las cartas de Gabriela además son un manifiesto de amor y de orgullo, de reivindicación, de batallas ganadas y de lucha. De poetas fuertes y amores tristes, de noches infinitas, de festivales, de intercambio de palabras, de alegría colectiva.
Leo el conjunto de cartas como si fuera una cartografía, voy conociendo cada región, cada territorio poético desde ángulos diversos. Veo la poesía como respiración, como punto de fuga, como órgano vivo, como soledad, grito, silencio, secreto y me adentro en sus profundidades. Escucho la voz como Kappus a Rilke, desde una juventud sin tiempo, anclada ese verso fundante que leí por primera vez, en esa puerta que se abrió al poema.
Bifo dice que en esta ocasión la poesía es la única posibilidad de supervivencia. Y este libro también es para esta ocasión porque impacta y conmueve. Porque sacude y transmite una dosis de ternura. Porque quizás estas cartas sean un gran poema que transforme el lenguaje y posiblemente también la realidad.