"El peronismo creó la lengua política del siglo XX"
AGENCIA PACO URONDO presenta la segunda parte de la entrevista con el profesor de filosofía Matías Farias, en el cual reflexiona sobre la historia del liberalismo en la Argentina. El académico reflexionó también sobre la historia del peronismo.
APU: ¿La Generación del 80 es el triunfo liberalismo económico por antonomasia?
M.F: En rigor, la generación del ochenta es la de la consolidación del Estado nacional. Los intelectuales de ese período, nombres y trayectorias tan disímiles como las de Miguel Cané, Joaquín V. González, José María Ramos Mejía o Lucio Mansilla, por citar sólo algunos, más bien creían necesario modular, limitar o educar al interés económico alrededor del cual se dinamiza el mercado. Desde luego que no rechazaban al mercado como organizador de relaciones económicas pero de ningún modo le asignaban el rol de constituir por sí sólo y de modo fundamental a la nación. Más bien están cerca de pensar que sin dirección política el mercado librado a su lógica es un potencial disgregador del lazo social. De ahí el interés de Cané por una aristocracia estética, de Joaquín V González por construir una tradición nacional y por crear legislación y universidades reformistas, de Ramos Mejía por sellar en los cuerpos desde los dispositivos escolares el ideal de patria o las fugas y dandismos de Mansilla. Todos ellos, con menor a mayor intensidad, sospechan del burgués y discuten con el “gobernar es poblar” alberdiano.
Y si por “Generación del 80” se entiende al roquismo, hay que decir que su discurso en la prensa sí es alberdiano, pero que su acción en el gobierno no lo es en aspectos fundamentales. El roquismo unifica la moneda, constituye un ejército nacional con ley de conscripción incluida, disputa con la iglesia tanto las almas de los infantes -por medio de la 1420- como el registro de nacimientos y fallecimientos, nacionaliza la aduana, pone a raya a Buenos Aires, integra territorios -los mismos que se arrebatan a través del genocidio a los pueblos indígenas-, genera incipientes condiciones para la creación del sistema de salud nacional. Difícilmente varios de estos aspectos puedan legitimarse desde una lógica estrictamente liberal, y por eso intelectuales de la izquierda nacional como Jorge Abelardo Ramos reivindicaron al roquismo. Y si se asocia a la generación del ochenta con el modelo agroexportador, pues bien, lo que hay que decir es que ese modelo tuvo apoyos mucho más ampliados y duraderos que el roquismo. O se dirá que Yrigoyen era liberal porque nunca cuestionó ese modelo?
Lo que sin embargo inscribe al roquismo en la tradición liberal argentina es el odio al malón, al indio organizado, pero eso es parte del desprecio de esta tradición por la historia americana, de los fantasmas que se le activan ante la potencia plebeya, es decir, que todo ello es parte de toda una tradición y no sólo de unos de sus momentos. Sólo por esta razón es celebrado hoy el roquismo por el anarco liberalismo.
De modo que el triunfo por “antonomasia” del liberalismo en Argentina no consiste en la imposición de un modelo económico, sino en todo caso en la concepción de la nación que a través de ese modelo económico, en general centrado en el libre mercado, busca imponer. Es la idea de que la Argentina tiene que ser un país moderno, en la interpretación más agresiva y desigual de la modernidad: como espíritu del capitalismo. Lo singular de la tradición liberal argentina es que su identificación con esta forma de concebir la modernidad le hace creer que es necesario enterrar todo pasado, despreciarlo por anacrónico o decadente, para refundar de raíz las relaciones sociales de un modo acorde con la tasa de ganancia esperada. Pero esto también tiene modulaciones: al roquismo jamás se le hubiera ocurrido dolarizar, más bien quería disputarle la hegemonía del continente a los Estados Unidos.
APU: ¿En el siglo XX la tradición liberal como afecto a los partidos políticos?
M.F: El siglo XX fue el siglo de las masas y también el siglo en que lo que se presentaba como la clave nacional, me refiero al clivaje civilización y barbarie, quedó evidenciado como un relato ya no válido para todos, sino sólo para una de las partes, para ciertos grupos sociales. La emergencia del revisionismo histórico da cuenta de que se había quebrado ese horizonte al menos como el paradigma exclusivo para pensar la nación.
De todos modos, esa idea capital del liberalismo argentino, la que asocia a la nación exclusivamente con la modernidad capitalista en sus formas más agresivas, pervive y se desplaza en el siglo XX.
A veces a los tumbos, como en la década del treinta, cuando conserva la dirección política del país a pesar de que se habían hecho trizas las bases materiales de su proyecto político; otras apelando a formas de violencia extrema, como con la Revolución Libertadora, donde se da el caso quizás único en la historia donde fuerzas armadas bombardean a la población civil de su propio país ni más ni menos que en nombre de la democracia. Y hay que decir que a pesar de los no pocos fracasos políticos de la Revolución Libertadora, tuvo algunos éxitos resonantes: mostró sus bases sociales ampliadas de sustentación, me refiero a los grupos sociales que masivamente salieron a la calle a celebrarla; y consiguió instalar un concepto que aún hoy perdura: que los gobiernos populares son autoritarios y corruptos, y que existe un nexo entre ambas cosas.
Luego el liberalismo incide en cenáculos, gabinetes o ministerios desde los cuales inspira políticas de shock, como el plan Martínez de Hoz o la “cirugía mayor sin anestesia” de Menem. Pero con Cambiemos se vuelve a dar una estrategia de masas, que se ratifica con la consolidación del anarco liberalismo. Y lo que inicialmente era una estrategia defensiva contra el fantasma del nuevo malón, el “chavismo” kirchnerista, ahora ha devenido Estado.
APU: ¿El peronismo es el partido antiliberal?
M.F.: Lo singular del peronismo no es su anti liberalismo, como tampoco lo es su anti comunismo, sino algo más importante: su intento de construir una comunidad política alrededor de la justicia social, hoy considerada oficialmente como una aberración. Este proyecto es de lo más novedoso por varias razones. Primero, porque resignifica a la tradición republicana: por primera vez en la Argentina es posible pensar en una república nacional y popular con altos contenidos sociales.
En este sentido, la refutación que ofrece Sampay a Alberdi en la presentación del proyecto de Constitución en 1949 es una de las piezas políticas más destacadas del pensamiento nacional, con más vigencia que nunca en nuestros días. Y en esa línea, La razón de mi vida, de Evita, es la pieza autobiográfica en que se explica cómo es posible que una mujer humilde del interior de la Provincia de Buenos Aires se transforme en el alma del movimiento nacional y popular más importante del siglo XX argentino, al narrar una vida que se despoja de particularismos para disponerse a la causa de la Revolución peronista, que es la de la república organizada según la justicia social. Segundo, porque a la libertad entendida como no sujeción, propia de la potencia plebeya argentina tal como entrevía Sarmiento en Facundo, le ofrece una organización política centrada en la autarquía.
Tercero, porque trasunta el clivaje entre civilización y barbarie en el conflicto entre el capital y el trabajo, al que sin embargo lo inscribe en terreno estatal como espacio de mediación para la construcción de algo más importante que el Estado, que es la comunidad organizada, una red de solidaridades sostenida por la fuerza de las y los trabajadores. El peronismo crea la lengua política del siglo XX argentino, entre el discurso de Perón en la Bolsa de Comercio y la mencionada defensa de Sampay de la Constitución de 1949.